MARYSE CONDÉ Y SU COMPROMISO CON LA REALIDAD

Federico González
Cultura
MARYSE CONDÉ

En 2018 el nombre de Maryse Condé (Islas Guadalupe, 1934–2024) circuló a nivel mundial. Tras el escándalo en la Academia Sueca, encargada de entregar el Premio Nobel de Literatura, que desencadenó en que se pospusiera aquel año, la autora francófona obtuvo lo que se conoció como el Nobel Alternativo, entregado por escritores y organizaciones sociales europeas.

Hasta entonces el nombre de la narradora era poco conocido, sobre todo en América Latina, donde sus libros circulaban de manera limitada.

A partir del reconocimiento, de carácter simbólico desde luego, su nombre comenzó a escalar en fama y respeto; y sus títulos tuvieron mayor movimiento bajo la editorial Impedimenta. Fue hasta entonces cuando los lectores mexicanos descubrimos a una mujer comprometida con la verdad y su época.

Si bien comenzó a escribir a los 42 años, Condé fue narradora incansable. Publicó más de 30 obras, la inmensa mayoría centrada en los problemas nodales de África y las comunidades negras, como el esclavismo y el neocolonialismo, pero todos distinguidos por un realismo sin cortapisas ni concesiones.

Lenguaje propio

Cuando la cuestionaban sobre si escribía en francés o en creole, solía responder: “Escribo en Maryse Condé”. Ella se encargó de construir un universo literario amplio y vasto, que encuentra uno de sus momentos más altos en su última novela, El Evangelio del Nuevo Mundo, donde Pascal, protagonista de la historia, se aventura por una América en la que aún queda mucho por hacer y decir. Visto como un profeta sin mensaje, se enfrenta a los grandes problemas contemporáneos: colonialismo, racismo, explotación y globalización, pero siempre con un dejo de luminosidad.

Condé encontró su idioma casi a la fuerza. Su madre, profesora, le prohibió hablar creole y la obligó a aprender francés. Creció en Guinea, donde se convirtió en madre; y posteriormente viajó a París, donde enfrentó las dificultades que supone tener la piel negra. Años después se trasladó a Nueva York, donde vivió más de 20 años y acentuó su activismo. Ya como una autora de renombre regresó a Francia, donde viviría hasta el final.

Apenas me enteré de su muerte, ocurrida el 2 de abril a los 90 años, y recordé una entrevista que le leí en la Revista de la Universidad de México: “Durante mucho tiempo mis libros no tuvieron ningún éxito. Creo que representar la verdad es todo un arte y que tal vez, al principio, yo no sabía hacerlo. No obstante, también es verdad que esa ausencia de buenas críticas me parecía algo secundario, pues el escritor escribe ante todo para sí mismo, sin preocuparse en exceso por la recepción de sus textos. Poco a poco, la indiferencia de la crítica y del público fue cambiando. Y ahora no me doy abasto para atender a tantos compromisos y tantas entrevistas. Quizá soy yo la que he cambiado”.

La humildad y sencillez de su respuesta todavía me encanta y confirma el pedazo de escritora que acabamos de perder.