VICENTE ROJO: EL HOMBRE QUE ILUMINÓ EL ARTE ABSTRACTO

Mis manos me representan: ellas simbolizan toda mi relación con el mundo.

Hector González
Cultura
MÉXICO, D.F. 01MARZO2012.- La obra escultórica “Alfabeto Abierto” de Vicente Rojo, será inaugurada el próximo viernes 2 de marzo, a las 13:00 hrs. en la Escuela Nacional de Artes Plásticas, plantel Xochimilco. La obra consta de una estructura tabular (relieve horizontal) en acero inoxidable de 4.00 x 16.00 m. anclada a un muro color blanco, se encuentra ya desde principios de año en el pasillo principal de la ENAP  Xochimilco, formando parte del patrimonio universitario y en espera de su inauguración oficial.
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“¿Qué clase de trabajador soy yo? Escojo una respuesta más sencilla o quizá más complicada: trabajar por la cultura es trabajar por la vida”, escribió en su Diario abierto el artista plástico y diseñador de origen español Vicente Rojo (1932-2021).

Aquel volumen, quizás el más personal de los testimonios escritos de quien llegó a México en 1949 y desde entonces encontró aquí su lugar de residencia, lo publicó el sello Era, el mismo que fundó en 1960 junto con José Azorín y los hermanos Neus, Jordi y Quico Espresate, y que con el tiempo se convirtió en una firma seminal de la literatura mexicana por la que pasaron ediciones históricas de Juan Rulfo, Carlos Fuentes, Elena Poniatowska y José Revueltas.

En su momento a Rojo se le inscribió dentro de la Generación de la Ruptura, junto a figuras como José Luis Cuevas o Manuel Felguérez. Su distanciamiento de la Escuela Mexicana de Pintura, que incorporó el arte figurativo a un discurso político y revolucionario, fue radical.

Vicente Rojo no solo encontró en el arte abstracto su veta creativa sino que también reivindicó la importancia del diseño como una manifestación transformadora. Las portadas que hizo para los libros de Era marcaron un punto de inflexión en el trabajo editorial de la segunda mitad del siglo XX mexicano.

“Me interesa la cultura, que significa la práctica permanente de civilidad, donde lo personal y lo colectivo encuentren su equilibrio, donde la convivencia de las ideas permita que las más extrañas e insólitas de las individualidades no solo sean respetadas sino alentadas, una práctica cultural que haga posible que nazcan utopías y se desarrollen los sueños propios y los compartidos, que no esté falsamente dividida ni fragmentada: en la que la llamada alta cultura y la conocida como cultura popular sean dos extremos que se sumen para darle a la vida imaginación y hondura. Yo me hago la ilusión de haber contribuido como pintor, escultor y diseñador gráfico a la difusión de esa cultura”, precisó el artista en aquel volumen.

Desde su llegada a México, a los 17 años, se incorporó al estudio de la plástica. Se inscribió en la Escuela de Artes Plásticas La Esmeralda pero la abandonó para trabajar como asistente del pintor Miguel Prieto en la oficina de Ediciones del INBAL. Poco después Fernando Benítez, quien lo describió como un hombre pálido y silencioso, lo integró al suplemento México en la Cultura.

Otra influencia importante fue la del pintor Arturo Souto, quien le mostró el color y le recomendó conocer la disciplina pictórica.

Sin dejar de lado la plástica trabajó en la icónica Imprenta Madero y en la Revista de la Universidad de México, publicaciones que lo ubicaron dentro de la crítica de vanguardia en nuestro país. “En México encontré la libertad (o al menos mi libertad). Hoy puede resultar muy difícil aceptar y entender la posibilidad de aquella luz tan brillante; pero cuando llegué para mí esa imagen tan poderosa era algo que no había vivido ni conocía hasta entonces. Y, poco a poco, comencé mi formación cultural como un joven mexicano ávido de aprender”, recordaba.

Artista prolífico

Rojo fue reacio a considerar a la Generación de la Ruptura como un movimiento: prefería verlo como una manifestación de continuidad o evolución.

A partir de 1980 comenzó a alternar la pintura con la escultura para enriquecer su trabajo, en cuyo centro alentó la necesidad de reflejar, como en un juego de espejos, dos soledades: la del creador y la del posible espectador.

“Mis manos me representan; ellas simbolizan toda mi relación con el mundo”, solía decir Vicente Rojo. Curioso e incansable trabajó casi hasta el final de su vida. Entre las últimas creaciones que realizó destacan proyectos de obra pública y privada, incluyendo el vitral iluminado del edificio del Monte de Piedad, el cual le significó un desafío porque no había trabajado con anterioridad la técnica vitralística. También el monumental jardín urbano ubicado en el Antiguo Hostal de Santo Tomás de Villanueva, posteriormente Hotel de Cortés, que fue remodelado para fundar el Museo Kaluz de Arte Mexicano; y el Memorial de Octavio Paz, que consiste en dos esculturas ubicadas en el Antiguo Colegio de San Ildefonso.

Apenas el pasado 15 de marzo la Secretaría de Hacienda le rindió homenaje por la celebración de su 89 aniversario.

“Todos los homenajes serán pocos para Rojo. Creador emérito, Premio Nacional, miembro del Colegio Nacional, influyó en el pensamiento y obra de generaciones en el diseño, pintura, escultura y literatura”, dijo al informar de su muerte Alejandra Frausto Guerrero, titular de la Secretaría de Cultura. Añadió que en breve, además, se realizará una gran muestra retrospectiva en su honor en el Museo de Arte Moderno.

A lo largo de su carrera obtuvo toda clase de reconocimientos, entre los que figuran el Premio Nacional de Ciencias y Artes (1991), el Premio México de Diseño (1991) y la Medalla al Mérito en las Bellas Artes (1993). Aquel año fue designado Creador Emérito por el Sistema Nacional de Creadores de Arte y en 1994 integrante de El Colegio Nacional.

En 1998 la UNAM le confirió el doctorado Honoris causa. El gobierno español le otorgó en 2006 la Condecoración de la Encomienda de la Orden de Isabel la Católica y en 2012 el gobierno de la Ciudad de México le otorgó la Medalla al Mérito Cultural Carlos Monsiváis.

No obstante Vicente Rojo fue un hombre silencioso y discreto, como bien lo definió Benítez. Ajeno a las grandes polémicas y diatribas ideológicas su preocupación se ubicaba esencialmente en la condición humana, tal y como dejó escrito: “La conciencia del júbilo inseparable del dolor ha normado todo mi trabajo (y toda mi vida). He pasado mi vida tratando de imaginar que siempre estoy comenzando”.