TERROR AL ESTILO DE MARIANA ENRÍQUEZ

Federico González
Cultura
TERROR

Mariana Enríquez. Un lugar soleado para gente sombría. Anagrama. 229 pp.

Quienes manejan el terror como género saben que los fantasmas son una metáfora para hablar de los traumas, miedos y recuerdos que cargamos los individuos y las sociedades. Mariana Enríquez (Buenos Aires, 1973), una de las escritoras más celebradas del idioma y cuyos lectores se cuentan por cientos de Tijuana a la Patagonia, ha cultivado la literatura de género casi desde el principio de su carrera.

A fuerza de casi una decena de títulos la narradora ha desarrollado un estilo propio para referirse a su país, en principio, pero en general para dialogar con los hilos que tejen la historia latinoamericana a partir de la segunda mitad del siglo XX; un estilo que luce una vez más en Un lugar soleado para gente sombría, su cuarto libro de relatos.

Cada uno de los doce cuentos incluidos presenta una puerta de entrada a heridas abiertas todavía. La protagonista de Mis muertos tristes, texto con que abre el volumen, muestra a una mujer que dedica su tiempo a mantener a raya a los fantasmas que circulan por un barrio periférico de Buenos Aires. Acaso el espectro más inquietante es el de su madre, fallecida por una dolorosa enfermedad.

Diálogo con el presente

Fiel a elementos del gótico, Enríquez esquiva elementos distópicos propios de nuestra época y de la tecnología: en esta ocasión la consigna parece ser apegarse a relatos de estructura clásica y con finales ambiguos.

Uno de los cuentos más sombríos es el que protagoniza una pareja que alquila una casa para vacacionar en un pueblo que ha ido perdiendo habitantes desde que el tren dejó de pasar; visitan en la estación abandonada la exposición de los perturbadores lienzos de un artista local, pero lo verdaderamente aterrador será conocer al autor de esas pinturas.

Tal vez la pieza que más cercana resulte para los lectores mexicanos sea aquella donde nos muestra a una periodista que investiga la historia de una chica desaparecida en un hotel en Los Ángeles, cuyas espeluznantes imágenes recorrieron internet.

Guste o no, el terror y el mal son algo con lo que convivimos los seres humanos; discutir su existencia es ocioso: está ahí queramos verlo o no. Mariana Enríquez lo asume y su búsqueda no se detiene en florituras, sus relatos intentan profundizar —sin necesariamente encontrar respuestas— en las causalidades que lo detonan y los alcances que puede tener entre quien lo padece, pero también en quien lo ocasiona.

Otros títulos de Mariana Enríquez son Bajar es lo peor, Nuestra parte de noche, Al otro lado y Los peligros de fumar en la cama.

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Ave Barrera. Notas desde el interior de la ballena. Lumen. 256 pp.

La protagonista de esta novela regresa a casa luego de mucho tiempo para descubrir que su madre ya no volvió en sí después de una cirugía. En este relato hay un profundo análisis de la compleja relación de una hija con su madre.

Gerardo Noriega. Aversión mutua. El tapiz del unicornio. 224 pp.

El autor nos relata los entresijos de su familia —a ratos gozosa y casi siempre padeciendo unos miembros a los otros y de reversa—; la desventurada lucha por la herencia entre los cuatro hijos y demás situaciones que seguramente rozarán a más de uno.

Silvia Molina. El tío Rafael o La huida del peregrino. Bonilla Artigas Editores. 206 pp.

La escritora mexicana presenta una novela íntima y que se construye a partir de recuerdos e investigación. El relato nos presenta a Rafael Sánchez Ocaña, su tío, personaje fascinante que fue alumno de Henri Bergson y acompañó a Ortega y Gasset.