Barack Obama, presidente de Estados Unidos, presentó su propuesta de reforma inmigratoria que apoya la iniciativa bipartidista de algunos miembros del Senado estadunidense y, a pesar de que los medios de comunicación la anunciaron con bombo y platillo, algunos especialistas piensan que no será tan fácil como parece.
La razón se la imputan, principalmente a asuntos de índole racial, pues 131 de los 233 Republicanos del Congreso representan distritos que tienen más del 80% de blancos.
En esos distritos no sólo muchos se oponen a la reforma sino que, además, en estos no existe una fuerza opositora que apoye los derechos de los migrantes.
Los Demócratas, que apoyan la reforma inmigratoria, sólo cuentan con 31 miembros representantes de distritos de población mayoritariamente blanca.

El punto más importante es que las legislaturas locales de Estados Unidos están copadas de Republicanos ambiciosos que votaron a favor de leyes como la de Arizona, hace algunos años, y que hoy no se quedarán de brazos cruzados.
Scott Bland, editor del National Journal opina que la división del Congreso estadunidense no es sólo por afiliación partidista sino por racismo pues, a pesar de que el presidente es un hombre de color, la mayoría de la Cámara de Representantes no ha cambiado mucho históricamente.
En este sentido, Bland comenta que los Republicanos viven aislados de la realidad política y geográfica pues viven “malcriados” en sus fraccionamientos seguros y no tienen incentivos para comprometerse con los Demócratas ni con el presidente Obama.
El ejemplo más claro de esto es una declaración del Republicano Lou Barletta, un conservador, sobre los latinos que residen en Estados Unidos y en contra de la reforma inmigratoria:

Con todo esto parecería obvio el rechazo de la reforma inmigratoria en la Cámara de Representantes pero no hay que olvidar que fue, precisamente, el voto de los latinos lo que llevó a Obama por segunda vez a la Presidencia de Estados Unidos y al Partido Republicano a sufrir una de sus más duras derrotas.
Sólo queda esperar que los Republicanos más conservadores reflexionen sobre el futuro que quieren para su propio partido y, sobre todo, para su país.