Aunque Nuestras madres fue escrita originalmente en catalán, la obra contiene un lenguaje universal que permite que cualquier lectora pueda reconocerse en una o varias de las experiencias narradas aquí sin importar su edad, su clase social o su latitud.
Gemma Ruiz Palà, periodista y escritora, es la autora de esta obra ganadora del Premio Sant Jordi de Novela en 2022, que muestra la vida política, económica, amorosa y social de diez mujeres españolas que vivieron la transición franquista.
Ruiz Palà llegó este año a la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (FIL, del 29 de noviembre al 1 de diciembre) para presentar Nuestras madres, que se ha convertido en un fenómeno de lectura y debate en Cataluña al punto de superar los 45 mil ejemplares vendidos a tan solo un año de su publicación.
Su presencia en México se debe a la participación de Barcelona como Invitada de Honor en la presente edición de la FIL, pero antes de su visita a Guadalajara tuvo una presentación del libro en la Ciudad de México, además de un círculo de lectura.
Nuestras madres se estructura como un mosaico de diez voces femeninas. Diez mujeres que atravesaron el franquismo, la transición democrática, la precariedad laboral y afectiva, las maternidades impuestas, los duelos silenciosos, la sexualidad reprimida y los desplazamientos internos de una España que reconfiguraba sus fronteras sociales y morales.
Todas ellas, sin reconocimiento público, sostuvieron la arquitectura emocional y material de un país que avanzaba entre contradicciones. En este contexto, cada protagonista emerge desde una oralidad cuidada, casi testimonial, que ofrece una mirada directa y luminosa.
La recepción crítica de Nuestras madres ha sido unánime: la novela se ha leído como un ejercicio de reparación histórica y como una aportación decisiva a la narrativa que revisita el siglo XX desde las voces excluidas. “Escribo porque hay un motor de rabia dentro de mí”, afirma la autora en entrevista con Vértigo.
Asimismo, asegura que “este libro no va de maternidades, yo quería explorar el rol impuesto por la dictadura fascista en España y claro, la mayoría de las mujeres de esa época sí tuvieron que ser madres porque era el mandato de esa época, su mandato social. Para nosotras como hijas de esas madres es un poco mirar hacia ellas”.
Durante un verano Ruiz Palà elaboró una “biblia” narrativa —como se hace en los guiones— para equilibrar los entrecruzamientos, la sororidad soterrada y la importancia de cada historia. No quería jerarquías: todas debían tener la misma hondura, la misma dignidad y los mismos momentos de luz.
Reescribir el mundo
A partir de ahí todo fue ficción, pero una ficción cimentada en documentos, archivos, testimonios y una observación incisiva sobre cómo opera el poder en las vidas privadas. Estudió fervientemente la época, el código penal, el código civil, todas las leyes franquistas.
Para detalles lingüísticos la autora conversó con grupos de amigas de su madre: palabras como antibaby para referirse a la píldora anticonceptiva, o anécdotas ligadas a la lactancia y al uso extendido de fórmulas maternizadas que el sistema sanitario promovía para controlar los cuerpos de las mujeres.
Cabe destacar que la traducción al castellano, publicada por Consonni, preserva la fuerza oral y la cadencia del original, lo que permite a la novela circular más allá de los límites lingüísticos.
Durante el proceso de escritura, la autora decidió incorporar a dos personajes jóvenes —Mireia y Beth— para poner en perspectiva los avances y retrocesos de las últimas décadas: la democracia española abrió derechos y posibilidades, pero también dejó sin resolver la brecha de género en la crianza, un punto que Ruiz Palà considera crucial.
“Todas mis amigas dicen lo mismo: cuando llega el primer hijo, el sueño de igualdad se desvanece. Se rompe la baraja, esa ficticia, que nos dijeron que teníamos”, comenta.
La autora también quiso abordar otras realidades contemporáneas: las dificultades que enfrentaban las mujeres homosexuales en la época representada y los retos actuales para las personas trans, cuyas identidades siguen siendo cuestionadas en el espacio público.
Sobre el papel de la literatura como fuerza para cambiar la mirada social, Ruiz Palà reflexiona: “Que tantas mujeres narren su propia experiencia cambia todo: nos coloca en un punto de partida distinto. Quien controla el relato valida o invalida las vidas. Cuantas más voces existan, más completa será la experiencia humana representada”.
La autora menciona referentes mexicanas, como Elena Poniatowska, Guadalupe Nettel, Valeria Luiselli y Cristina Rivera Garza, y subraya que la irrupción de todas estas escritoras ha transformado el panorama literario en español. Aun así, señala que la industria editorial sigue beneficiando mayoritariamente a los hombres, quienes “siguen ganando los premios con mayor dotación económica y la figura del intelectual continúa masculinizada”.
Nuestras madres se inserta como una obra que dialoga con preocupaciones compartidas: la memoria, los feminismos, las desigualdades persistentes y la necesidad de recontar la historia desde nuevos ángulos.
Aunque la novela está anclada en un periodo muy específico de la historia de España, su lectura va mucho más allá de sus coordenadas geográficas. Cada testimonio, cada gesto, cada silencio evoca experiencias comunes a muchas mujeres del mundo hispánico: mandatos familiares, violencias normalizadas, frustraciones heredadas, pero también la solidaridad que se organiza sin pedir permiso.
Es ahí donde quizá radica la fuerza de este libro: en su capacidad de tender puentes entre generaciones, entre países y experiencias. Es una novela que invita a mirar hacia atrás con la claridad necesaria para entender de dónde venimos y hacia dónde podríamos avanzar.

