LA LITERATURA DEL NORTE: UN FENÓMENO SIN FECHA DE CADUCIDAD

La literatura norteña tomó el compromiso de apropiarse del paisaje para situar ahí la realidad.

Hector González
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Foto: Especial
Travelnerd

De Rafael F. Muñoz a Daniel Sada, de Martín Luis Guzmán a Luis Jorge Boone, la literatura del norte de México se cuece aparte. ¿Cuáles son las señas de identidad que la convierten en una corriente tan poderosa?

Convocados por Vértigo Élmer Mendoza (1949), Julián Herbert (1971) y Eduardo Antonio Parra (1965), tres de sus mejores representantes, nos descubren los códigos que distinguen a la que tal vez es la narrativa que mejor ha tomado el pulso de nuestro país.

Héctor González(HG): ¿El norte es donde se hace mejor literatura mexicana?

Eduardo Antonio Parra (EAP): Yo digo que sí, entre otras cosas porque tiene una vocación realista y al reflejar la realidad siempre la está cuestionando. Es algo que detecté desde finales del siglo pasado. La literatura del centro del país estaba muy clavada en el interior de los personajes. Era más sicológica y encerrada en cuatro paredes: casi todo ocurría en departamentos. En cambio los escritores norteños empezaron a trabajar la acción en exteriores. Los personajes mostraban su sicología en los actos y estaban instalados dentro de la realidad.

Élmer Mendoza (EM): Cuando se empezó a hablar de esto como un movimiento hubo una reunión no sé dónde y Daniel Sada hizo la misma pregunta. No voy a decir lo que añadió porque no quiero lastimar a nadie.

Julián Herbert (JH): El tema lleva mucho tiempo. Para mí ya no solo se trata de una literatura regional sino de una estética de lo norteño. Hay muchos autores mexicanos muy interesantes que no son de ahí pero que han construido un imaginario desde esa visión del lenguaje. Yuri Herrera es ejemplo de un escritor del centro que escribe con una fuerza conectada con el norte. Algo importante es que si bien antes había lazos entre el noreste y el noroeste, no existía la conciencia de “somos la literatura del norte”. Hay una vertiente de eso que va más allá de lo estilístico y atraviesa por una decisión política que muchos tomamos de manera directa: permanecer en nuestros lugares y desde ahí publicar nuestros libros. Creo que eso cambió las políticas editoriales y la forma de ver a los escritores del país. Yo me quedé a vivir en Saltillo, en parte porque vi que Élmer se quedó en Culiacán. Al hacerlo demostró que era posible mantenerse en su pueblo y vivir de esto. En ese y otros sentidos eres un decano.

EM: Es muy interesante lo que dices, Julián. Conforme el tema de la literatura del norte evolucionó tuvimos que pensar ¿qué era? Solamente podíamos hablar de una identidad en la medida en que tuviera una estética. Cuando empezamos a hablar de esto fue muy complicado. Nosotros no somos teóricos: somos narradores. Me parece que algunos críticos fueron quienes integraron un corpus de ideas en relación a las lecturas que estaban haciendo. El fenómeno creció y se mantiene firme hasta la fecha. Julián, Boone y hasta la misma Fernanda Melchor tienen un discurso dentro de esta estética. Creo que esto fue fundamental para que se le considerara un asunto serio.

Denominación de origen

HG: ¿Cuáles son los rasgos de esta estética?

EAP: Los espacios abiertos. A diferencia de lo que se escribía desde la capital en nuestros relatos ocurrían un montón de cosas. Había un compromiso hacia el lenguaje que al menos para mí se estaba perdiendo en otras novelas mexicanas. Estábamos en contra de un lenguaje telegráfico y neutro: para nosotros el lenguaje tenía que ser el del lugar donde se desarrollaba el texto. Uno de los máximos exponentes de esto es Élmer, quien escribe en culichi. Además rescatamos a muchos escritores grandes pero olvidados. En mis primeros viajes a México, ya como escritor, preguntaba a mis compañeros de generación por autores como Faulkner o Goytisolo. Me decían que ya no leían eso, que eran autores de sus papás.

JH: La antología Norte, hecha por Eduardo, responde a tu pregunta. Y respecto de lo otro, un buen ejemplo es Martín Luis Guzmán, quien representa una fuerza esencial para nosotros. Rulfo desde luego nos atañe a todos los mexicanos. Pero hay una lectura particular que autores como Élmer, Parra y David Toscana han puesto sobre la mesa: José Revueltas, quien es superimportante a la hora de escribir con realismo. Lo traigo a colación porque me parece que su influencia es clara en Laberinto, tu nueva novela, Eduardo. El realismo dialéctico del que habla Revueltas consiste en darle un sentido a la realidad por medio de una carga simbólica. Me parece una impronta presente en autores como Élmer y que vemos cuando le da una dimensión mítica al territorio sinaloense.

