EL BESO DE LA MUERTE: UN VIAJE A LOS RITUALES Y DUELOS DEL MÉXICO DECIMONÓNICO

Beso de la muerte
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En el siglo XIX la muerte no estaba relegada al ámbito privado. Al contrario: se observaba, se documentaba y se ritualizaba con una intensidad que hoy puede resultar desconcertante.

Aquel universo simbólico, visual y material lo recupera la exposición El beso de la muerte. Representaciones mortuorias en el arte y la cultura visual del siglo XIX, que se presenta en el Museo Nacional de San Carlos.

Alrededor de 100 piezas provenientes de más de 20 colecciones públicas y privadas integran esta muestra, que propone un recorrido por las formas en que la sociedad decimonónica enfrentó la enfermedad, la pérdida y el duelo.

Pinturas, esculturas, grabados, fotografías, libros, títeres, lápidas, utensilios médicos e indumentaria fúnebre dialogan para reconstruir una época en que la muerte se miraba de frente y se incorporaba a la experiencia social y cultural.

El curador de la muestra, Luis Alberto Gómez Mata, señala que El beso de la muerte tiene como propósito repensar el fenómeno ineludible y cotidiano de la muerte en el México decimonónico, poniendo objetos de la colección en diálogo con obras de la cultura material y visual provenientes de otros acervos.

De esta manera se crea un entramado visual que permite observar cómo el arte y los objetos cotidianos funcionaban como herramientas para procesar la pérdida. El recorrido se divide en cuatro núcleos que guían a los visitantes por distintos momentos del tránsito entre la vida y la muerte.

Mirar el pasado

El primer núcleo, titulado La antesala de la muerte, se centra en la experiencia de la enfermedad, una condición frecuente y en muchos casos letal en el México decimonónico. “Recurrían al cloroformo, al éter o al mercurio, lo que resultaba en altos índices de mortalidad”, comenta Gómez Mata durante el recorrido para prensa.

Se exhiben objetos que dan cuenta de ese contexto: instrumental médico, modelos anatómicos y exvotos que testimonian tanto la fe como la desesperación de quienes buscaban alivio. Entre las obras pictóricas destaca La convalecencia, de Josefa San Román, una pieza que retrata la fragilidad del cuerpo y la incertidumbre que rodeaba a los procesos de recuperación.

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El segundo apartado, Cara a cara con la muerte, aborda las representaciones iconográficas que se desarrollaron alrededor del fallecimiento. Lejos de limitarse a las imágenes de calaveras popularizadas por José Guadalupe Posada, la exposición amplía el espectro visual para mostrar la diversidad de enfoques con los que artistas y artesanos se aproximaron al tema.

Aquí se encuentran obras de figuras como Julio Ruelas, Tomás Mondragón y Severo Amador, cuyas creaciones revelan una relación compleja con la muerte, cargada de simbolismo, crítica y, en ocasiones, ironía. También se incluyen títeres del célebre taller de Rosete Aranda, recordando que la muerte era un tema presente incluso en expresiones escénicas y populares.

Uno de los núcleos más impactantes de la exposición es quizá La muerte retratada. En él se reúnen obras que muestran una práctica hoy casi impensable: el retrato posmortem. Fotografías y pinturas de cadáveres —niños, mujeres, religiosos— revelan la necesidad de conservar una imagen del ser querido cuando la vida ya se había extinguido.

Al respecto, Gómez Mata señala que “es muy denso, porque incluye retratos de cadáveres, fotografías de una madre cargando el cadáver de su hijo fallecido, de monjas o novias sin vida —únicas formas de conservar el recuerdo de un ser amado—, féretros en velorio, la escultura de un ave muerta y la camisa y el saco que vestía el emperador Maximiliano cuando fue fusilado”.

El recorrido concluye con Los lugares de la memoria, un núcleo dedicado a los rituales y actitudes posteriores a la pérdida. Aquí el énfasis está puesto en el duelo y en las normas sociales que regulaban su expresión, particularmente en el caso de las mujeres.

Vestidos negros, algunos destinados a ser usados durante años o incluso de por vida, evidencian la duración y la intensidad del luto en el siglo XIX. La indumentaria no era un simple adorno, sino que funcionaba como un lenguaje visual que comunicaba el estado emocional y social de quien la portaba.

Estas prendas están acompañadas por otros objetos, como guantes, abanicos, sombreros, prendedores, libros de oraciones fúnebres y tarjetas in memoriam. También se presentan esculturas con fines funerarios pertenecientes al acervo del Museo Nacional de San Carlos, que refuerzan la idea de la muerte como un acontecimiento ritualizado y profundamente simbólico.

Aunque la exposición se enfoca principalmente en el contexto mexicano —alrededor de 80% de las piezas corresponde a producciones nacionales—, también se incluyen obras europeas que permiten establecer comparaciones y contrastes. Este diálogo transatlántico ayuda a situar al México decimonónico dentro de un marco cultural más amplio, sin perder de vista sus particularidades.

La inclusión de piezas europeas subraya que si bien las prácticas funerarias variaban según la región, existían preocupaciones comunes: la necesidad de recordar, de dar sentido a la pérdida y de encontrar consuelo a través del arte y los rituales.

El beso de la muerte. Representaciones mortuorias en el arte y la cultura visual del siglo XIX es una invitación a reflexionar sobre la manera en que hoy enfrentamos la muerte. En un momento marcado por el ocultamiento del duelo, este recorrido propone volver la mirada a un tiempo en el que la muerte se hacía visible y compartida.

De esta manera, al observar cómo otras generaciones miraron la muerte, el espectador contemporáneo puede interrogar sus propias formas de recordar, despedirse y otorgar sentido a la ausencia de sus seres queridos.

La exposición estará disponible hasta el 29 de marzo de 2026 en el Museo Nacional de San Carlos, ubicado en avenida México Tenochtitlán 50, colonia Tabacalera, alcaldía Cuauhtémoc, en la Ciudad de México. Los boletos tienen un costo de 70 pesos y la entrada es libre para estudiantes y maestros con credencial vigente, así como para beneficiarios Inapam y personas con discapacidad. Los domingos es entrada libre general.

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