SIN CONCESIÓN

Trump recurre a todas las argucias legales posibles para defender una victoria que no ha obtenido en las urnas.

Sergio Sarmiento
Columnas
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Al escribir este artículo todavía no hay una decisión formal sobre el ganador de la elección presidencial de Estados Unidos. El candidato demócrata, Joe Biden, parece estar a un paso de lograr la victoria pero no será fácil darlo. No se trata solo de terminar los conteos de boletas emitidas que le aseguren cuando menos los 270 votos del Colegio Electoral que lo convertirán en el próximo presidente de EU sino que el candidato republicano, el presidente Donald Trump, toma todas las medidas legales posibles para cerrarle el camino.

Esta actitud no es característica del sistema político estadunidense. Si bien todo se vale en las contiendas electorales, que son bastante más libres en la Unión Americana que en México, los candidatos perdedores usualmente reconocen el triunfo del ganador en el momento en que se vuelve evidente. La “concesión”, el reconocimiento del triunfo del rival, es uno de los rituales más importantes del sistema político estadunidense. No es solo un ejemplo de buena educación sino una expresión del espíritu democrático de Estados Unidos.

No parece, sin embargo, que el presidente Trump vaya a ofrecer una concesión. Su posición es reconocer solamente un triunfo, nunca una derrota. No le interesa manifestar una educación personal o política de la que carece sino simplemente luchar por el poder. Por eso recurre a todas las argucias legales posibles para defender una victoria que no ha obtenido en las urnas.

Trump no es, por supuesto, el único político del mundo con esta actitud. En México es muy raro que un candidato derrotado ofrezca un reconocimiento del triunfo de un rival. Todos se dicen víctimas de fraude electoral, como Trump. Ninguno piensa que el pueblo sabio pueda rechazarlos.

El presidente Andrés Manuel López Obrador es un ejemplo. Nunca ha reconocido una derrota electoral. Sostuvo que fue víctima de fraudes en las elecciones de Tabasco de 1988 y de 1994, así como en las presidenciales de 2006 y 2012. En todas ellas organizó protestas. No cuestionó, sin embargo, las elecciones en las que triunfó, en la Ciudad de México en 2000 y en la presidencial de 2018. En estas, afirma, prevaleció a pesar de los esfuerzos de la mafia del poder por negarle el triunfo a la mala.

Lamentable

Trump tiene una actitud similar. No ve razón para aceptar una derrota. Antes de los comicios de 2016 afirmó públicamente que solo reconocería la legitimidad del proceso si ganaba. Lo mismo ha hecho en este 2020.

Supongo que negarse a aceptar una derrota es una táctica eficaz. Las movilizaciones de López Obrador le permitieron una visibilidad que lo llevó de la provinciana política de Tabasco a la presidencia nacional del PRD y de ahí a las tres postulaciones a la Presidencia de la República que concluyeron con su triunfo en 2018. En el caso de Trump la testarudez le permitió convertirse en presidente de la nación más rica y poderosa del mundo a pesar de no haber tenido ninguna experiencia política previa.

Para quienes pensamos que la política no debe ser una descarnada lucha por el poder sino una vocación de servicio público, la capacidad de conceder es crucial. Tener la humildad de reconocer que el pueblo puede tomar decisiones con las que uno no está de acuerdo es indispensable para ser un buen servidor público. Por eso es tan lamentable que Trump haya abandonado esa sana costumbre de la clase política de Estados Unidos, que en México nunca ha existido.