Ciudad de México, México, 29 de septiembre. Septiembre todavía no acaba, y es un mes que despierta orgullo y memoria. Es el momento en que las calles se visten de verde, blanco y rojo; cuando las familias se reúnen en torno a las mesas rebosantes de antojitos, y cuando la música, las voces y los aromas se entrelazan en un mismo sentimiento: ser mexicanos. En estas celebraciones, hay un invitado que trasciende modas y generaciones: el mezcal.
Más que una bebida, el mezcal es un ritual. Es la memoria líquida que guarda en cada gota la historia de un pueblo, el trabajo de los maestros mezcaleros y la esencia de la tierra oaxaqueña. En cada sorbo se encuentran las huellas de técnicas ancestrales que han sobrevivido al tiempo: el cocimiento lento en hornos de piedra, la molienda con tahona y la doble destilación en alambiques de cobre. Cada paso es un acto de respeto a la naturaleza y a la tradición, un lenguaje silencioso que nos habla de paciencia, oficio y herencia.
Las fiestas patrias no solo celebran la independencia de México; también son un homenaje a lo que nos une como nación. En este contexto, el mezcal se convierte en un catalizador de recuerdos. Una copa compartida evoca imágenes de cocinas llenas de humo, de abuelos contando historias al calor del fogón, de madres preparando moles que inundan la casa con su aroma inconfundible. Beber mezcal en septiembre es, de alguna manera, volver a casa.
Este destilado conecta generaciones porque es, al mismo tiempo, celebración e identidad. En la mesa familiar, una botella abierta se transforma en un hilo invisible que une el pasado con el presente, recordándonos que lo más valioso de las fiestas patrias no está en el exceso, sino en el significado profundo de los rituales que compartimos. Así lo ha entendido El Recuerdo, un mezcal que lleva en su nombre la esencia de lo que representa: volver a la memoria y a los momentos que construyen nuestra historia colectiva.
El mezcal no sólo acompaña las celebraciones: las engrandece. Su carácter ahumado y mineral lo convierte en un aliado natural de la gastronomía mexicana, una de las más ricas y diversas del mundo. Basta pensar en cómo resalta los sabores de unas tlayudas con tasajo, en cómo complementa la suavidad de un mole negro oaxaqueño, o en cómo equilibra la complejidad de un chile en nogada.
Incluso en maridajes contemporáneos, el mezcal encuentra su lugar. Su versatilidad lo hace ideal para propuestas modernas como un ceviche con cítricos, un queso artesanal con miel o un postre a base de cacao mexicano. En coctelería, brilla como protagonista en reinterpretaciones del Margarita, Negroni o Mojito, llevando los clásicos a un terreno profundamente mexicano.
Más allá de la comida, el mezcal se convierte en el centro de la celebración. El ritual de servirlo, de olerlo lentamente, de tomarlo en pequeños sorbos que recorren el paladar, es también una manera de detener el tiempo y recordar que celebrar a México es también celebrar lo que somos. Con propuestas como las de Mezcal El Recuerdo, esa experiencia trasciende lo individual para convertirse en un homenaje a la tradición oaxaqueña.
Porque el mezcal no se bebe únicamente: se recuerda, se comparte y se convierte en historia. En septiembre, más que nunca, levantar una copa de El Recuerdo es levantar también las raíces de México, honrando a quienes nos precedieron y brindando por quienes seguirán transmitiendo la esencia de nuestra cultura.
