La escalada bélica entre Teherán y Tel Aviv podría desencadenar una catástrofe de alcance internacional.
La tensión entre Israel e Irán no es nueva, pero ha adquirido una peligrosidad inédita en las últimas semanas: en los primeros días de lo que denomina como Operación León Naciente el ejército israelí bombardeó diversos enclaves relacionados con la producción e investigación nuclear en territorio iraní, país que a su vez respondió con una andanada de misiles y drones contra objetivos israelíes.
La rivalidad de ambos países en la historia moderna se remonta a décadas marcadas por una serie de confrontaciones indirectas, conocidas como guerras por delegación, libradas en los territorios de Siria, Líbano, Gaza e Irak.
A través de milicias aliadas y grupos armados —como Hezbolá o las Brigadas Al-Quds—, Teherán sostiene una política de presión constante sobre Israel, mientras que este país responde con operaciones encubiertas, ciberataques y bombardeos selectivos contra intereses iraníes en la región.
Uno de los puntos más críticos de esta rivalidad es la carrera nuclear. Luego del colapso del Plan de Acción Integral Conjunto (JCPOA, por sus siglas en inglés) en 2018 —impulsado por la salida unilateral de Estados Unidos bajo la presidencia de Donald Trump—, Irán aceleró su programa atómico y actualmente alcanza niveles de enriquecimiento de uranio de 60%, muy cerca del umbral necesario para construir armas nucleares, lo que ha encendido alarmas en Tel Aviv y en las principales capitales occidentales.
La situación se volvió dramática el 13 de junio con la Operación León Naciente (Rising Lion), cuando Israel lanzó un ataque aéreo masivo con más de 200 aviones contra múltiples objetivos estratégicos iraníes: instalaciones nucleares en Natanz, Fordow y Teherán, complejos de misiles, centros de mando del Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica (IRGC, por sus siglas en inglés) y sistemas de defensa antiaérea.
El ataque dejó decenas de muertos, incluidos científicos y altos mandos militares.
A ello Irán respondió con una andanada de casi 370 misiles y drones dirigidos hacia Israel. Aunque la mayoría fue interceptada por los sistemas defensivos israelíes, algunos impactos causaron víctimas civiles y daños en infraestructura urbana.
Se suman a esto nuevos ataques dirigidos contra infraestructura crítica en ambos países.
Hubo, por ejemplo, un ataque al Instituto Weizmann de Ciencias (Rehovot, Israel), donde un dron iraní impactó a uno de los laboratorios de investigación avanzada. Aunque no se reportaron víctimas, el daño simbólico y tecnológico es considerable.
Otro ataque tuvo como blanco el Centro Médico Soroka (Beerseba), uno de los hospitales más importantes del sur de Israel, que fue alcanzado por un misil causando al menos 15 heridos y una interrupción temporal de servicios críticos.
Del otro lado, un bombardeo israelí contra la instalación nuclear de Arak alcanzó al reactor de agua pesada —aunque desmantelado parcialmente por el acuerdo de 2015— con misiles de precisión, en lo que analistas describen como una advertencia a Irán sobre la posibilidad de acciones aún más destructivas.
En cuanto a infraestructura energética, Israel atacó refinerías en Shahr Rey y Najafabad y destruyó helicópteros F-14A en tierra, así como un dron Hermes 900 iraníes.
El Hospital Shiba, en Tel Aviv, fue impactado por misiles iraníes que causaron daños materiales y decenas de heridos.
También se han dado ataques de los hutíes: cohetes y misiles desde Yemen alcanzaron Ben Gurion y zonas cercanas, presionando rutas navales y aeropuertos internacionales.
Respecto de los bombardeos y víctimas, los reportes señalan que en Irán se registran más de 600 muertos, entre ellos científicos y oficiales de alto rango del IRGC, mientras que en Israel se contabilizan decenas de víctimas civiles, siendo Soroka y Bat Yam los lugares de impactos más recientes.
Así las cosas, Irán reforzó su defensa aérea, redistribuyó activos estratégicos y elevó su nivel de alerta en instalaciones clave como Isfahán, Bushehr y Qom.
Lo que antes era una guerra en las sombras se ha transformado en un conflicto directo, con implicaciones nucleares y geopolíticas de escala global.
