RECUPERAR LA LIBERTAD

Sergio Sarmiento
Columnas
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La pandemia es real y peligrosa. Después de este difícil año es imposible negarlo. Como sociedad debemos tomar medidas eficaces para contenerla pero es importante asegurar que el remedio no cause más daño que la enfermedad.

El pasado 23 de marzo se anunció en México una Jornada Nacional de Sana Distancia. La idea original era cerrar las “actividades no esenciales” durante cuatro semanas, hasta el 19 de abril, con el fin de detener el avance del Covid-19. Este cierre provocó pérdidas económicas enormes y afectó mucho más a quienes menos tienen, tanto por las pérdidas de ingresos como por la desaparición de empleos formales e informales. Por otra parte las definiciones sobre qué era esencial y qué no resultaron discrecionales.

El sacrificio no sirvió de nada. Los contagios no se detuvieron sino que aumentaron de forma muy importante. El cierre de actividades se aplicó hasta el 30 de mayo, cuando se tomó la decisión de ir abriendo gradualmente las actividades. Algunas, sin embargo, se mantuvieron cerradas y lo están todavía. Es el caso, por ejemplo, de las escuelas y de los bares.

Los estragos de la pandemia han seguido creciendo. El 23 de marzo, cuando se decretó la Jornada Nacional de Sana Distancia, México registró 51 contagios y dos muertes. Este pasado 16 de diciembre las cifras fueron de diez mil 297 contagios y 670 muertes. Debido a que México aplica muy pocas pruebas las cifras verdaderas son en realidad mucho más altas.

La sociedad está obligada a tomar medidas sanitarias, es cierto, pero estas deben ser eficaces. El uso de cubrebocas o mascarillas, por ejemplo, es una acción sensata, de costo muy reducido, que los especialistas nos dicen disminuye de manera significativa los contagios. Por otra parte la industria farmacéutica internacional, tan vilipendiada, ha respondido al reto produciendo en menos de un año varias vacunas para esta infección.

Costo

El gobierno no debe seguir aplicando políticas de cierre de la economía o de la educación, que no son eficaces, pero que sí tienen un costo muy elevado para la sociedad. Estas medidas violan las libertades individuales, elevan de manera muy importante los niveles de pobreza, generan enfermedades sicológicas y sociales, y han constituido un golpe muy duro contra la educación.

Las autoridades tienen la obligación de velar por la salud pública pero también por el bienestar económico de la sociedad. Otra responsabilidad igualmente importante es salvaguardar las garantías individuales. Quizá la sociedad podría aceptar ciertos abusos de autoridad si esto ayudara realmente a frenar la pandemia, pero nuestro país ha corrido con el costo del cierre sin que haya habido ningún beneficio en la salud.

Parte del problema es que hemos sufrido dos pandemias. Una proviene de un coronavirus oportunista, que ha sabido brincar de los murciélagos al género humano en busca de un ambiente que le permita reproducirse; pero la otra procede del miedo y de la ignorancia. Ha habido esfuerzos muy importantes para combatir la primera, pero no la segunda.

El mundo está a punto de cumplir un año desde que empezó esta pandemia. Minimizarla, como hicieron los presidentes Donald Trump de Estados Unidos o Jair Bolsonaro de Brasil, fue un error muy grande. Pero las medidas de contención que han aplicado muchos países no han funcionado para detener la enfermedad, aunque sí para destruir prosperidad.