ÉDGAR CESÁREO: UNA VIDA DEDICADA A LAS CARRERAS

“Cuatro medallas y más de doce podios en campeonatos mundiales”.

Édgar Cesáreo
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En exclusiva para Vértigo el deportista comparte lo que significa ser un paratleta en México: los retos e implicaciones.

“Cuando México llegó al deporte paralímpico con sillas comunes, el mundo ya usaba sillas de acero; y cuando tuvimos el acero, ya eran de aluminio. Ahora, mientras tratamos de conseguir sillas de carbono, las escuderías de la Fórmula 1 están fabricando verdaderos aviones para correr. Lejos estamos de tener algo así, pero eso que nos falta lo completamos con el corazón, porque los mexicanos sabemos correr…”, afirma el velocista Édgar Cesáreo Navarro.

Esa fue, sin duda, la parte medular del discurso que recién ofreció en representación del Comité Paralímpico Mexicano (Copame) porque Bupa México, una empresa dedicada al cuidado de la salud, se comprometió a patrocinar a los paratletas de aquí a Los Ángeles 2028.

Édgar sabe de lo que habla, pues con 30 años de trayectoria ha representado a México en siete Juegos Paralímpicos: cuatro medallas y más de doce podios en campeonatos mundiales.

Su más reciente éxito lo concretó hace menos de un mes en el Mundial de Paratletismo en Nueva Delhi, donde se llevó el bronce en la prueba de 100 metros T51.

Su larga experiencia en la adrenalina de la velocidad y la resistencia —su especialidad, de hecho— contrasta con su sonrisa serena y ojos color almendra, que reflejan calma mientras conversa con Vértigo.

—¿Cómo inició en las carreras?

—Puedes tomar la discapacidad como una desgracia, pero yo decidí sacarle provecho. Me accidenté a los 23 años; tenía tres de casado y mi hija acababa de cumplir año y medio. Mi familia no me iba a esperar, así que traté de recuperarme lo más pronto posible.

Desde siempre, anota, “el deporte fue parte de mi vida; practiqué box a los 17 años, las carreras llegaron después. Afortunadamente, en el deporte adaptado el camino no es tan largo. Se va a escuchar fuerte, pero así es: la muerte se atraviesa muchas veces. Quienes tenemos una lesión en el cuello, por ejemplo, tenemos muy débil el corazón y los pulmones; una gripa te puede matar”.

Por eso, puntualiza, “cada competencia la disfruto: nunca se sabe cuándo será la última. Para mí todo esto ha sido un regalo”.

Disciplina

Aunque Navarro es muy modesto para aceptarlo, su éxito no es gratuito. Todos los días recorre la ciudad de extremo a extremo —de Satélite a Ciudad Deportiva— para entrenar. “No se va de la pista hasta que llega a sus tiempos, y a veces tengo que decirle ‘oye, ya, hasta ahí. No se mide. A veces peleamos’”, cuenta su entrenadora y fisioterapeuta, Lluvia Navarro, quien también es su hija.

Él mismo dice respecto de su rutina de entrenamiento: “De lunes a viernes me levanto a las cuatro de la mañana; y si estoy en precompetitivo no descansamos. Para mí es importante llegar temprano, porque a causa de la lesión que tengo no sudo. La bala que entró en mi cuello —me asaltaron— afectó mi sistema nervioso central. Entonces, mi cerebro nunca se entera de que estoy haciendo actividad física y se me sube la temperatura muy fácil.

Así que a las 7 de la mañana, indica, “ya estamos ahí mi entrenadora y yo; tratamos de ganarle al sol; el resto de las sesiones, una de gimnasia y otra con una caminadora especial que mandamos a hacer con un tornero, las realizamos al interior”.

—¿Qué hay sobre su silla? Menciona que estamos en desventaja…

—Si tienes un equipo que deslice más, que sea más ligero, que tenga la menor vibración, sí hace la diferencia, pues las pruebas se definen por centésimas de segundo. A Estados Unidos ya lo patrocina Mercedes Benz, a los alemanes BMW. Ellos van por los atletas, los meten en una cámara de aire donde revisan la aerodinámica. Es tecnología que no sé si vayamos a tener. Apenas estamos consiguiendo sillas de acero de carbono.

Navarro señala que aun cuando “eso no afecta tanto en carreras de resistencia, que son mis favoritas, en velocidad sí: es frustrante que tus competidores lleguen con sillas que pesan siete kilos menos. Cuando corrí en Tokio llegué a la competencia con solo 7% de grasa, bajé lo más que pude. Tenemos mucha desventaja, por eso es más meritorio cuando ganamos una medalla”.

—¿Cómo hace para que eso no le desanime?

—Pasa algo muy contradictorio. Quienes traen la mejor tecnología son los japoneses. Y siempre les ganamos. En una ocasión, cuando corrimos un maratón en París, se me acercó uno de los competidores y me dijo: “No te vayas tan fuerte. Viene mi patrocinador y estoy quedando mal”. Sí, es primer mundo y tienen mejor equipo, pero no siempre basta. “Me maté para este resultado, lo siento”, le dije. También no creas que porque son primer mundo van a ser gente muy íntegra: ¡me han hecho trampa!

—Entonces, no es algo determinante…

—Siempre he dicho que las personas con discapacidad somos como las mujeres: te cuesta mucho abrirte paso, y cuando lo logras, te aferras. Las oportunidades no son iguales, y no se trata solo de México, así es el mundo. Por eso, uno se ve obligado a trabajar el doble.

Más que correr

Además de deportista, de 2009 a 2012 Navarro fue alcalde de Nezahualcóyotl, uno de los municipios más poblados del Estado de México. Y como si eso no fuera suficiente, en años recientes estudió sicología con la intención de ayudar a los jóvenes que empiezan. “Hay tanto que transmitir, pero no siempre tienes las palabras para decirlo. La sicología me ha ayudado a dar el mensaje que quiero”.

—¿Cuál es ese mensaje?

—Quitar la imagen de que las personas con discapacidad requerimos con urgencia que alguien nos ayude, la imagen de que necesitamos estirar la mano. Nosotros podemos competir, estamos igual de preparados que cualquiera. Cada que me preguntan cómo deben referirse a mí, si como discapacitado o persona con discapacidad, etcétera, siempre les digo: “A mí, díganme Édgar”.

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