BOICOT A LA VISTA

“El deporte no es ajeno a la política mundial”.

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Alejandro Zárate
Columnas
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A un año del inicio de la guerra de invasión de Rusia sobre el territorio ucraniano la principal justa deportiva abre el debate frente a la intención de permitir a los atletas rusos participar en los Juegos Olímpicos de París 2024, una postura que quebrantaría la geopolítica deportiva con consecuencias como podría ser el primer boicot del siglo XXI.

Durante las primeras semanas de la invasión varias ligas, federaciones y entidades deportivas marcaron su postura de excluir al país euroasiático de sus respectivas competencias.

Rusia fue descalificada de las eliminatorias mundialistas rumbo a Catar 2022, su Gran Premio de Fórmula 1 se canceló y hasta torneos como Wimbledon no permitieron la participación de sus tenistas. Solo son algunas muestras del repudio al conflicto bélico que ahora alcanza sus primeros doce meses sin que se vislumbre un fin cercano.

Este escenario provoca que el Comité Olímpico Internacional (COI) analice la posibilidad de que los atletas rusos participen en los eventos clasificatorios rumbo a París 2024 bajo banderas neutrales.

Con este anuncio del COI se abre el debate sobre si es una decisión acertada y si países opositores a la guerra estarían dispuestos a competir en la misma justa con la presencia de atletas rusos, aunque no usen sus colores patrios.

Argumentos

El deporte nunca ha estado exento de ser partícipe de la política mundial. La relación entre los países es una simbiosis que a lo largo de la historia se utiliza para legitimar gobiernos, promocionar ideologías y hasta orquestar crímenes de Estado.

La ATP es una de las pocas giras deportivas que ha permitido competir a rusos bajo banderas neutras, con base en el argumento que es un deporte donde compiten individuos y no equipos nacionales. Sin embargo, ya se demostró en el Abierto de Australia que hay grupos partidarios de Vladimir Putin que aprovechan la presencia de sus atletas para manifestar su apoyo a la invasión desde las tribunas con pancartas y símbolos rusos.

El COI argumenta que la universalidad del deporte busca integrar a una humanidad incluyente. Pero es el mismo organismo que en su momento excluyó a Sudáfrica de las justas entre 1964 y 1988 debido a las leyes del Apartheid; o que expulsó a Alemania y a Japón de los Olímpicos de Londres 1948 por sus actos bélicos durante la Segunda Guerra Mundial.

De incluir a atletas rusos en la justa veraniega, que impulsa un mensaje de paz y unidad, generaría un escenario donde otras delegaciones tomarían la decisión de no participar en los olímpicos parisinos. Un boicot contra Rusia como no se ve desde la Guerra Fría, cuando en Los Ángeles 1984 un total de 14 países del bloque socialista renunciaron a la justa, de la misma manera que 66 delegaciones lo hicieron cuatro años antes, en Moscú 1980.

El deporte en el contexto del siglo XXI ha demostrado no ser ajeno a los conflictos sociales. Su rol activo es parte de la identidad de las nuevas generaciones y con miras a París 2024 no se vislumbra un escenario que tolere la indiferencia que plantea el COI. El Fair Play de hoy incluye elementos que están más allá de lo que sucede dentro de los límites de un campo deportivo.

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