MÉXICO ATRAVIESA PELIGROSA TEMPORADA DE HURACANES

“El huracán Erick evolucionó en tiempo récord a categoría 3”.

Huracán Erick
Martha Mejía
Nacional
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Erick y las lluvias torrenciales en la capital comparten un origen común: el impacto del cambio climático en la atmósfera y los océanos.

El huracán Erick y las trombas que azotan a la Ciudad de México no son hechos aislados sino la prueba de que la temporada de huracanes 2025 ya muestra su poder impulsada por océanos más cálidos y patrones atmosféricos alterados.

La emergencia climática ya no es una predicción: es una realidad que golpea tanto a las costas como a las ciudades mexicanas.

Apenas la semana pasada la tormenta tropical Erick evolucionó en tiempo récord hasta convertirse en huracán y alcanzar la categoría 3, con vientos sostenidos de más de 155 km/h, avanzando frente a las costas de Oaxaca y Guerrero.

Aunque todavía no se había disipado completamente al cierre de esta edición, su sola presencia dejó claro el impacto del aumento en la temperatura del océano.

A cientos de kilómetros, recientemente una tromba descargó más de diez millones de metros cúbicos de agua sobre la Ciudad de México y el Estado de México, dejando calles inundadas, el Metro colapsado y 600 viviendas dañadas.

Los dos eventos —uno costero, otro urbano— tienen una raíz común: el cambio climático intensifica los extremos meteorológicos en todo el país.

No discrimina

La temporada de huracanes 2025 es calificada como muy activa por la Secretaría de Marina (Semar) y el Servicio Meteorológico Nacional (SMN), puesto que se esperan hasta 37 ciclones tropicales con nombre, de los que 18 podrían convertirse en huracanes.

Fabián Vázquez Romaña, coordinador del SMN, advierte: “Temperaturas del mar por arriba de los 30 grados Celsius alimentan a los ciclones con una eficiencia sin precedentes”.

Este aumento de temperatura no es repentino, pues frente a la costa del Pacífico mexicano se han registrado anomalías térmicas persistentes en los últimos años, lo que explica la velocidad con la que tormentas como Erick u Otis (2023) se intensifican en cuestión de horas.

Tampoco es la emergencia exclusiva de las costas. Ya el 2 de junio una tromba dejó bajo el agua a la capital. Según reportes de Protección Civil, cayeron más de diez millones de metros cúbicos de agua, el equivalente a llenar una presa como la Madín (en Atizapán de Zaragoza, Estado de México).

Un estudio titulado Changes in Intense Precipitation Events in Mexico City, que publicaron la revista científica Journal of Hydrometeorology por investigadores del Centro de Ciencias de la Atmósfera de la UNAM, analiza cómo el crecimiento urbano y la pérdida de vegetación han intensificado las lluvias en la capital. La investigación muestra que el efecto de isla de calor urbana modifica los patrones atmosféricos locales, generando microclimas que favorecen tormentas más intensas, especialmente en las zonas periféricas.

Ante esta situación el sistema de drenaje, diseñado hace más de 30 años, no está preparado para estas lluvias. Aunque la Comisión Nacional del Agua (Conagua) ha retirado miles de toneladas de basura de canales este año, la acumulación sigue siendo una amenaza.

En la costa la situación no es mejor. La pérdida de manglares en estados como Oaxaca, Nayarit y Chiapas agrava el problema. Estas barreras naturales antes frenaban el viento y el oleaje, pero han sido arrasadas por desarrollos turísticos, minería y expansión agrícola.

En Guerrero, por ejemplo, la tormenta tropical Dalila, que tocó tierra entre el 14 y el 15 de junio, causó cortes eléctricos, caída de árboles e inundaciones leves. Aunque no fue un huracán, su impacto se sintió con fuerza, especialmente en zonas donde ya no quedan ecosistemas amortiguadores.

Impacto oculto

Otro fenómeno silencioso, pero crucial, son las olas de calor marinas. En la última década el Pacífico ha registrado al menos seis eventos severos.

Según un estudio publicado en Communications Earth and Environment y difundido por EOS estas olas elevan en 50% la probabilidad de que un huracán se intensifique rápidamente; es decir, que aumente su fuerza de forma abrupta en menos de 24 horas.

La investigación, liderada por Soheil Radfar, de la Universidad de Alabama, analizó datos de huracanes entre 1950 y 2022 en el Golfo de México y el Caribe: 70% de los casos de intensificación rápida coincidieron con olas de calor en el mar, lo que confirma el rol clave del océano en la potencia de estos fenómenos. El estudio cubrió 738 eventos de intensificación rápida, de los que alrededor de 70% ocurrieron durante olas de calor marinas.

Además, estas olas afectan a la economía. En Baja California las capturas pesqueras de especies clave disminuyeron hasta 58% tras las olas de calor entre 2014 y 2016, afectando a cientos de comunidades.

¿Y ahora qué?

La Coordinación Nacional de Protección Civil habilitó más de dos mil refugios temporales en Oaxaca, Chiapas y Guerrero, y activó alertas tempranas por el avance de Erick, pero se registraron graves daños y los desafíos persisten. El tiempo de respuesta se acorta y los fenómenos ganan fuerza.

Desde la academia se proponen soluciones: modelos de predicción más avanzados, sensores atmosféricos en tiempo real y sistemas de alerta masiva.

Para Alejandro Jaramillo Moreno, del Instituto de Ciencias de la Atmósfera y Cambio Climático (ICAyCC) de la UNAM, es necesario ajustar los modelos meteorológicos para predecir las trayectorias e intensidades de los ciclones de manera más realista. “Otis fue una de las intensificaciones más rápidas en el Pacífico oriental, solo por detrás de Patricia en 2015. Este tipo de estudios no solo nos brindan más herramientas para analizar los huracanes, también muestran la necesidad de considerar nuevos factores para mejorar el diagnóstico y dar a la población mayor oportunidad de refugiarse”, dice.

Lo que ocurre con Erick no es una excepción sino una advertencia. Como escribió un grupo de científicos en la revista Nature, “las olas de calor marinas son ahora cinco veces más frecuentes y casi cinco veces más intensas que hace 40 años”.

En este contexto, México enfrenta el reto de adaptarse a un nuevo clima, que exigirá inversiones, planificación, ciencia… y mucha voluntad política.

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