“PRETENDO QUE MIS LIBROS SEAN UNA EXPERIENCIA”

Guillermo Arriaga

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Héctor González
Hector González
Cultura
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A lo largo de su vida Guillermo Arriaga (1958) ha aprendido a vivir con la violencia. Creció en la Unidad Modelo, al sur de la Ciudad de México, un barrio no precisamente blando. Además es un asiduo cazador con arco y flecha, “nunca con escopeta”, advierte.

Ganador del Premio Alfaguara de Novela 2020 por Salvar el fuego, una historia improbable de amor entre José Cuauhtémoc, un ex convicto, y Marina, una bailarina de danza, en el marco de un país sumido en la corrupción y la impunidad, Arriaga realiza la promoción del libro desde casa.

La pandemia por Covid-19 lo tiene encerrado atendiendo las entrevistas por teléfono o Skype. Pero no todo es malo, sostiene el también autor de El salvaje, Un dulce olor a muerte y Amores perros, ya que el confinamiento le da tiempo para releer y ver bastantes películas.

—El libro empieza con un manifiesto que dice: “El país se divide entre los que tienen miedo y los que tienen rabia”…

—Ese manifiesto lo escribe José Cuauhtémoc para provocar y crear un documento político para los presos en la cárcel. En lo personal pienso diferente; sin embargo, sí hay una parte del país con miedo y otra con rabia. Quien tiene algo que perder, un trabajo, casa o familia, puede padecer miedo. Pero a quienes no tienen nada que perder les queda el coraje.

—¿Escribió Salvar el fuego desde el miedo o desde el coraje?

—Se escribe desde la felicidad que implica vivir de esto. Lo mejor que me puede pasar es escribir: es adictivo y lo hago desde una posición privilegiada. Salvar el fuego es una historia de amor improbable, no romántica pero sí de amor en una parte convulsa del país. Quería mostrar a dos personajes en situaciones extremas y que de no haber sido por la casualidad jamás se hubieran topado.

—Este tipo de historias lo acompañan desde El búfalo de la noche…

—Tienes razón, es algo que me ha interesado siempre. En El búfalo de la noche escribí la relación de una joven con un chico esquizofrénico. Me gusta explorar las posibilidades del amor en situaciones extremas. Comencé a pensar Salvar el fuego desde que escribí 21 gramos. En la cárcel nunca sabes quién te puede agarrar ojeriza. No obstante, incluso en esos contextos hay espacio para la solidaridad y el filo humano. No es conveniente ver las cosas en blanco y negro: siempre hay matices.

—¿La coincidencia de José Cuauhtémoc y Marina, personajes opuestos, obedece a una cuestión de destino o de causalidad?

—No creo en el destino y sí en las circunstancias. Hay quienes tienen la posibilidad de llevar su vida hacia donde quieren y quienes son arrastrados por su condición a situaciones muy ajenas. Por supuesto hay también cuestiones impredecibles. ¿Quién iba a pensar que una pandemia iba a cancelar mi gira de promoción, una boda o los Juegos Olímpicos? No es una cuestión del destino sino de la circunstancia y el chiste es ver qué capacidad tiene el individuo para ir hacia donde quiere a pesar de la adversidad.

Corrupción

—¿En este esquema dónde queda la libertad?

—La libertad radica en que tú decides la dirección, aunque es verdad que las circunstancias te descarrilan. Siempre me ha dado curiosidad descubrir cuánto de mí puede tener un personaje frente a una circunstancia determinada. Es lo que se planteaba Milan Kundera en La insoportable levedad del ser: quiénes son gente pesada que va en una dirección y no se mueven por nada; y quiénes son personas ligeras que deciden flotar para ver a dónde los llevan las circunstancias. Perdemos la libertad cuando las vicisitudes ya no te atañen y empiezas a obedecer a criterios de otros. Y eso no necesariamente implica la cárcel sino absorber las preconcepciones que se tienen a partir de cuestiones como la clase social.

—¿Cómo escribir desde la violencia sin dejar de tomar en cuenta valores como la solidaridad o la compasión?

—La violencia no es solamente producto del mal. Se engendra por circunstancias políticas, sociales, económicas, personales y familiares. Para aprender a manejarla lo mejor es acercarse al lado humano de quienes la ejecutan. Decía Faulkner que un novelista debe amar a sus personajes como una madre ama tanto a su hijo abogado como a su hijo ladrón. Hay que acercarse a ellos con amor, comprensión y entendimiento.

—Buena parte de su obra busca entender cómo se enquista la violencia en el ser humano.

—Sí, pero no perdamos de vista que así como se enquista la violencia se enquistan valores como la solidaridad, la generosidad, la amistad y el amor. He vivido de cerca la violencia extrema en la calle y a veces no queda más que convivir con quien te la propinó, porque puede ser tu vecino. Es decir, la violencia es algo mucho más complejo.

—Habla de solidaridad y amor, pero en su novela hay también corrupción enquistada.

—¿Será que cada pueblo tiene los gobernantes que se merece? No lo sé. En el gobierno hay muchos vivales y delincuentes que entran solo para enriquecerse por la vía legal, como también algunos pedófilos buscan ser maestros o sacerdotes. Sin duda la corrupción y la impunidad son dos grandes temas, por eso me interesa tratarlos y mostrar sus consecuencias en los ámbitos criminales. Necesitamos preguntarnos ¿por qué toleramos a los corruptos? Más allá del gobierno nos falta reflexionar sobre lo que somos como ciudadanos. Ojalá Salvar el fuego aporte algo.

—En este sentido una aspiración muy clara de sus libros es conmover.

—Pretendo que mis libros sean una experiencia y no solo un placer estético. Procuro llevar al lector por una gama de emociones. Generar sanación, pero a la vez dolor y heridas.

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