UNA DIFÍCIL NAVIDAD

No tiene sentido encerrarse en una madriguera para una jornada que debió haber durado un día.

Sergio Sarmiento
Columnas
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No puede ser una Navidad fácil. Más de 120 mil personas han fallecido de Covid en México y más de 1.7 millones en el mundo. Los confinamientos económicos han hecho que millones queden sin empleo. Después de años en que las cifras de pobreza y miseria caían de manera sistemática en el planeta y en el país, hoy tenemos un incremento que rebasa lo que parecía posible en un solo año.

La Navidad es una festividad familiar gozosa por naturaleza, que contrasta con la Semana Santa porque no tiene un carácter religioso tan pronunciado. La Semana Santa está marcada por el dolor, por la tortura y el sacrificio de Jesús en la cruz, que el festejo de resurrección no alcanza a borrar. La Navidad, en cambio, es una celebración de alegría por el nacimiento de un niño y la esperanza que representa. Por eso ha podido extenderse por el orbe, incluso en países que no son cristianos.

La Navidad suele reunir a las familias que se encuentran disgregadas por el mundo. Es la ocasión para el abrazo entre hermanos o primos que se han visto separados por la distancia física o por pleitos familiares o diferencias políticas. Hoy el abrazo es más difícil pero no imposible.

Yo he decidido tener una reunión familiar… pequeña, pero reunión al fin. Después de nueve meses de separación es importante restablecer una cercanía física con quienes más queremos. Esto no lo entendieron los políticos que decretaron una Jornada Nacional de Sana Distancia el 23 de marzo.

El término “jornada” significa etimológicamente “un día”, pero los gobernados entendimos que su uso era figurativo. El gobierno afirmó en un principio que duraría cuatro semanas, hasta el 19 de abril, pero las autoridades la mantuvieron hasta el 30 de mayo, cuando decretaron la “nueva normalidad”, que ciertamente no ha sido normal. Lo curioso es que la pandemia, lejos de quedar domada, siguió creciendo de manera sistemática.

Vivir

Otros países tuvieron una primera oleada de Covid seguida por una remisión, a la que ha sobrevenido una segunda oleada. En México las cosas no han sido así. La pandemia nunca dejó de crecer, a pesar de que ya se han cumplido nueve meses desde que se decretó aquella original jornada de sana distancia. Si bien nos dijeron que las acciones del gobierno eran un ejemplo para el mundo, este 19 de diciembre se decretó una nueva alerta en la Ciudad de México y el Estado de México por la saturación de hospitales. Hoy nos dicen también que las restricciones durarán cuatro semanas, hasta el próximo 10 de enero, pero ya nadie cree en estas previsiones.

Los gobernados podremos encerrarnos con miedo en nuestras casas y abstenernos de ver a nuestros seres queridos. Se irán sin despedida algunos de nuestros amigos y parientes, también encerrados en sus casas. La otra opción es entender que la enfermedad estará con nosotros todavía un buen tiempo, hasta que las infecciones naturales o las inyecciones vacunales nos den esa inmunidad de rebaño que, a lo largo de la historia, nos ha defendido de las epidemias; tendremos que tomar medidas sensatas de protección, como usar mascarillas y mantener la mayor distancia que podamos pero sin dejar de vivir y de querer a los nuestros.

Yo he celebrado este año la Navidad con tristeza, pero con decisión. No tiene sentido encerrarse en una madriguera para una jornada que debió haber durado un día pero que ya lleva nueve meses sin haber mostrado eficacia.