“YA NO ESTOY AQUÍ: CLASISMO Y MARGINALIDAD”

FERNANDO FRÍAS DE LA PARRA

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Hector González
Cultura
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Una película como Ya no estoy aquí no se cocina con pocos ingredientes. El germen de la historia de Ulises Samperio (Juan Daniel García) está en la cumbia estilo regiomontano y la cultura Kolombiana, esa que habita en zonas marginales de Monterrey, donde se alimenta de la migración y, a veces, de la pobreza.

Tras un malentendido con la policía y bandas locales Ulises, líder de la pandilla de Los Terkos, tiene que viajar a Queens, en Nueva York. A pesar de su intento por integrarse a la colonia de migrantes mexicanos, no lo consigue e incluso se plantea regresar a su barrio.

Ubicada en los años de la guerra contra el crimen organizado emprendida durante el sexenio de Felipe Calderón, la segunda producción de Fernando Frías de la Parra llega a las pantallas vía streaming después de ganar reconocimientos en los festivales internacionales de cine de El Cairo y Morelia.

Desde su estreno en plataformas el filme no deja de generar polémica por hacer un retrato pocas veces visto de las tribus urbanas de Monterrey. “Me parece importante que genere controversia. Hay quienes dicen abiertamente que la película no representa la ciudad. Los respeto, pero eso nos ubica en el punto donde estamos. La existencia de presidentes como Trump o Bolsonaro, quienes de manera explícita manifiestan su rechazo al ‘diferente’, nos habla de un problema global”, explica el realizador.

Frías de la Parra sostiene que si bien en México hemos avanzado en términos de igualdad, todavía nos falta.

Reconoce que en principio el proyecto pretendía hablar de los jóvenes y su entorno. “La identidad o la nacionalidad son cuestiones que nos trascienden”. Al profundizar en los grupos marginales el guion cambió de rumbo y se amplió a la falta de oportunidades entre los adolescentes. “No podemos juzgar a una persona sin conocer sus condiciones de vida. No sé si sepas pero hay iniciativas de construir un túnel que conecte a Monterrey con San Pedro Garza García sin pasar por los asentamientos más pobres. La película podrá ser buena o mala, pero si contribuye a la discusión sobre el clasismo me doy por satisfecho”.

A partir de los sesenta del siglo XX la cumbia colombiana encontró en Monterrey un segundo hogar. Su impacto fue tal, que a quienes la escucharon se les llamó Kolombianos. Uno de los mayores exponentes del subgénero fue el acordeonista Celso Piña. “Lo primero fue mi interés por esta cumbia rebajada como un sonido alterado. Un subgénero que a pesar de no ser local sirvió para expresar los sentimientos de un grupo de jóvenes”, explica el director.

Contracultura e identidad

Con el tiempo a la música se le puso una estética propia. “Me interesaba hablar de la contracultura en su sentido más contestatario y como semillero de identidad; de los mitos y los ritos de las pandillas”, añade Fernando Frías de la Parra.

Con tintes documentales la película capta los modos de vida del colectivo. Muestra su lenguaje y los códigos del barrio donde se desenvuelve. “Siempre quisimos construir un personaje capaz de generar empatía hacia su mundo interior. No me interesa el esnobismo intelectual; por el contrario, quise hacer algo accesible y honesto. Si comparan la película con un documental no me molesta, todo lo contrario. Mi objetivo es contar historias tan reales como la vida. Si deconstruyes Ya no estoy aquí obtienes pequeños documentales que al articularlos se vuelven algo más complejo”.

El relato da un giro que trasciende la zona del Cerro de la Silla cuando el protagonista debe salir del país para migrar a Estados Unidos. “Del otro lado” su identidad se diluye y es incapaz de adaptarse a la dinámica mexicoamericana. “Al final Ulises es alguien que enfrenta obstáculos más internos que externos. No todos los migrantes se van a Estados Unidos por la misma razón y nuestro protagonista no consigue adaptarse. Es un joven silencioso porque carga con emociones bastante complejas. Quizá parece que se diluye pero en realidad lidia todo el tiempo con sus conflictos personales”.

Atrás de Ya no estoy aquí hay más de diez años de trabajo y un cúmulo de expresiones que recapitulan las pocas opciones que tienen los jóvenes que crecen en zonas marginadas. “La guerra contra el crimen organizado potenció que los chicos fueran reclutados por grupos criminales. Al no tener opciones, jóvenes alzaron la mano para insertarse en ese mundo. Aquella época normalizó la violencia a un nivel tan grande, que hoy todavía vemos las consecuencias”.

El director advierte que negar la existencia de estas realidades y comunidades es negar a un sector importante del país. “De nada sirve la contracultura si se narra la misma historia de siempre. Cada vez es más común encontrarnos con centroamericanos que buscan integrarse a nosotros. México tiene que reaprender a abrazarlos a ellos, pero también a los marginados que nos negamos a ver. La violencia empieza cuando ignoramos al otro y este tipo de manifestaciones las vemos desde la frontera sur hasta el norte”.

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