TRAE EL CAMBIO CLIMÁTICO TORMENTAS PERFECTAS

“Mayor duración e intensidad en los fenómenos hidrometeorológicos”.

Martha Mejía
Nacional
CAMBIO CLIMÁTICO

La rápida evolución de Otis de tormenta tropical a huracán superó todos los pronósticos y habla de que el calentamiento global genera grandes incertidumbres.

Otis rompió el récord histórico de intensificación en México –que impuso el huracán Patricia en 2015– al escalar de tormenta tropical a huracán categoría 5 en menos de doce horas, fenómeno que ha desconcertado a la comunidad científica internacional porque ninguno de los modelos predictivos estimó esta situación, lo que el Centro Nacional de Huracanes de Estados Unidos describió como un “escenario de pesadilla”.

De acuerdo con datos de Copernicus, el área potencialmente afectada en la zona costera de Acapulco es de alrededor de cuatro mil 285.1 hectáreas, a las que se le suman dos mil 487.3 hectáreas tierra adentro.

¿Qué sucedió?

Pasada la medianoche del miércoles 25 de octubre Otis tocó tierra. Con vientos máximos que alcanzaron entre 270 y 300 kilómetros por hora el huracán dejó en Acapulco una catástrofe sin precedentes. Explicar esta tragedia es una tarea en la que los meteorólogos trabajan, pero entender lo que llevó a Otis a ser tan devastador requiere tiempo y datos, señala la comunidad científica.

El estudio Slower decay of landfalling hurricanes in a warming world, publicado en la revista Nature en 2020 y en el cual se analizaron los huracanes que han afectado a Norteamérica entre 1967 y 2018, señala que en los sesenta los huracanes perdían 75% de su fuerza durante el primer día tras tocar tierra, pero hoy la fuerza de un huracán que toca tierra suele decaer apenas 50% en el mismo lapso, indica el informe.

Los autores del estudio indican que el aumento de las temperaturas marinas es la fuerza impulsora responsable de la mayor duración e intensidad en los fenómenos hidrometeorológicos.

Añaden que si el calentamiento climático antropogénico continúa la potencia destructiva de los huracanes –algunos con vientos de más de 160 kilómetros por hora y lluvias torrenciales– podría extenderse hacia el interior y repercutir en comunidades poco preparadas para gestionar tormentas de esta magnitud.

“El hecho de que se formen los huracanes depende de varios factores. Uno de ellos es la temperatura del agua. Sabemos que actualmente hay un aumento en la temperatura de la atmósfera y gran parte de este calentamiento lo está absorbiendo el mar. Eso tiene consecuencias. En este caso, Otis encontró temperaturas perfectas para desarrollarse; había aguas que estaban varios grados muy por encima de lo que normalmente se esperaría para octubre y eso generó que esta intensificación encontrara aguas de hasta 31° Centígrados, algo que no es normal para esta temporada”, explica José Antonio Benjamín Ordóñez Díaz, doctor en Ciencias por el Instituto de Ecología y catedrático del ITESM-MER.

Un segundo factor, coincide la comunidad científica, es la reaparición de El Niño, que luego de tres años volvió a manifestarse. Se trata de un patrón climático que produce temperaturas en la superficie del mar más cálidas que el promedio e influye en fenómenos como sequías, pérdida de bosques tropicales, incendios forestales, deshielo de casquetes polares, blanqueamiento y muerte de corales, así como lluvias muy intensas.

Este fenómeno modifica la temperatura del mar, lo que incrementa la probabilidad de tifones en el océano Pacífico. Por ejemplo, para México los huracanes más desastrosos de este lado del océano han sido Patricia, que en 2015 dejó más de diez mil damnificados y ocasionó daños por 460 millones de dólares en Jalisco; Odile, que en 2014 causó estragos en Guerrero, Michoacán, Jalisco, Sinaloa y Nayarit; y Paulina, que en 1997 inundó diversas áreas de Oaxaca y Guerrero.

Observar

En los últimos años huracanes de intensificación rápida, como Otis, se han presentado de forma más frecuente de manera global, lo que alerta a la comunidad científica. Basta con recordar a Ian, en 2022, que durante su trayecto tuvo diversos cambios de categoría, y a Michael, en 2018, que pasó de ser un huracán categoría 2 a categoría 5 cuando tocó tierra en Florida.

No obstante, con Otis todos los pronósticos fallaron, incluso los del Centro Nacional de Huracanes de Estados Unidos, con sede en Miami, donde se efectúan estudios con aviones cazahuracanes. “Estaba previsto como tormenta tropical y rápidamente ascendió a huracán categoría uno, y subió hasta la categoría cinco en doce horas, en vez de 24. Se debió prever este ascenso al menos un día antes”, indica Jorge Zavala Hidalgo, director del Instituto de Ciencias de la Atmósfera y Cambio Climático (ICAyCC).

Respecto de los posibles orígenes de errores en el pronóstico de intensidad de Otis destaca el déficit de observaciones, en particular falta de datos en el oeste de las costas de México. “Habrá que investigar los lugares más adecuados para instalar boyas y otras mediciones”.

Entre los retos para los próximos años el director del ICAyCC estima que se debe estudiar profundamente este caso para aprender de él, como sucede con otros fenómenos aquí y en otras partes del mundo; revisar las redes de monitoreo; identificar los huecos que es deseable llenar en la costa de Guerrero y otras zonas de México.

¿Qué hacer?

En este sentido, la Red Mexicana de Científicos(as) por el Clima (REDCiC) coincide en que es obligatorio modificar, actualizar y reforzar los sistemas de monitoreo, así como los protocolos de protección civil, dado que “ya estamos viendo un cambio drástico en los sistemas climáticos”.

Para Alejandra Calzada Vázquez Vela, coordinadora de adaptación al cambio climático en WWF México, hacerle frente a esta emergencia climática implica actuar desde diversos frentes. “En primer lugar, la mitigación global, que consiste en reducir las emisiones de Gases de Efecto Invernadero (GEI) para asegurar no rebasar el umbral de los 1.5° Centígrados de calentamiento global”, dice a Vértigo.

Agrega que es necesario impulsar políticas públicas que permitan la adaptación a cambios que ya son irreversibles, como mayores eventos de sequías, precipitaciones extremas, huracanes más intensos y olas de calor.

“En el caso de los ecosistemas costeros o de los eventos extremos como los huracanes, hay ecosistemas que son literalmente una barrera física que nos protege de los impactos; sabemos que los arrecifes de coral y los manglares detienen mucho las fuerzas de las olas y del viento; entonces debemos enfocarnos en conservar y restaurar estos ecosistemas”, señala Calzada.

En tercer lugar, indica la especialista, se debe asegurar el financiamiento público y privado suficiente. “Todo esto con un enfoque de justicia social, priorizando a la población y grupos más vulnerables”.