EL ÍDOLO IMPERFECTO

Un hombre intenso que compartía los errores y las angustias de muchos de sus admiradores.

Sergio Sarmiento
Columnas
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Los ídolos no tienen que ser perfectos. Por el contrario, cuando son claramente humanos, cuando tienen defectos evidentes, son más aceptados por un pueblo que no entrega su cariño a personajes lejanos, distantes. Quizá por eso las muestras de amor y de dolor de los argentinos, y de muchos más en el mundo, ante la muerte de Diego Armando Maradona, un futbolista extraordinario pero con notables falencias personales, han sido tan intensas.

José Bellas, un editor del periódico Clarín de Argentina, me dice en entrevista que a pesar de las limitaciones de la pandemia el homenaje popular a Maradona será más importante que los que en su momento se rindieron a Carlos Gardel, Eva Perón o Juan Domingo Perón. Parece difícil imaginar que un futbolista que luchó toda la vida contra adicciones a las drogas y al alcohol pueda generar una respuesta popular tan abrumadora.

Nadie duda del genio de Maradona, el futbolista. Era un mago de las canchas que compensaba su escasa estatura, 1.65 metros, con una capacidad extraordinaria para driblar, para esquivar a los rivales. A veces parecía que llevaba la pelota pegada a los pies, como si estuviera cosida en sus botines. Maradona nos dejó ejemplos de jugadas extraordinarias, muchas de ellas de gambeteo realmente inverosímil, incluyendo el segundo tanto del juego Argentina-Inglaterra del 22 de junio de 1986 en que atravesó más de media cancha para marcar lo que muchos han considerado como el mejor gol en la historia de un Mundial.

Maradona, sin embargo, no fue ni un deportista ni una persona disciplinada. El talento que tenía brillaba a pesar de sus excesos personales, de sus explosiones emocionales, pero era irregular. En el campo de juego podía ser genial un día pero mediocre o incluso desastroso al domingo siguiente. Todos los deportistas son irregulares, pueden tener días buenos o malos días, pero en el caso de Diego Armando los extremos eran radicales.

Intenso

Otros grandes atletas utilizan las fuertes cantidades de dinero que reciben en su actividad para vivir aislados en medio de grandes lujos. Se convierten en aristócratas contemporáneos, alejados de los orígenes humildes que muchos comparten.

Maradona usó también sus recursos para comprarse lujos, es cierto; pero, curiosamente, aquella parte de sus ingresos que empleó para comprar drogas y pasar la vida de fiesta en fiesta lo hicieron más cercano a los ojos de millones. Maradona no era un señorito encerrado en un palacio sino un hombre intenso que compartía los errores y las angustias de muchos de sus admiradores.

Hay gente que dice que los periodistas y los cronistas no deberíamos prestar atención a Maradona porque representa un mal ejemplo para los jóvenes. La sociedad no quiere, nos comentan, endiosar a un sujeto machista y grosero, drogadicto y borracho, amigo de dictadores como Fidel Castro y Hugo Chávez. Los ídolos deben ser un ejemplo para los jóvenes y no una invitación a desviarse.

Quienes mantienen esta posición, sin embargo, no entienden que los medios no fabrican a los ídolos sino simplemente responden a las reacciones de sus públicos. Maradona se ganó un lugar en el corazón de millones de argentinos y de personas de todo el mundo. No lo hizo porque haya sido perfecto sino precisamente por sus notorias imperfecciones. Los ídolos populares tienen que ser cercanos al pueblo. Y los defectos son mucho más poderosos para lograr esta cercanía que la perfección de un prócer de pedestal.