El humor latinoamericano no sería igual sin Joaquín Salvador Lavado Tejón, más conocido como Quino (1932-2020). Si pocos saben que la última tira de Mafalda se publicó en 1973 es porque el personaje se convirtió en parte del imaginario colectivo de una región y llegó a ser tan traducido casi como Jorge Luis Borges o Julio Cortázar.
Ganador del Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades en 2014, marcó una impronta en la gráfica y la crítica social que se mantiene vigente.
De origen argentino, le decían Quino en honor a su tío Joaquín. Pasó la mitad de su vida en Europa. Se alimentó de la cultura y el arte para transformarlo en viñetas o historietas que como ningún otro dibujante lo llevó a traspasar fronteras.
Amigo suyo, el cartonista argentino Miguel Repiso Rep le reconoce una suerte de paternidad creativa. “Era de la misma edad de mi padre: nacieron con ocho días de diferencia”. Como fue el caso de muchos la puerta de entrada al trabajo de Quino fue Mafalda: “Comencé a leerla después de 1973, es decir, cuando había dejado de publicarla. Más tarde llegué a sus trabajos para los diarios, que son menos conocidos, pero desde mi punto de vista mejores”.
A diferencia de Eduardo del Río Rius en México, el argentino supo captar el ambiente global y no local de su época. Tan es así que para el mexicano Bernardo Fernández Bef fue una lectura fundamental. “No exagero si digo que su trabajo definió mi vocación”, expresa. Lo ubica como el integrante más distinguido de una “generación prodigiosa de caricaturistas e historietistas latinoamericanos en la que incluiría a Rius, Fontanarrosa y Sergio Aragonés. Sin embargo él fue el más conocido por el alcance universal de su trabajo”.
A juicio de Bef, incluso, el trabajo de Quino tiene las dimensiones de la mejor literatura latinoamericana.
“Para mí los tres gigantes de la literatura argentina son Borges, Cortázar y Quino. Cada tira de Mafalda es un pequeño haiku de luz, aunque el suyo no era precisamente un humor optimista sino más bien desencantado. Es un latinoamericano tan universal como García Márquez”.
Hombre de perfil bajo
El dibujante argentino vivió con un pie en su país y otro en Milán. Rep lo conoció en una muestra en Buenos Aires y después se reencontraron en Cuba. Una antigua pareja suya, amiga de la familia de Quino, fue el puente que fortaleció lo que con el tiempo se convirtió en una sólida amistad. “Coincidimos en nuestro gusto por el vino, bebida que idolatraba. Nuestra coincidencia fue tal que hace cuatro años publiqué un libro sobre el vino argentino y se lo dediqué”.
La amistad, añade Rep, nunca dio pie para que Quino asumiera un rol de maestro ante el joven discípulo. “Nunca dio una clase y escapaba a la condición de maestro. En principio era parco y lacónico, pero conforme pasaban los vasos de vino se volvía más cariñoso. A medida que me adoptó como un colega platicábamos de trivialidades. De vez en cuando me comentaba algo sobre mi trabajo y era implacable. Si algo no le gustaba me decía: ‘Miguelito, ¡qué hiciste hoy!’ Por él dejé de dibujar una serie. Me advirtió que era una porquería. Así era de sincero, a pesar de ser una persona de bajo perfil. No hablaba de él y evadía la fama”.
Pese a que siempre fue reacio a encasillarse como el autor de Mafalda, la saga de la pequeña a quien no le gustaba la sopa e intentaba descifrar la complejidad de su época se convirtió en su obra clásica. La publicó de 1964 a 1973. Después vino la perpetuidad de un personaje fundamental dentro del imaginario latinoamericano.
Bef sostiene que la historieta alcanzó el rango de clásico porque creó arquetipos. “Cada personaje tiene un rasgo del espíritu humano con el que el lector puede sentir empatía. Ella es una niña que ve con desconfianza al mundo, pero al mismo tiempo le tiene un gran amor a la humanidad. El dibujo es muy proyectivo y a través de sus muñequitos se filtra una persona luminosa. Me parece admirable que en la cúspide de esa historieta renunciara a ella para no sentirse esclavizado”.
Posterior a Mafalda publicó al menos 20 libros más. “Sin duda es uno de los grandes genios mundiales de la tira cómica y del humor gráfico en formato breve. Deja detrás una obra monumental y millones de seguidores de todas las edades”, añade Bernardo Fernández.
Miguel Repiso Rep reconoce que con esa saga Quino afinó la puntería. “Fue un joven cuando los jóvenes empezaron a estar de moda. Fue contemporáneo a Los Beatles y en sus tiras se nota, como también es evidente su sintonía con el feminismo. Sin duda fue un pensador que se alimentó de la cultura europea y urbana; era un gran lector y consumidor de cine, plástica y ópera. Ideológicamente venía de una familia republicana y eso lo llevó hacia una izquierda chic. Mantuvo un inconformismo por las estructuras de poder, algo iconoclasta que notamos en Mafalda y que fue más allá de lo coyuntural. Una obra alcanza la estatura de un clásico cuando sobrevuela su época y la transforma a partir de encontrar lo esencial y Quino supo hacerlo”.
Los últimos años de Quino fueron oscuros. Prácticamente ciego, su capacidad física también disminuyó. Abandonó el trazo hace más de una década y se acentúo la amargura de su mirada. Rep recuerda que todavía habló con él el 17 de julio. “Lo llamé a Mendoza, donde falleció, y le pregunté aludiendo a la pandemia: ‘¿Cómo lo ve?’ Solo atinó a responder: ‘Lo veo nublado’. Supongo que así estaba el día, pero a la vez atrás de su comentario estaba la metáfora de su forma de entender el presente. Quino se fue en un tiempo que no tuvo la capacidad de juzgar. Nos quedó a deber su opinión sobre la pandemia”.