EL DÍA EN QUE SER MEXICANO EN LONDRES LO ERA TODO

“Un sentimiento que las palabras no alcanzan para describir”.

Alejandro Zárate
Columnas
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Ser mexicano en los pubs de Londres era sinónimo de aplausos, abrazos y hasta invitaciones de cerveza. Los british festejaban a todo aquel que portara una playera de México o, por lo menos, tuviera cara de ser mexicano. La selección Sub 23 acababa de ser campeón del futbol olímpico. Había derrotado al poderoso Brasil en el sagrado Wembley, la catedral del balompié británico.

Diez años han pasado desde que México disfrutó la gloria de una medalla de oro, la última vez que se escuchó el Himno Nacional mexicano en un podio de Juegos Olímpicos, el momento más sublime en la poca destacada historia internacional del futbol tricolor.

Sí, era Brasil. Los pentacampeones en su intento por ganar el único torneo de futbol que no habían conquistado. Pero ahí estaba la esperanza de once jugadores dirigidos por Alfredo Tena y respaldados por una fiel afición azteca que creyó en lo imposible.

Desde el Metro, los aficionados de la canarinha eran mayoría. Cantaban, coreaban los recuerdos a Pelé y sentían que ese 11 de agosto de 2012 sería finalmente el día en que ganarían su primer oro olímpico. Venían de cinco victorias en cinco partidos disputados, con tres goles anotados en cada uno de sus triunfos. Eran los amplios favoritos.

Pero eso no evitó que algunos miles de aficionados tricolores se las ingeniaran para conseguir sus boletos. Había muchos británicos, quienes compraron anticipadamente sus boletos porque al inicio de la justa pensaban que su selección llegaría a la final de su deporte favorito y que harían valer su localía como anfitriones de la justa olímpica.

Euforia absoluta

Cuando Oribe Peralta anotó el primer gol al inicio del partido, me uní a los miles de aficionados impulsado por un brinco de alegría pese a estar en el palco de prensa junto a unos periodistas brasileños. Había perdido la compostura pero, ¡carajo!, ¡gol de México en Wembley! ¡Y ante Brasil!

Después vino una segunda anotación de Peralta y la esperanza crecía. Ya para ese momento del partido los londinenses se habían contagiado de la euforia de los mexicanos. Festejaban en las salvadas de Jesús Corona o los remates de Marco Fabián y Javier Aquino. Cada centro de los sudamericanos hacía contener el aliento, mientras los jugadores murmuraban “jiricocho, jiricocho”, para que el balón no fuera rematado por los brasileños.

Hulk puso dramatismo a la final con su anotación, pero finalmente el árbitro Mark Clattenburg pitó el final del partido y con ello se concretó el 2-1 final. Euforia absoluta. Así también algunas lágrimas por ver la bandera en lo más alto del podio y a los jugadores orgullosos con sus medallas áureas.

México por primera y única ocasión apareció en los noticiarios de las televisoras inglesas. Los bares londinenses se convirtieron en centros de reunión para festejos mexicanos con música en español y litros de tequila que aparecieron de la nada.

Los nombres de los 18 futbolistas reposan eternamente en el muro de medallistas en el Comité Olímpico Mexicano y también en la historia del futbol nacional como el mayor éxito alcanzado (aunque algunos discuten la conquista de la Copa Confederaciones de 1999).

Un recuerdo del día en que ser mexicano en Londres representó un sentimiento de orgullo que las palabras no alcanzan para describir.