ENTRE FRANJAS, ESTRELLAS Y BALAS

“No es solo que EU tenga más armas, sino que son más letales”.

Lucy Bravo
Columnas
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Tristemente quizá no hay algo más estadunidense que escuchar fuegos artificiales por el 4 de julio, Día de la Independencia en aquel país, y darse cuenta de que en realidad son disparos. Mucha tinta se ha vertido para describir el horror de los cada vez más frecuentes tiroteos masivos, pero muy poco cambia. Bueno, muy poco para aquellos que buscan ponerle fin al horizonte interminable de la violencia armada en suelo estadunidense. Para los fabricantes de armas, todos son días festivos.

“Las armas no matan a la gente”, insiste el cabildeo de la industria armamentista de Estados Unidos. Sí, ese poderoso lobby que tiene el poder de terminar con carreras políticas y hasta campañas presidenciales. Esta industria que contribuye hasta con 50 mil millones de dólares a la economía estadunidense ha logrado convencer a generaciones enteras de que, sin importar el nivel de violencia, reducir el acceso de los norteamericanos a las armas de fuego les privaría de su derecho constitucional a la autodefensa.

¿Y qué sería de EU sin la libertad? El problema de este argumento es que se trata de una visión distorsionada de la famosa segunda enmienda de la Constitución que protege el derecho a portar armas. De hecho, hasta mediados del siglo XX el consenso judicial interpretó la segunda enmienda como una garantía para los estados de defenderse de la tiranía federal o la venganza imperial. El pequeño problema es que en pleno 2022 los estadunidenses ya no están luchando por liberarse de un imperio.

Paradoja

La confusión ha llegado a tal grado, que irónicamente los estadunidenses están más convencidos que nunca de que sus armas están en peligro cuando más laxo se ha vuelto su acceso a ellas. Con cada nueva atrocidad, como el tiroteo masivo del lunes pasado en un desfile del 4 de julio en los suburbios de Chicago, las ventas de armas se disparan por un temor a la implementación de posibles restricciones.

A principios de este año la Asociación Nacional del Rifle celebró un hito que habría sido inimaginable hace dos décadas. La mitad de los estados de la Unión Americana han aprobado nuevas leyes que permiten portar armas en público sin un permiso. El primer estado en aprobar una ley tan amplia fue Alaska en 2003 y en menos de 20 años Georgia se convirtió en la entidad número 25. Y así, paso a paso, lo poco que quedaba del control de armas en EU está siendo demolido.

Pero esta nueva era de las armas llegó con un pequeño detalle: la creciente militarización de la sociedad estadunidense. Hasta 2004 las ventas de rifles de asalto de estilo militar, como los AR-15 que vemos con frecuencia en los tiroteos, estaban prohibidas. Ahora vuelan de los estantes. No es solo que EU tenga más armas, sino que son más letales.

La paradoja de todo esto es que en su afán de defender su concepto de libertad, los estadunidenses son menos libres que nunca. Y ahora se han convertido en rehenes de sus propias palabras. Ningún lugar es seguro. Ni las calles, ni las escuelas, ni los clubes nocturnos, ni los festivales o las iglesias están exentos del terror.

Lexema Eric Fromm llegó a cuestionar: “¿Puede la libertad convertirse en una carga para el hombre, algo de lo que en realidad desee escapar?” La respuesta inmediata es no. Claro, hasta que se escuchan los disparos.