Experimentar con el poder de las imágenes ha estado en la historia del cine desde sus inicios y desde hace mucho la manera lineal de contar una historia es solo una opción más. Así se abre un abanico de posibilidades narrativas con las imágenes. El surrealismo se encarga precisamente de estar más encima de las emociones, de las sensaciones. De transmitir pensamientos de la mejor manera posible, sin importar la narrativa entendida de la manera más clásica. Alejandro Gónzález Iñárritu juega con esta idea en su nueva película: Bardo, falsa crónica de unas cuantas verdades, que se transmite en Netflix.
Silverio es el protagonista de Bardo, un periodista que realiza documentales. Es mexicano, pero vive en Los Ángeles. Se ve obligado a volver a su país natal y lo que parecía un traslado sencillo se convierte en un viaje existencial que moverá sus ideas.
Ese es el punto de partida de la nueva película del director Gónzález Iñárritu. Esto es importante porque en la cinta, aunque el personaje no sea él mismo, queda claro que comparten similitudes. Demasiadas. La película se convierte en un manifiesto sobre sus ideas, su pasado, su presente, sus miedos e inquietudes.
Es cierto que los 174 minutos que dura Bardo pueden parecer algo excesivos teniendo en cuenta que es el director de la cinta y está hablando sobre sí mismo. ¿Suena pretencioso y tal vez una manera de inflar su ego? En un principio sí, aunque la película intenta mantener un equilibrio en ese sentido.
Estela
Sin duda, visualmente es fascinante. Desde la primera imagen Bardo nos muestra algo potente y que no nos dejará indiferentes. Esa sombra corriendo por el desierto es una gran metáfora de lo que acaba siendo la película. Vemos enseguida también que el filme tendrá un gran sentido del humor.
La narrativa está al servicio de la reflexión. El filme es más que una concatenación de imágenes con sentido únicamente poético: también ofrece momentos en los que creemos estar siendo testigos de la realidad. De esta manera consigue que el espectador empatice con ciertas situaciones y con algunos de los dramas más representativos de la película. Sí, algunos pasajes son más interesantes que otros, algo esperable en una película tan larga.
Además de lo visual, otra de las fortalezas de la cinta son sus interpretaciones. El protagonista absoluto de Bardo es Daniel Giménez Cacho, del que vamos de la mano durante todo el viaje surrealista. El interés que tiene la historia depende en gran parte de él, que sintamos la misma confusión que él, que nos preocupen los mismos temas. Y lo consigue, aunque a veces la película se lo haga difícil entre tanto cambio.
En resumen, Bardo sigue la estela que el director arrancó con Biutiful, ofreciendo su película más personal y reflexiva a la fecha. Y también la que ofrece más humor, pero que exige mucho al espectador en paciencia y atención.