Estos ataques, dirigidos no solo a objetivos militares sino también a infraestructuras civiles y científicas, reflejan un cambio cualitativo en la naturaleza del conflicto. De hecho, Israel apunta a instalaciones simbólicas del desarrollo nuclear y tecnológico iraní, como el reactor de Arak, en un intento de desarticular las capacidades estratégicas de Teherán, mientras que Irán intensifica sus ataques contra blancos urbanos y centros médicos, buscando vulnerar la moral y la capacidad de respuesta de la población israelí.
Amenaza
Más allá del intercambio de misiles y ataques aéreos el verdadero punto de quiebre en el conflicto entre Israel e Irán es la posibilidad de una escalada nuclear.
La sospecha sobre la dimensión militar del programa atómico iraní ha sido una constante desde los noventa. Sin embargo, tras el colapso del acuerdo nuclear de 2015 (JCPOA) Teherán reactivó su actividad de enriquecimiento de uranio y aceleró sus capacidades con una velocidad que ha puesto en alerta a la comunidad internacional.
Actualmente Irán posee más de 400 kilogramos de uranio enriquecido a 60%, un nivel técnicamente muy cercano al grado armamentístico. Con ese volumen, y si decidiera dar el paso final, podría fabricar varias armas nucleares en cuestión de meses.
Si bien el liderazgo iraní insiste en afirmar que su programa tiene fines pacíficos, informes de inteligencia occidentales señalan el posible reinicio de un plan oculto —apodado Kavir— destinado a desarrollar una capacidad atómica militar.
En este contexto, la instalación de Fordow representa uno de los mayores retos para Israel, ya que esta planta de enriquecimiento, ubicada en el interior de una montaña, es extremadamente difícil de destruir sin armas de penetración profunda que solo Estados Unidos posee.
Aunque Israel demuestra una notable capacidad para golpear objetivos dentro de Irán, una operación contra Fordow sería un acto de máxima provocación y probablemente el punto de no retorno hacia una guerra total.
Por su lado, Irán despliega nuevos misiles balísticos de medio alcance con capacidad de portar cargas pesadas, lo que podría ser interpretado como una señal de disuasión. Algunos analistas advierten que ante un ataque de gran envergadura Teherán podría abandonar el Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP), una decisión que fracturaría el orden global en materia de seguridad y abriría las puertas a una carrera armamentística regional.
En este clima de desconfianza mutua y amenazas latentes, la sombra del átomo vuelve a cernirse sobre Oriente Medio, reavivando los peores temores de un conflicto irreversible.
Reacción internacional
La confrontación entre Israel e Irán no se desarrolla en el vacío: está atravesada por un complejo entramado de intereses globales, alianzas estratégicas y tensiones no resueltas entre las principales potencias. La escalada reciente ha puesto en jaque no solo la estabilidad regional sino también el frágil equilibrio global entre Occidente, Oriente Medio y Euroasia.
Estados Unidos, principal aliado de Israel, mantiene una postura ambigua. Aunque el gobierno de Donald Trump —reelegido a comienzos de 2025— expresa su apoyo “irrestricto” a las operaciones defensivas israelíes, también evita por ahora una intervención directa.
Washington desplegó activos militares en la región, reforzó sus bases en el Golfo Pérsico y aumentó su presencia naval en el mar de Omán, pero su objetivo parece ser más disuasivo que ofensivo.
Sin embargo, la presión política y militar sobre la Casa Blanca va en aumento. Luego de los ataques iraníes decenas de misiles rozaron instalaciones estadunidenses en Irak y Siria, lo que elevó el nivel de alerta del Pentágono. Algunos miembros del Congreso ya exigen una respuesta más contundente. Trump, por su lado, utiliza la crisis para endurecer su retórica política y advierte que si Irán no renuncia “de inmediato” a su programa nuclear, enfrentará “consecuencias que cambiarán el mapa del Medio Oriente”.
Del otro lado, China y Rusia observan con atención, pero también con cautela. Ambos países mantienen estrechos lazos diplomáticos, económicos y militares con Teherán.
China, dependiente del petróleo iraní, pide moderación y ofrece mediar para un nuevo diálogo regional.
Rusia, más implicada en la geopolítica del Levante por su presencia en Siria, condena los ataques israelíes, pero hasta ahora se abstiene de ofrecer apoyo militar directo. El Kremlin parece más interesado en aprovechar la crisis para debilitar la influencia occidental en la región, que en comprometerse en una confrontación abierta.
