Hace mal el presidente en no meterse, pero peor el Tribunal Electoral por meterse hasta la cocina.
El proceso de selección de la nueva dirigencia de Morena es muy importante para el país. Morena es, después de todo, el partido de gobierno. Tiene en sus manos no solamente la Presidencia de la República sino mayorías en las dos cámaras del Congreso. Es favorito para ratificar su posición en 2021 en la Cámara de Diputados y para ganar muchos de los 15 gobiernos estatales que se disputarán. A todos nos importa quiénes ocuparán los cargos de dirección del partido.
López Obrador, sin embargo, ha dicho en innumerables ocasiones que “el presidente no se mete en cosas partidistas, no es jefe de grupo ni de facción, es jefe del Estado”. De acuerdo. Nadie espera que el primer mandatario quiera también ser un simple jefe de partido. Pero es un error darle la espalda a la organización. El partido es, en buena medida, un instrumento para gobernar. La ausencia absoluta de López Obrador genera problemas internos muy importantes que pueden tener repercusiones en el gobierno y en el país.
Absurdo
Si bien Martí Batres era presidente de Morena cuando este se constituyó en partido, el 1 de agosto de 2014, no había duda de que lo dirigía López Obrador. Todos los militantes, incluido Batres, aceptaban sin chistar las decisiones del jefe. El propio Andrés Manuel asumió la presidencia el 20 de noviembre de 2015 y la mantuvo hasta el 12 de diciembre de 2017, tras convertirse en candidato presidencial. Yeidckol Polevnsky lo sucedió y trató de mantenerse en el puesto hasta que perdió la batalla frente a Alfonso Ramírez Cuéllar el 26 de enero de 2020. Permaneció, sin embargo, como secretaria general y hoy busca regresar a la presidencia.
Yeidckol debió haber sido reemplazada en noviembre de 2019 por un dirigente surgido de una elección interna pero ella misma afirmó que el padrón de militantes, de más de tres millones, no era confiable. Por otra parte, en las asambleas internas para conformar el consejo nacional que elegiría a la nueva dirigencia se presentaron intolerables actos de violencia.
Morena debió usar las enormes cantidades de dinero público que empezó a recibir en 2019 para depurar su padrón, en lugar de comprar inmuebles de cuestionable utilidad. Sus dirigentes, por otro lado, debieron haber usado su tiempo y esfuerzo para promover una mayor unidad, en lugar de pelearse entre sí en busca de una mayor tajada de poder.
El Tribunal Electoral tenía razón en ordenar a Morena que renovara su dirigencia con base en sus propios estatutos. Lo cuestionable es que haya obligado, primero, a que el proceso se llevara a cabo en una encuesta abierta entre militantes y simpatizantes y, después, cuando todos los que quisieron se apuntaron como candidatos, decidiera que la convocatoria no era válida porque fueron más los hombres que las mujeres que se inscribieron. Es absurdo que un tribunal formado por cinco hombres y dos mujeres haya ordenado a Morena tener paridad en su dirigencia en vez de equidad de género.
Morena sufre el peor de los mundos. El único dirigente que tiene autoridad moral en el partido, el presidente López Obrador, ya no quiere saber nada de él. Los magistrados electorales, mientras tanto, quieren ser ellos los que definan quiénes pueden ser o no dirigentes. Es un coctel explosivo y negativo que no augura nada bueno ni para el partido ni para el país. Lo único que no vemos en el proceso es democracia y reglas claras.