EAP: Me quedé pensando en lo que decías, Élmer, sobre la exportación de la estética. ¿Tendrá esto algo que ver con lo que Monsiváis llamaba la fronterización de México? Recuerdo que lo decía para explicar que México estaba siendo conquistado por la cultura fronteriza. Si hablamos de narrativa es verdad que autores de otras regiones han encontrado modelos importantes en lo que se hace en el norte. Por ahí también influyó mucho el narco o la cultura del narco manifestada en géneros como el corrido.

EM: En este sentido ayudaron mucho Los Tigres del Norte. Finalmente cuentan historias completas en tres minutos. En 1972 o 1973 hubo un concierto de música norteña en el Toreo de Cuatro Caminos. Tocaron quienes estaban de moda entonces y al final cerraron Los Tigres. El lugar estaba atascado de raza y cuando los plebes cantaron Contrabando y traición la gente enloqueció. Nunca había visto un concierto de música norteña así; por si fuera poco no era en el norte sino en la capital. La música ha contribuido a esto porque al final es sonido y el sonido tiene que ver con el lenguaje, que es nuestra herramienta. La combinación y el uso de las palabras viene de un sentimiento muy profundo que no sé explicar. ¿Te acuerdas cuando fuimos a ver el homenaje a El Palomo y El Gorrión en Monterrey? Sentí una cosa tremenda.

EAP: Claro, fue histórico.

EM: Cuando terminaron de cantar Los Rancheritos de Topo Chico, su cantante, que tenía como 180 años, avisó que iba a firmar unos discos. Las fans, señoras de 80 años que apenas podían caminar, hicieron fila para que les dieran el autógrafo. A ese tipo de cosas me refiero cuando hablo del sentimiento de la música o las palabras. Mi familia y nosotros mismos estamos hechos de esto y por supuesto aflora en nuestros libros.

Más allá del narco

HG: ¿En qué sentido el narcotráfico marca su literatura?

EAP: La primera incursión fue a través de la cultura del narco y viene desde la arquitectura, la ropa y la música. Después llegó a la narrativa y en realidad no sé qué tanto la afectó, porque finalmente los lectores son un grupo pequeño. En nuestros primeros encuentros decíamos: “Venimos a cambiar un poco el modo de narrar, tampoco tanto, solo se trata de ponerle un poquito de emoción y acción al lector”. Al final había gente que se acercaba para decirnos que ya estaban hasta cansados de novelas problema y de novelas abstractas. Para nosotros el lenguaje fue muy importante; por eso tratamos de jugar con ritmos y formas. A lo mejor ahí está la clave: teníamos el oído bien abierto y nos clavamos en cómo sonaban las cosas.

JH: Creo que en Latinoamérica hay una tradición de pop neobarroco que se desarrolla en distintos momentos. En las tradiciones de clase media y menos vinculadas con el medio semirrural también hay divisiones sociales. El pop rocanrolero y el vintage son bien vistos. Podías hablar de rock sicodélico o de Los Panchos pero no de José José o Camilo Sesto. Me parece que en el norte esa tensión se resolvió antes. Yo crecí en un pueblo donde una estación ponía lo mismo rock que tex mex. Ahora es muy fácil ver a Los Tigres del Norte del mismo tamaño que un grupo de rock, pero al principio en el centro no era así. Ahora se habla de la glorificación del narco pero esto viene después del análisis sociológico y la distinción entre los criminales y las víctimas. En una primera fase los norteños no distinguíamos tanto. La estética del narco viene del nuevorriquismo californiano. Toda esta combinación de valores pop es importante porque siempre tuvimos claro que el buen pop no solo era el anglosajón. Una novela señera es Idos de la mente, de Luis Humberto Crosthwaite, una lectura en clave de la historia del rock a través de un grupo de música norteña. Creo que es un libro que marca muy bien la temperatura del cruce entre lo semirrural y lo urbano. Quizás exagero pero es importante porque creo que la mayor parte de la literatura mexicana estaba siendo producida por una clase media muy estable. En cambio muchos de nosotros somos hijos de obreros y gente venida a más.

EM: Déjame volver a la música, porque es muy importante. Muchos de nuestros ídolos se mueven en este terreno. En mis charlas con Jorge Hernández, de Los Tigres, me decía que gracias al Flaco Jiménez aprendió a deshacer fronteras con la música. Sucede lo mismo con Ramón Ayala. Los ritmos y las variaciones son parte de nuestra educación. El Piporro fue un maestro para el juego en el lenguaje y la música. Cuando era joven y andábamos pisteando, no saben las veces que canté El corrido de don Baldomero. Además teníamos las lecturas que nos marcaron. Para nosotros Cormac McCarthy era de aquí. Daniel Sada alguna vez dijo que a nosotros nos ayudó mucho la lectura de clásicos y gracias a esto cuando empezamos con los contemporáneos pudimos establecer correspondencias. A nosotros nos han educado la realidad y los gritos pero también lo que hemos leído y escuchado.

