LA BALLENA, UNA MIRADA A LA ÚLTIMA OPORTUNIDAD DE REDENCIÓN

Francisca Yolin
Cultura
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El director Darren Aronofsky se adentra una vez más en su temática favorita con la idea de llevar a sus límites absolutos al cuerpo humano y las tensiones emocionales: en La fuente de la vida era metafísico; en Réquiem por un sueño estaba relacionado con las drogas; y tanto en El luchador como en Cisne negro era puramente físico.

La ballena (The Whale) continúa esa inquietante premisa con Charlie (Brendan Fraser), un obeso mórbido, gay y aislado que literalmente castiga su cuerpo por la muerte suicida de su amante a causa de la anorexia.

Con base en la aclamada obra de teatro semiautobiográfica de Simon D. Hunter (estrenada en Broadway en 2012), es sin duda el filme más elocuente, poderoso y sincero de Aronofsky sobre la redención, un vívido retrato de la incapacidad de escapar de la tristeza de la propia existencia.

En un destartalado apartamento de la Idaho rural, el profesor Charlie da clases de escritura en línea a través de Zoom con la webcam apagada —dice que está estropeada— para que sus alumnos no puedan verle en persona. Además de eso, su vida se limita a intentar desesperadamente reconectar con su distanciada hija.

Aronofsky mantiene la simplicidad en su adaptación del teatro a la pantalla y controla con conciencia su estilo, en general extravagante. En el filme destaca los orígenes teatrales de esta intensa obra con sus elecciones visuales, que nos sumergen en la sensación de claustrofobia del protagonista.

Dignidad

El nivel de interpretaciones es impecable: La ballena no es un espectáculo de solo el protagonista. Sin embargo, es Fraser quien domina el confinado escenario con una actuación espectacular como el adorable hombre gigante en constante duelo. Con un impecable traje prostético aumentado con CGI el subestimado Fraser aprovecha sus pasados encantos de filmes de comedia con gran efecto.

De hecho, Fraser también tiene una historia compleja con su físico y su carrera. Está semiretirado debido a las dolorosas lesiones sufridas por escenas de acción y por haber sido excluido de la industria por denunciar agresiones sexuales. Muchos lo ubican por películas ligeras, pero Fraser ya había demostrado en Dioses y monstruos que era mucho más que ojos de cachorrito y músculos.

Aquí su magistral interpretación de la inquebrantable dignidad de Charlie y su negativa a dejarse vencer por una adicción traumática mientras se ducha, se masturba con porno gay y se tambalea por su destartalado apartamento, mantiene el drama de Aronofsky bien equilibrado y convincente. Quizá no gane el Oscar, pero vaya que se lo merece.

Y luego está el propio título, La ballena, cuyo verdadero significado de Moby Dick solo se percibe en los momentos finales de esta epopeya emocional de gran corazón; de hecho, grande en todos los sentidos. Sin duda, si te gustan los dramas intensos e introspectivos, esta película definitivamente vale la pena verla.