Mientras tanto, Europa se encuentra dividida. Francia y Alemania piden un cese al fuego inmediato y la reactivación del acuerdo nuclear con Irán, mientras que el Reino Unido cierra filas con Washington.
La Unión Europea (UE) teme una nueva crisis migratoria y energética, especialmente si el estrecho de Ormuz —por donde transita casi 20% del petróleo mundial— se ve bloqueado por una acción militar iraní.
En el ámbito multilateral, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) convocó a sesiones de emergencia del Consejo de Seguridad, sin resultados concretos. Turquía y Arabia Saudita, potencias regionales con agendas propias, se limitaron a hacer llamados generales a la calma, aunque sus verdaderas lealtades están en función de intereses internos.
El conflicto entre Israel e Irán, aunque regional en apariencia, tiene un eco global. Cada uno de los actores mayores tiene algo en juego: la credibilidad, la estabilidad energética, la disuasión nuclear o el control del orden internacional.
En este tablero tenso un movimiento en falso podría desatar una reacción en cadena difícil de contener.

Escenario regional
Aunque el conflicto directo entre Israel e Irán ya marca un cambio de paradigma en el equilibrio de Oriente Medio, su expansión a otros frentes y países se vislumbra cada vez más probable. Las dinámicas de alianzas, los odios acumulados y la estructura misma de la región hacen temer que la escalada pueda transformarse en una guerra regional de múltiples frentes.
Uno de los actores más relevantes es Hezbolá, el grupo armado libanés apoyado por Teherán y que desde el inicio de la ofensiva israelí intensificó sus ataques con cohetes desde el sur del Líbano hacia el norte de Israel, provocando la evacuación de decenas de miles de civiles israelíes y el despliegue de brigadas blindadas en la frontera.
Aunque hasta ahora el conflicto ha sido contenido a intercambios de artillería y bombardeos aéreos, la posibilidad de una invasión terrestre en territorio libanés está sobre la mesa. Israel advierte que responderá con “máxima fuerza” si Hezbolá cruza ciertos límites, como el uso de misiles de precisión o incursiones transfronterizas.
En Siria, donde Irán mantiene presencia militar a través de asesores del IRGC y milicias aliadas, los ataques israelíes se intensificaron. Damasco reporta múltiples bombardeos en las afueras de su capital, mientras grupos proiraníes intentan atacar puestos israelíes en los Altos del Golán. El nuevo régimen sirio, debilitado por años de guerra civil, podría verse arrastrado a un nuevo conflicto que desborde sus ya limitadas capacidades militares.
En Irak las milicias chiitas alineadas con Irán atacan intereses estadunidenses e israelíes, incluyendo bases militares y convoyes logísticos. La inestabilidad política de ese país, sumada a la creciente influencia de Teherán, convierte a Irak en un terreno fértil para la guerra por delegación, con consecuencias impredecibles para su frágil transición democrática.
Yemen, por su parte, se suma al tablero con un nuevo protagonismo. Los hutíes, grupo rebelde apoyado por Irán, lanzan drones explosivos hacia Israel y amenazan con atacar buques comerciales vinculados a ese país en el mar Rojo. Aunque su capacidad militar es limitada en comparación con otros actores, su acción basta para alterar rutas marítimas y generar nuevos focos de tensión.
Finalmente, Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos, rivales históricos de Irán, pero también reacios a una guerra abierta, se encuentran en una delicada posición. Riad reforzó sus defensas y se acercó nuevamente a Washington, mientras mantiene canales diplomáticos discretos con Teherán para evitar un incendio mayor. Un ataque directo iraní en suelo saudita o emiratí podría forzar su entrada al conflicto, con consecuencias desestabilizadoras para toda la región del Golfo.
Así, el conflicto entre Israel e Irán ya dejó de ser un choque bilateral: se perfila como el núcleo de un enfrentamiento mayor, donde múltiples actores armados y estatales están en movimiento y donde las líneas rojas se desdibujan cada día más.
Repercusiones
A nivel global, la economía mundial ya resiente los efectos del conflicto. El precio del petróleo superó los 120 dólares por barril tras los primeros ataques israelíes e iraníes.
La posibilidad de que Irán cierre el estrecho de Ormuz sigue latente. Grandes aseguradoras marítimas suspendieron sus servicios en la región del Golfo y los mercados financieros operan bajo un nerviosismo creciente.
