GUERRA Y DROGAS

“Debemos quitarle sustento al mercado negro”.

Sergio Sarmiento
Columnas
productor ivanmendez

El 4 de mayo de 2007, después del asesinato de cinco soldados en una emboscada en Carácuaro, Michoacán, el entonces presidente Felipe Calderón les rindió homenaje en el Campo Militar número 1 de la Ciudad de México: “Murieron como héroes —dijo— y como héroes serán tratados y recordados”.

La verdad es más triste. Nadie recuerda ya los nombres de esos soldados, ni de los cientos de miles de civiles inocentes, narcotraficantes, policías y soldados que han perdido la vida en esta guerra. En ese entonces escribí: “La muerte de los cinco soldados del 12 Batallón de Infantería es lamentable, pero más lo es saber que su muerte ha sido en vano… El problema de la lucha contra el narco es que, mientras subsista la demanda por las drogas, no se podrá alcanzar una verdadera victoria. Cada golpe contra las bandas organizadas, cada detención, cada confiscación, solo logra encrespar las aguas y fomentar el surgimiento de nuevos capos, cada vez más jóvenes, cada vez más ambiciosos, cada vez más desalmados”.

El presidente Calderón decía que él no había declarado una guerra contra las drogas, aunque en algunas ocasiones se le escapó la expresión. No hay duda, sin embargo, de que fortaleció las acciones militares de combate al narcotráfico con resultados muy pobres. El número de homicidios dolosos en el país se multiplicó, mientras que no hay indicios de que se haya registrado una reducción en el tráfico o en el consumo de drogas ni en Estados Unidos ni en México.

Las prohibiciones siempre han sido una muy mala forma de resolver problemas de salud pública. Lo vimos en la prohibición a la venta y consumo de alcohol en EU en las décadas de 1920 y 1930. Se registró entonces un incremento en la violencia vinculada al tráfico del alcohol, sin que hubiera una aparente disminución en el consumo. Lo mismo ha sucedido con la prohibición a las drogas y el uso de la fuerza para aplicar esta medida.

Olvido

El presidente López Obrador dijo que él haría las cosas de manera diferente. Ofreció una política de abrazos y no balazos, pero no hemos visto realmente un cambio de estrategia. De manera periódica la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena) da a conocer los números de detenciones y abatimientos de narcotraficantes y los volúmenes de confiscaciones de enervantes. Quizás el único cambio ha sido ya una abierta militarización del esfuerzo. La guerra contra las drogas es ya una verdadera guerra y no una simple metáfora.

El número de víctimas de homicidios dolosos se duplicó entre el gobierno de Vicente Fox, que registró 60 mil 280, y el de Calderón, cuando se alcanzaron 120 mil 463. En el de Enrique Peña Nieto la cifra fue de 156 mil 66. En lo que va del sexenio de López Obrador, hasta el pasado 3 de febrero, los homicidios son 145 mil 977. No todos están vinculados con el narco, pero la mayoría sí.

López Obrador tiene razón cuando dice que hay que cambiar la estrategia. La forma de hacerlo no es, por supuesto, repartir abrazos en vez de balazos a los criminales. Debemos empezar por una despenalización gradual de las principales drogas. La Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) ya determinó que el consumo de marihuana no debe ser penado, pero la legislación no ha sido enmendada. Debemos también quitarle sustento al mercado negro en otras drogas.

Recuerdo con tristeza la ceremonia del 4 de mayo de 2007 en la que el entonces presidente Calderón ofreció un homenaje a los soldados muertos en una emboscada y que dijo serían recordados como “héroes”. El olvido, sin embargo, se ha convertido en el colofón inevitable de su ausencia. Sus familiares saben que su muerte fue innecesaria.