Ciudad de México, a 29 de abril. Las relaciones diplomáticas entre México y El Vaticano cumplen 30 años de constante consolidación y se encuentran en una de sus mejores etapas, en momentos en que alrededor de 77.7% de nuestra población, es decir, casi 97.9 millones de mexicanos se declaran católicos.
México y la Santa Sede restablecieron sus nexos diplomáticos en 1992, luego de que las reformas al artículo 130 de la Constitución y la entrada en vigor de la Ley de Asociaciones Religiosas y Culto Público aquel mismo año reconocieron la personalidad jurídica de las iglesias y las asociaciones religiosas.
Lo anterior fue resultado de un largo proceso de acercamiento —desde 1974 hasta 1991— que tuvo por antecedentes los diversos contactos que se establecieron entre la jerarquía católica mundial y el gobierno mexicano, particularmente los importantes encuentros que se llevaron a cabo entre los presidentes Luis Echeverría, José López Portillo y Carlos Salinas, y los pontífices Pablo VI y Juan Pablo II.
En el marco de la conmemoración de esas tres décadas de interacción diplomática el secretario de Relaciones Exteriores, Marcelo Ebrard, y el secretario de Estado de la Santa Sede, cardenal Pietro Parolin, participaron en el encuentro académico y conmemorativo Laicidad abierta y libertad religiosa, una visión contemporánea.
Durante ese encuentro los representantes de ambos Estados reconocieron que en medio de las profundas divisiones que amenazan a la convivencia mundial la sólida amistad entre México y el Vaticano ha de tomarse como un acto de esperanza para el futuro.
Cónclave
Durante el encuentro el canciller Ebrard señaló que “este evento es para conmemorar los primeros 30 años y tiene como título La laicidad abierta y la libertad religiosa, hoy garantizada por nuestras leyes, por lo que considero que es importante que veamos qué nos une”.
Añadió que México y el Vaticano han trabajado juntos en el ámbito internacional en diversos asuntos y en particular “quiero agradecer su apoyo al cardenal Parolin, así como a otros dignatarios de la iglesia aquí presentes, para garantizar el acceso universal a vacunas, a medicamentos, a tratamientos en el seno de la Organización de Naciones Unidas y de otras instituciones multilaterales”.
Ebrard reconoció que ha sido muy relevante la participación de la Santa Sede, que tiene un peso específico importante en el ámbito mundial: “La permanente preocupación en la que hemos coincidido por la paz y en acciones concretas para reducir el tráfico de armas, la producción de armas, la proliferación de armas en todo el globo, incluso antes del conflicto que estamos viviendo ahora, por desgracia, entre Rusia y Ucrania, ha sido una causa común”.
Por su lado, Parolin recordó que la Iglesia católica siempre ha sido muy clara en distinguir que los ámbitos de lo religioso y lo político son distintos. “No se pueden mezclar, cada uno tiene su ámbito de acción, su ámbito de competencias, de acercamiento; pero también hay una necesidad de colaborar que parte del sujeto, de la persona a la cual se dirigen tanto la Iglesia como el Estado, que es el ciudadano”.
Aclaró que la libertad religiosa es un derecho no solo de los creyentes, sino también de los no creyentes en su derecho a vivir con plena libertad las opciones que en conciencia se realizan.
Respecto de la participación de los creyentes en la política y en el ejercicio de las libertades fundamentales que las instituciones deben garantizar, el cardenal puntualizó “que la búsqueda personal de la verdad, así como la libertad de vivir privada y públicamente su fe, es un derecho humano fundamental”.
Aseguró además que ha llegado el momento de un renovado pacto de mutua colaboración, marcado por un profundo respeto de la legítima distinción entre Estado e Iglesia, que se conoce como un pacto con base en el principio de la laicidad abierta.
Parolin aclaró que desde hace algún tiempo se habla de una laicidad positiva y constructiva, por lo que consideró que lejos de ser un motivo de división el principio de laicidad tiene sobradas competencias para, por un lado, respetar y acoger la valiosa contribución que las convicciones espirituales ofrecen a la sociedad; y, por otro, actuar como barrera para cualquier tipo de desvío fundamentalista.
Libertad religiosa
El cardenal arzobispo de México, Carlos Aguiar Retes, aseguró a su vez que “un gobierno que garantiza los derechos humanos de sus ciudadanos se refleja en un país donde cada persona puede desarrollar sus capacidades y habilidades para el bien de la sociedad”.
Consideró que el restablecimiento de relaciones constituyó un paso fundamental para gozar de la libertad religiosa reconocida en el artículo 18 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. “Se afirma que toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión. Este derecho incluye la libertad de cambiar de religión o de creencia, así como la libertad de manifestar su religión o su creencia, individual o colectiva, tanto en público como en privado”.
Rogelio Cabrera, arzobispo de Monterrey y presidente de la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM), celebró que a 30 años del restablecimiento de nexos diplomáticos entre el Estado mexicano y la Santa Sede se haya logrado un primer paso en la protección institucional del derecho humano fundamental a la libertad religiosa.
“Se tiene que llegar a permitir que cada persona practique y viva su fe, que viva según su conciencia, sin llegar nunca a violentar los derechos de las demás personas y contribuyendo a la construcción de una mejor sociedad”, explicó Cabrera.
Recordó que la libertad religiosa es un derecho humano fundamental que no debe ser olvidado en el camino de la fraternidad y la paz.
Firma
Durante el encuentro se firmó una carta de intención para promover el Códice Cruz-Badiano, documento de la medicina herbolaria antigua que estuvo en custodia por la Santa Sede durante más de un siglo y fue devuelto a México en 1992.Se le considera el texto más antiguo de medicina escrito en América. El manuscrito fue elaborado en náhuatl por Martín de la Cruz y traducido al latín por Juan Badiano, ambos pertenecientes al Colegio de Santa Cruz de Tlatelolco.Se deduce que los dibujos fueron elaborados por indígenas tlacuilos del mismo colegio. Fue devuelto a México por el Papa Juan Pablo II, quien lo donó en 1992 a la Biblioteca Nacional de Antropología e Historia como parte de los gestos de buena voluntad en el establecimiento de las relaciones diplomáticas.