Además, los flujos de refugiados en países fronterizos como Líbano, Siria e Irak podrían superar los de crisis anteriores, presionando a Europa y otras regiones a reactivar mecanismos de respuesta humanitaria que ya se encuentran desbordados por conflictos previos.
Organismos como la ONU y el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) emiten llamados urgentes a establecer corredores humanitarios, pero los bombardeos continuos y el colapso de gobiernos locales dificultan cualquier despliegue eficaz.
En cuanto a la diplomacia internacional, los esfuerzos de mediación parecen por ahora ineficaces. Estados Unidos y Rusia se vetan mutuamente en el Consejo de Seguridad de la ONU, impidiendo cualquier resolución firme. China intenta posicionarse como intermediario neutral, promoviendo una “cumbre regional de seguridad”, pero ni Israel ni Irán muestran disposición a sentarse en la misma mesa bajo estas condiciones.
Mientras tanto, el secretario general de la ONU, António Guterres, advierte que el mundo está “al borde de una guerra regional con consecuencias globales irreversibles”.
Las potencias occidentales, presionadas por sus propias divisiones internas, no logran articular una respuesta común. La UE, aunque comprometida con la vía diplomática, carece de la capacidad militar y el liderazgo político necesario para influir significativamente. Estados Unidos, bajo un gobierno polarizante, vacila entre la intervención directa y la contención estratégica. Y los países árabes más influyentes intentan, sin éxito, evitar verse arrastrados por completo al conflicto.

A esto se suma el riesgo de que actores no estatales, como Al Qaeda o Estado Islámico, aprovechen el caos para reactivarse en zonas descontroladas, abriendo un nuevo frente de terrorismo transnacional.
También existe la amenaza de ciberataques masivos: tanto Irán como Israel poseen sofisticadas capacidades en guerra digital y una escalada en este campo podría paralizar infraestructuras críticas, desde bancos hasta redes eléctricas, en países ajenos al conflicto.
El futuro inmediato del conflicto dependerá en buena medida de lo que ocurra en las próximas semanas: si se mantiene la lógica de ataques y represalias, si se concreta una intervención de terceros o si alguna ventana diplomática logra imponerse al impulso de destrucción mutua.
Pero incluso si se evita una guerra total, el daño ya es profundo. La confianza entre los Estados del área ha sido quebrantada, la proliferación nuclear está más cerca y la región se adentra en una etapa de inestabilidad prolongada.
En suma, el enfrentamiento entre Israel e Irán representa mucho más que una disputa regional. Es una advertencia global sobre la fragilidad del orden internacional, sobre los límites de la diplomacia preventiva y sobre lo cerca que puede estar la humanidad del abismo, incluso sin darse cuenta.
Fuerzas aliadas
Apoyo a Israel
• Estados Unidos: inteligencia, defensa antimisiles y logística avanzada.
• Reino Unido: respaldo diplomático y cooperación en ciberdefensa.
• Alemania: coordinación en seguridad y tecnología defensiva.
Apoyo a Irán
• Hezbolá (Líbano): cohetes, misiles, infiltración.
• Milicias chiitas en Siria e Irak: ataques asimétricos.
• Hutíes (Yemen): drones y guerra naval irregular.
• Rusia: respaldo diplomático y venta de defensa aérea.
• China: apoyo político y dependencia energética.
Fuente: The Guardian
“El verdadero punto de quiebre es la posibilidad de una escalada nuclear”.
Impacto económico
El conflicto entre Israel e Irán genera fuertes repercusiones económicas globales. El precio del petróleo ha subido entre 5 y 10% debido al riesgo de interrupciones en el estrecho de Ormuz, por donde transita 20% del crudo mundial. Esta alza energética presiona la inflación y encarece el transporte y los alimentos. Los mercados financieros se han vuelto volátiles: caen las bolsas y suben activos refugio como el oro. Las cadenas de suministro internacionales, especialmente en Asia y Europa, enfrentan riesgos logísticos. El comercio marítimo en el Golfo Pérsico y el mar Rojo opera con cautela. Países importadores como Japón o India podrían ver afectada su balanza comercial. Además, la incertidumbre provoca salida de capitales en mercados emergentes. Si el conflicto escala o involucra a otras potencias, la inestabilidad económica podría agravarse a nivel global.
Fuente: Barrons