“Casi todos mis personajes son sobrevivientes”, dice Rosa Montero (Madrid, 1951). Desde su primera novela, Crónica del desamor (1979), la periodista y narradora española ha hecho de la pérdida y la adversidad humana dos de sus temas más recurrentes.
“Uno escribe sobre las mismas cosas”, reconoce cuando tiende un puente entre su primera obra de ficción y La buena suerte (Alfaguara), su novela más reciente y que protagoniza Pablo, un hombre que tras vivir una desgracia decide confinarse en un pueblo.
Montero no niega que la coincidencia entre el personaje y el presente “es alucinante”, pero advierte que los artistas tienen una conexión especial con el inconsciente colectivo.
—Usted ha dicho que la escritura le ha permitido sobrellevar las adversidades. ¿Lo ha aplicado durante la pandemia?
—Una de las pocas, poquísimas cosas buenas del trauma que vivimos es la valoración de las artes, la creatividad y la imaginación. Para mucha gente es superimportante recurrir a los libros, la música o el teatro. Gracias a esto reaprendemos a valorar el arte y la búsqueda de la belleza en nuestras vidas.
—¿La escritura ha sido catártica?
—El arte y la cultura por sí solos no liberan: hay que trabajar. Atravesamos un periodo de sufrimiento y un trauma. No soy partidaria de la idea de que el sufrimiento enseña, porque a veces te puede acabar. Lo importante es remar hacia la nueva vida. Hay que intentar hacer algo para no quedarse atorado en la pena. El arte nos da mejores armas para lidiar con el sufrimiento.
—El protagonista de La buena suerte decide confinarse al vivir una tragedia. ¿Coincidencia o intuición con el momento actual?
—A los artistas nos corresponde en mayor o menor medida estar en contacto con el inconsciente colectivo. Somos portavoces o médiums del sentimiento de la sociedad. Si eres fiel a ti mismo y desciendes a lo más profundo de tu interior eres fiel a tu época. Pero percibir algo tan anormal como esto es muy difícil. Comencé la novela el 29 de abril de 2017 y terminé el primer borrador a principios de enero. Pese a que todavía desconocíamos el impacto de la pandemia, el libro tiene connotaciones actuales: el protagonista se baja de un tren para confinarse en una casa; y no solo eso: se pasa toda la novela usando toallitas desinfectantes. Es un hombre que ha sido atravesado por el rayo de la desgracia y necesita reaprender a levantarse. Justo eso es lo que ahora necesitamos. El alcance de todo esto es insólito. ¿Cómo nos tumbó un bicho que ni siquiera sabemos si está vivo o muerto? ¡Hubo un momento donde estuvimos confinados dos mil 800 millones de personas! Es de no creerse.
Misterio existencial
—El sufrimiento y la reinvención ante la pérdida son dos de sus obsesiones…
—Uno escribe sobre las mismas cosas. Y no lo haces para enseñar sino para aprender. Intentas encontrar una nueva forma de decir lo mismo de una manera más profunda, exacta y bella. Cada novela tiene su sintonía y La buena suerte está más marcada por la presencia del bien y el mal; sin embargo es verdad que todas mis historias hablan de supervivientes. Me interesa hablar del dolor de la vida pero también de la posibilidad de encontrar la luz.
—Precisamente el final de la novela es luminoso.
—Así es: hay esperanza. Algunos lectores me han dicho que la terminan con una sonrisa. Supongo que esto se debe a Raluca, la coprotagonista, quien sin querer se come a la novela. Gracias a ella cambié el título. Al principio se iba a llamar El silencio. Fue Raluca quien me enseñó que hay que trabajar para conseguir la buena suerte.
—Aunque es un libro existencialista.
—Tienes razón. Creo que es de mis libros más existencialistas. Piensa que yo crecí leyendo a Sartre. Al final diría que es una novela de misterio existencial.
—Y de cómo encontramos nuestro lugar en el mundo a través del miedo.
—Cierto. Pablo es de las personas que prefieren no mostrar sus sentimientos porque creen que los debilitan. La vida es vulnerabilidad. La vejez no tiene ninguna gracia pero la otra alternativa es morirse, de modo que prefiero hacerme vieja. La invulnerabilidad implica morirte en vida, entonces mejor aceptémosla. Cuando el miedo es sobrecogedor la gente intenta solventarlo con ira, violencia y agresividad. Ahora mucha gente canaliza la indefensión ante el virus de manera irracional. La pandemia fomenta comportamientos terroríficos, como son las teorías conspiroparanóicas increíbles. En todas las sociedades hay una crispación terrible, pero insisto: es producto del miedo irrefrenable. En los momentos extremos sale lo mejor y lo peor de las personas; el problema es que lo peor está ganando terreno. No soy optimista respecto de cómo manejamos la pandemia. Ceder a la ira es la opción más ignorante.
—Incluso el miedo nos puede llevar a perder libertades.
—No hay libertad absoluta y no puede haberla cuando se vive en colectividad. La democracia es un invento maravilloso para gestionar las libertades y derechos de todos. Es verdad que abundan las democracias fallidas pero sigue siendo el sistema menos malo. Ahora mismo, ante el virus, no hay mayor posibilidad que la del confinamiento. Mientras no tengamos la vacuna no la habrá. En España han muerto un montón de ancianos sin despedirse de sus hijos. Por ahora no hay de otra, lo siento. La vida es así de jodida. No queda de otra.