JH: Luis Jorge Boone, quien es de Monclova, cuenta que una vez mientras leía a Cormac McCarthy se bajó del camión en la misma esquina donde sucedía una escena de la novela. Cuando estableces una relación tan cercana entre la literatura y el paisaje es tremendo. McCarthy es el único narrador importante que ha hablado de la cárcel de Saltillo. Así es como se quitan las fronteras. Alrededor de París y el Sena hay un imaginario de muchos años, pero cuando alguien te describe a alguien escondiéndose por las canchas del río Santa Catarina, por las que yo he pasado muchas veces, tu zona adquiere otra dimensión. Esto lo hizo Eduardo Antonio Parra en Nostalgia de la sombra. Como lector fue impresionante encontrar en las novelas los bares y las calles donde crecí. Me permitió entender que no necesito irme a Nueva York para ser parte de la historia de la literatura. La literatura norteña tomó el compromiso de apropiarse del paisaje para situar ahí la realidad.

EAP: No hace falta pensar en París o Nueva York: se escribe de la ciudad de México desde el siglo XIX y eso propicia confianza o descuido. Cuando hablas de una ciudad que no ha sido narrada necesitas hacerlo con más cuidado.

EM: Este es un fenómeno muy bonito. Muchas veces me preguntaban cómo es que mis personajes estaban en la calle Obregón de Culiacán y justo se trataba de llevar la literatura a la ciudad.

Realismo puro y duro

HG: ¿Esta identificación cambia también cuando la violencia salta a las primeras planas?

EAP: Eso viene después. Ya había violencia, aunque no tan espectacular como ahora. Monterrey hasta este siglo era una ciudad pacífica; aun así la violencia sobre la que yo escribía era más normal. Recuerdo que los regiomontanos se ofendían de mis relatos. Una vez que explotó la delincuencia se volvió necesario dejar un registro. Las primeras novelas sobre narco eran desconocidas en la capital del país, en cambio ahora el narco está en todos lados. Algunos nos decían que exagerábamos o que glorificábamos al crimen organizado, pero no es verdad: era cuestión de que esos críticos viajaran para allá y constataran que todo era puro realismo.

EM: En Culiacán se vivió un fenómeno anterior y estaba relacionado a movimientos políticos de los setenta. Entonces la ciudad se hizo pequeña porque la policía y el ejército tomaban las casas y levantaban a las familias. Fue algo muy fuerte y en lo personal me preparó para el tratamiento del tema. Me permitió desarrollar astucia. Lo primero que hice fue no huir y afrontar las cosas. Cuando el narco dejó Tierra Blanca y se empezaron a matar entre sí, todo se transformó. Para entonces yo ya tenía entrenado el oído e iba a escuchar las historias en las cantinas. Al final no importaba si era verdad o mentira: lo importante era ser testigo de lo que se decía.

JH: Ahora que mencionas la lucha política en Sinaloa creo que ahí hay algo que nos falta contar y me refiero a la forma en que se transformó la violencia en México desde la guerra sucia hasta el presente. Los vínculos entre el narco y la guerra sucia son superimportantes para tratar de entender la realidad del país. En principio el Estado mexicano tuvo un control sobre el narcotráfico y mientras esto existió había un orden relativo. Me parece muy característico que las herramientas que el gobierno usaba para reprimir a la insurgencia son las mismas que utilizó para reprimir a la familia Reyes Pruneda en la primera guerra contra el narco, en los setenta. Muchos de los extensionistas que se fueron a Sinaloa para hacer trabajo de masas o en la insurgencia terminaron en el narco. Parte de esto circula a través de la literatura del norte, pero nos falta. Hablamos de la glorificación del narco pero nos interesa mostrar que uno aprende a vivir ahí. Las historias de Parra o Élmer pueden estar atravesadas por el narco, pero más allá de eso muestran a gente que vive y aprende a vivir ahí.

HG: Pensando en lo que sucedió en Culiacán en octubre pasado, ¿hasta dónde se puede narrar la violencia?

EM: Lo que sucedió en Culiacán yo no lo voy a narrar. Me parece una vergüenza.

EAP: Yo creo que todo se puede narrar, es cuestión de darle una vuelta.

EM: Sí se puede pero yo no lo voy a hacer: para mí fue vergonzoso lo que le hicieron a mi ciudad. No seré yo quien narre ese episodio y no tienen idea de la cantidad de gente que me ha abrazado por eso.