JUGUETES POR DESPENSA

La mayor pesadilla es la que sufre ese 60% de la Población Económicamente Activa que vive en la informalidad.

Sergio Sarmiento
Columnas
Sarmiento1002.jpg

Es simplemente un niño de once años procedente de Los Reyes La Paz, en el Estado de México. Su nombre, Luis Ángel Martínez.

Este martes 26 de mayo llegó con su mamá, Susana, de 51 años, a la Ciudad de México y colocó una pequeña colección de juguetes en la acera de avenida Cuauhtémoc, casi esquina con Frontera. Los dos juguetes más grandes eran unos superhéroes de plástico. Había también unos cochecitos. Todos los juguetes eran viejos y en número no pasaban, quizá, de dos docenas.

Luis Ángel fue cuidadoso con los protocolos de salud que hoy prevalecen en la Ciudad de México y portó un cubrebocas negro. Lo que pedía a los transeúntes, pocos en estos tiempos de aislamiento, era una despensa a cambio de sus juguetes.

En el encierro en el que vive actualmente la mayoría de la clase media de México y el mundo se sufren muchas angustias. La posibilidad de contraer el nuevo coronavirus produce un gran temor. Para muchos el mayor miedo es contagiar a los padres y abuelos, que son particularmente frágiles ante la pandemia.

Para quienes viven en la pobreza, sin embargo, el hambre supera cualquier temor. Por eso siguen llenando los medios de transporte que los llevan de los municipios más pobres del Valle de México al centro de la capital, donde se concentra la actividad económica. De nada sirven las peticiones para que se queden en casa, ni las medidas criminales de las autoridades que restringen la circulación de vehículos o cierran estaciones con el aparente propósito de saturar lo más posible el transporte público.

En abril y mayo, según el presidente López Obrador, se ha perdido un millón de empleos formales. Los datos del IMSS señalan que quienes se han quedado sin trabajo son los que tienen salarios más bajos. Pero esto es nada más el problema de los que trabajan en la economía formal, los cuales tienen más protección que los demás. La mayor pesadilla es la que sufre ese 60% de la Población Económicamente Activa que vive en la informalidad. Ellos no tienen indemnizaciones ni protecciones sociales. De un día para otro se quedan sin ingresos.

Amenaza

México empezará ahora un lento proceso de apertura económica. Muchos políticos, y personas comunes y corrientes de buena fe, están en contra. La información sobre la pandemia les ha hecho creer que un contagio es una sentencia de muerte. Se niegan a salir, pero además insisten en que el resto de la población sea recluido, aunque sea a la fuerza. Son, por supuesto, personas que tienen los suficientes ingresos o ahorros para sobrevivir sin actividad económica.

Para los pobres esa opción no existe. Quedarse en casa es una condena de muerte lenta y mucho más segura que la del coronavirus. Salir a la calle ofrece cuando menos la posibilidad de obtener algún recurso.

Hay quien dice, por supuesto, que el dinero no importa cuando existe el peligro de contraer la enfermedad y morir por ella. Pero esto solo lo dicen quienes tienen cuando menos algo de dinero.

Cuando un niño de once años se ve obligado a vender sus juguetes humildes, cuando ofrece intercambiarlos por una despensa, está haciendo el máximo sacrificio a su alcance. Nadie puede cuestionarlo a él, ni a su madre, de haber salido a la calle. El caso de Luis Ángel debe forzarnos a ver que para millones de personas en nuestro país la peor amenaza no es la posibilidad de contraer una enfermedad sino la de no tener qué comer al día siguiente.