Torrenciales y rápidas, las lluvias generan daños a la infraestructura e incluso pérdidas humanas.
El pasado sábado 27 de septiembre Iztapalapa se convirtió en rostro visible de la crisis hídrica en el Valle de México, que ya no es una amenaza futura, sino un desafío presente: una tormenta intensa desató la alerta púrpura, el nivel más alto del Sistema de Alerta Temprana de la Secretaría de Gestión Integral de Riesgos y Protección Civil (SGIRPC).
Calles inundadas, autos varados y desbordamientos del sistema de drenaje recordaron a los capitalinos que el agua, aunque vital, puede convertirse en un riesgo cuando no se gestiona correctamente.
Según datos del Sistema de Aguas de la Ciudad de México (Sacmex), en aquella jornada cayeron 29.8 millones de metros cúbicos de agua, únicamente en la capital, mientras que en toda la Zona Metropolitana del Valle de México (ZMVM) la cifra ascendió a 63.3 millones de metros cúbicos.
En su mayoría esa agua no logró infiltrarse en los acuíferos y terminó arrastrando basura y escombros hacia viviendas y calles.
Las lluvias cada vez más intensas y concentradas son consecuencia del cambio climático: aunque la cantidad anual de lluvia no necesariamente ha variado, ahora caen enormes volúmenes de agua en periodos cortos, saturando drenajes y generando inundaciones que ponen en riesgo la vida de la población.
Aliado natural
En medio de esta realidad la Sierra de Guadalupe emerge como una pieza clave. Esta Área Natural Protegida (ANP), que se extiende entre la CDMX y el Estado de México, cumple funciones ecológicas, urbanísticas y ahora estratégicas para la gestión del agua.
Rodeada de asentamientos humanos y con fuerte presión urbana, la Sierra de Guadalupe no solo actúa como pulmón verde del norte del valle, sino que también permite captar y retener agua pluvial antes de que se pierda.
“Abastecer a 21 millones de habitantes es todo un reto. No se trata únicamente del agua que llega a los hogares, sino también de la que requieren las industrias y los ecosistemas”, explica Paola Gordon, directora de Agua en Pronatura México, durante un recorrido por la zona.
Para ella, la Sierra de Guadalupe no es solo un espacio natural: es una infraestructura viva que puede contribuir a reducir riesgos y garantizar agua para las futuras generaciones.
Además de la Sierra de Guadalupe, la CDMX cuenta con otras zonas clave para la recarga de acuíferos. Destacan la Sierra de Ajusco-Chichinauhtzin, al sur, cuyos bosques filtran agua; la Sierra de Santa Catarina, en el norte, que retiene agua en barrancas; y el Bosque de Tlalpan y áreas del Ajusco Medio, donde la vegetación favorece la infiltración.
Incluso zonas más urbanizadas, como las Lomas de Chapultepec y el poniente y norte del Valle de México, contribuyen a captar y filtrar agua pluvial.
Acciones concretas
Según la Comisión Nacional del Agua (Conagua) la ZMVM enfrenta un déficit hídrico anual de más de 480 millones de metros cúbicos, equivalente a llenar mil 600 veces el Estadio Azteca. Esto significa que extraemos más agua de la que los acuíferos son capaces de recargar.
“El riesgo de un ‘día cero’, como el que vivió Monterrey en 2022, está latente”, advierte Gordon.
Para revertir esta tendencia Pronatura México, en alianza con autoridades ambientales y comunidades locales, lanzó el proyecto Sierra de Guadalupe: Comunidad, Resiliencia, Agua y Naturaleza.
El plan incluye la construcción de 80 presas de gavión distribuidas en seis microcuencas; la instalación de estaciones meteorológicas que miden en tiempo real la lluvia y la infiltración; así como estrategias de conservación de suelo, restauración de vegetación y reforestación.
“El impacto ya es real. Queríamos iniciar antes de la temporada de lluvias para reducir riesgos a la población. Hoy tenemos ya presas funcionando que no solo infiltran agua, sino que también protegen a la población de deslaves y de inundaciones repentinas”, subraya Gordon.
El objetivo del proyecto es infiltrar 7.9 millones de metros cúbicos de agua al año, suficientes para abastecer a más de 155 mil personas. Aunque modesta frente al déficit total, esa cantidad representa un paso concreto hacia la seguridad hídrica y un modelo replicable en otras zonas del país.
Además de los beneficios hídricos, el proyecto contribuye a la conservación de ecosistemas, la captura de carbono, la generación de empleos locales y la capacitación de la comunidad.
Jorge Chávez, gerente de obras de suelo y agua en Pronatura México, detalla que las presas de gavión funcionan como barreras que retienen la velocidad del agua en los cauces y barrancas, permitiendo que se infiltre lentamente al subsuelo. Esto reduce la erosión, previene deslaves y contribuye a recargar acuíferos.
Estas estructuras, compuestas de mallas de acero rellenas de piedra, desaceleran el flujo de agua durante lluvias torrenciales y ayudan a manejar el exceso de agua. Según Chávez los patrones de lluvia han cambiado: “Ahora las precipitaciones son más intensas y concentradas en poco tiempo. Proyectos como este permiten mitigar riesgos antes de que se conviertan en desastres”.
Biodiversidad: un laboratorio vivo
El proyecto no solo involucra infraestructura, ya que también tiene un fuerte componente ecológico. Carlos Pázquil, educador ambiental en la Coordinación General de Conservación Ecológica del Edomex, explica la riqueza biológica de la Sierra de Guadalupe:
“Tenemos ecosistemas de pastizal y zonas de cañadas, además de áreas de encino, que funcionan como núcleos donde se conserva la mayor humedad de la zona. Esto permite mantener una buena cantidad de flora y fauna. También contamos con ecosistemas inducidos, como los de eucalipto. Aunque son especies introducidas, cumplen una función ecológica y mantienen interacciones con la fauna. Nuestro objetivo es orientar su manejo para eventualmente sustituirlas por especies nativas más resilientes al cambio climático”.
Sobre la fauna, Pázquil destaca la diversidad de aves presentes: “Podemos observar al gavilán de Cooper, halcones peregrinos, la aguililla cola roja —una especie nativa del Valle de México— y, durante la temporada migratoria, especies como los chipes. También contamos con aves endémicas, como el rascador gorra canela o el cuicacoche moteado, que únicamente se encuentran en el centro del país. Estas especies son indicadores de la salud del ecosistema y tenemos la fortuna de convivir con ellas en la Sierra de Guadalupe”.
Prevenir antes que reparar
Al retener el agua de lluvia y conservar la biodiversidad la Sierra de Guadalupe ayuda a enfrentar la escasez, previene desastres y reduce los costos en atención a emergencias.
“Es más barato prevenir que reparar después. Queremos que el agua que cae en nuestras ciudades no se pierda, sino que contribuya a la vida de las personas y los ecosistemas”, concluye Gordon.
En un Valle de México que lucha contra la falta de agua y los efectos del cambio climático la Sierra de Guadalupe se consolida como un laboratorio vivo, un ejemplo de cómo la naturaleza y la ingeniería pueden combinarse para enfrentar la crisis hídrica del país. Una iniciativa que muestra que prevenir e invertir siempre será más barato y seguro que reparar.