En Tabasco florece la esperanza de atacar las causas de la violencia

Debemos dar el cien por ciento en cada uno de los rincones a donde lleguemos: Esthela Damián.

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Foto: Cortesía.
Redacción
Nacional
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Nacajuca, Tabasco, a 14 de abril. Ni el calor sofocante, ni la distancia, ni la dureza de los caminos disuaden a quienes han asumido la misión de transformar la realidad desde la raíz.

Son los Sembradores de Paz, y su labor va más allá de una jornada, es un compromiso cotidiano, casi misionero, que los lleva a cada rincón del país con la convicción de que la paz no se impone, se cultiva.

Así fue en el poblado de Guatacalca, Nacajuca, en el corazón de Tabasco. Allí, donde las temperaturas alcanzan los 42 grados con una sensación térmica asfixiante, hombres y mujeres caminaron bajo el sol con un mismo propósito: hablar con la gente, escucharla, tender puentes y sembrar esperanza. No hay uniformes llamativos ni discursos altisonantes, sólo convicción, voluntad y un profundo respeto por las comunidades que visitan.

En esta jornada, encabezada por la subsecretaria de Prevención de la Violencia de la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana (SSPC), Esthela Damián Peralta, se reafirmó que la atención a las causas —uno de los cuatro ejes de la Estrategia Nacional de Seguridad— no es un ideal abstracto, sino una prioridad viva que se trabaja con los pies en la tierra y el corazón con la gente.

“Debemos dar el cien por ciento en cada jornada y en cada rincón donde lleguemos”, expresó la funcionaria federal.

Los Sembradores de Paz no reparten promesas: siembran información, canalizan apoyos, identifican focos de riesgo y tejen redes comunitarias. Y lo hacen llevando consigo el pensamiento y la guía de quien hoy dirige el país, la presidenta Claudia Sheinbaum Pardo, cuyas propuestas de seguridad —formuladas desde la campaña— buscan erradicar la violencia desde sus causas más profundas.

El trabajo de estos sembradores es silencioso pero poderoso. En calles polvorientas, casas modestas y plazas olvidadas, dialogan con jóvenes, madres de familia, adultos mayores. Detectan carencias, previenen adicciones, promueven cultura y deporte. No traen soluciones mágicas, sino herramientas para que las comunidades sean parte activa de su propia transformación.

Y aunque la violencia no desaparece de un día para otro, los frutos de esta estrategia comienzan a germinar. Porque cuando el Estado deja de ser una figura lejana y se convierte en un rostro cercano, en una mano extendida, entonces sí, la paz se vuelve posible.

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