A lo largo de la historia del arte el color ha sido mucho más que una elección estética: ha funcionado como símbolo, mensaje y materia cargada de poder político, religioso y económico. A través de siglos cada pigmento ha transmitido no únicamente imágenes, sino también ideas, pasiones, miedos y aspiraciones de la humanidad.
Con el propósito de explorar esa compleja y fascinante relación el Museo Nacional de San Carlos (MNSC) presenta la exposición Historia cultural del color, organizada por la Secretaría de Cultura y el Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura (INBAL).
La muestra, que estará abierta al público hasta el 24 de agosto, reúne un total de 78 piezas pertenecientes tanto a la colección permanente del museo como a otras instituciones.
Destacan obras de los artistas Lucas Cranach el Viejo, Piero di Cosimo, Zurbarán, Juan Cordero y Pelegrín Clavé, entre otros.
Con un enfoque temático y cronológico la exhibición propone al visitante un viaje a través del simbolismo, la técnica y la evolución cultural de los colores en el arte occidental desde el siglo XIV hasta mediados del XIX.
Al respecto, Luis Gómez, cocurador de la muestra junto con Zyanya Ortega, comentó durante la conferencia de prensa: “La historia del color invita a que pensemos el color desde diferentes ópticas y pensemos que el color involucra materialidad, procesos físicos, procesos químicos, sicológicos, sociológicos y una lista interminable de etcéteras”.
De esta manera, más allá del placer visual, la exposición plantea una reflexión profunda sobre los colores como constructos culturales: desde los significados atribuidos por la Iglesia en la Edad Media hasta las transformaciones sociales y políticas del siglo XIX, cada tono tuvo sus propias reglas de uso y significados que variaban según el contexto, la clase social y la función de la obra.
Por ejemplo, el manto de la Virgen María, que hoy asociamos casi exclusivamente con el azul celeste, fue durante siglos predominantemente rojo. Hasta el siglo XVI este color simbolizaba la vida, el sacrificio y la fertilidad, asociado directamente con la sangre derramada por Cristo. De hecho, para los padres de la Iglesia el rojo tenía un carácter benefactor y fecundante, mientras que desde otra perspectiva su tono más encendido —el rojo fuego— podía evocar las llamas del infierno y a los demonios.
El rojo, en su expresión más material, se obtenía del insecto kermes y su producción era tan costosa, que quedó reservado para la nobleza y figuras de alta jerarquía. Así, los pigmentos también eran símbolos de estatus. Esta dualidad, tanto simbólica como económica, se repite en muchos otros colores analizados en la exposición.
Símbolos
La muestra se estructura en varios núcleos temáticos que permiten comprender cómo los artistas no solo elegían los colores por su belleza, sino por su poder para comunicar.
Uno de los núcleos, La tradición aristotélica en el Renacimiento, rescata la mirada científica y filosófica de figuras como Leonardo da Vinci, quien concebía al azul no como un color simple, sino como una mezcla de claridad y oscuridad, similar al aire. De ahí que en sus obras el cielo se oscurezca en las zonas altas y se aclare hacia el horizonte, reflejando la luz.
Otro apartado, Coloristas contra dibujantes, aborda el debate artístico sobre el valor de la línea frente al color en la composición pictórica. La muestra destaca cómo algunos pintores abandonaron los bocetos detallados para aplicar directamente el pigmento sobre el lienzo, dejando que el color construyera formas, matices y emociones. La técnica pictórica misma evolucionó hacia una mayor libertad expresiva, en la que el color se volvió protagonista.
Además, De colores naturales, simples o básicos, que para Gómez es el núcleo más rico de la exposición, se centra en la clasificación cromática elaborada por científicos y artistas entre los siglos XV y XVII. Esta sección revela cómo los conceptos actuales de color primario y secundario nacieron de largas discusiones sobre la luz, la materia y la percepción. En esta época el blanco y el negro funcionaban como ejes de luminosidad, mientras que el resto de los colores ocupaban posiciones intermedias cargadas de valores simbólicos y estéticos.
El uso del color en la historia del arte también obedecía a códigos culturales que han evolucionado con el tiempo. Por ejemplo, el dorado y el blanco se consideraban sagrados por su alta luminosidad, emparentados con lo divino y lo celestial. En cambio, el negro, hoy símbolo de elegancia o modernidad, fue durante siglos signo de penitencia, duelo y solemnidad.
Durante la Reforma y la Contrarreforma el negro adquirió una importancia central en la pintura europea. El papa Inocencio III lo definió como color de recogimiento espiritual, mientras que los reyes de la casa de Austria y la corte española lo adoptaron como símbolo de templanza y magnificencia. Este fenómeno es especialmente evidente entre 1548 y 1700, cuando los retratos reales están dominados por tonos oscuros.
Sobre lo anterior, Gómez añade: “Sí, es cierto, el negro puede significar luto, tristeza, peligro, pero en estos retratos el negro será principalmente un símbolo de estatus y de poder. Muchos colorantes y muchos pigmentos eran dificilísimos de conseguir y por ello un personaje vestido de color negro era símbolo de estatus y de riqueza”.
El verde, color de la naturaleza, también arrastra una dualidad compleja. Mientras representa la vida, la primavera y la esperanza, su asociación con la serpiente lo vinculó durante siglos al pecado original y a lo demoníaco.
Este contraste revela la riqueza de significados que cada color podía tener, dependiendo del contexto y de la intención del artista.
Historia cultural del color se puede visitar en el Museo Nacional de San Carlos, ubicado en avenida México Tenochtitlán 50, colonia Tabacalera, alcaldía Cuauhtémoc. El museo abre de martes a domingo en un horario de 10:00 a 18:00 horas. La entrada general tiene un costo accesible y hay descuentos disponibles para estudiantes, maestros y personas adultas mayores.
Con esta exposición el MNSC reafirma su papel como uno de los espacios culturales más importantes para el estudio y la difusión del arte en México y ofrece una oportunidad única para redescubrir la pintura desde una dimensión sensorial, simbólica y profundamente humana.