En la actualidad, gracias a una lucha de siglos, las generaciones más jóvenes viven una cierta naturalización de la igualdad y la equidad de género: Pizan, Pankhurst, Bilcescu y Beauvoir, entre otras luchadoras incansables, podrían estar orgullosas que las brechas se han reducido a lo largo del tiempo, sobre todo en materia de educación.
Sin embargo, diversos estudios demuestran que luego de la etapa formativa las mujeres en México —y en el mundo— se enfrentan con los primeros techos de cristal en el mercado laboral.
Y es que la discriminación y/o violencia simbólica las hacen víctimas de desigualdad salarial, menores tasas de actividad y trayectorias laborales discontinuas: principales obstáculos para el empoderamiento de las mujeres.
Brechas
Durante la Cumbre del Milenio, la Organización de Naciones Unidas (ONU) estableció como uno de los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM) el promover la equidad a través de la eliminación de las desigualdades entre los sexos en la enseñanza primaria y secundaria para 2005 y en todos los niveles para 2015.
En el último informe de los ODM se especifica por primera vez que la paridad entre los géneros en el mundo está a punto de alcanzarse en la enseñanza primaria, aunque solo dos de 130 países firmantes han logrado la meta en todos los niveles educativos.
Sin embargo, no cantemos victoria, porque diversos especialistas opinan que este enfoque, con base en la inversión en la educación, tiene limitados alcances y la igualdad y equidad de género debe permear en todas las estructuras sociales para que, con ello, una mejor educación logre mejores oportunidades de empleo y participación política, o bien mejor calidad de vida y salud.
Dicho informe también alerta que un análisis más profundo de las estadísticas da cuenta de significativas disparidades de género entre las regiones, en todos los niveles de enseñanza.
Y cuando se habla del empleo, las mujeres tienden a tener trabajos menos seguros que los hombres y con menos prestaciones sociales. Además, ellas ganan como promedio poco más de 50% de lo que ganan ellos y se ven privadas del acceso de recursos como préstamos, tierra y herencia.
Respecto de Latinoamérica, el estudio Nuevo siglo, viejas disparidades, elaborado por el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), revela que las mujeres del continente solo ocupan 33% de las profesiones mejores pagadas —en arquitectura, abogacía e ingeniería— y la brecha salarial entre géneros es en promedio de 58 por ciento.
La maestra Patricia Piñones, secretaria académica del Programa Universitario de Estudios de Género (PUEG) de la UNAM, comenta que esto demuestra las brechas de género, que se relacionan con formas de discriminación y están articuladas con la violencia.
“Cuando hay una falta de oportunidades e inacceso o nulo control de los recursos, tenemos desigualdad” y para revertirla, argumenta Piñones, “debemos escalar ciertos escalafones: el primero es el bienestar; después, el acceso; luego, la participación; por último, la concientización de que las brechas de género son reales”.
Para todo ello el empleo es clave; sin embargo, el mercado laboral se ha convertido en un ambiente lleno de dificultades y obstáculos para todas las mujeres.
A la mexicana
En nuestro país la desigualdad de género en los diferentes ámbitos públicos y privados va más allá de un trato diferenciado.
Primeramente, la sociedad ha priorizado el acceso a la educación de los varones por encima del de las mujeres, con el falso argumento de que ellas no la necesitarán al dedicarse en un futuro al hogar y a la crianza de los hijos.
En pleno siglo XXI, las cifras de matriculación en educación básica casi se han igualado entre hombres y mujeres; pero el número de niñas que desertan es mucho mayor: diez millones no han concluido la primaria, 17 millones truncaron la secundaria y 70 de cada 100 no saben leer ni escribir.

Por lo tanto, la proporción de la población femenina de 15 años y más con primaria terminada (16.5%), con algún grado aprobado de secundaria (25.6%) o con algún estudio de nivel medio superior (solo una de cada cinco) es menor en comparación con los hombres.
Esta inadecuada preparación académica, afirman los expertos, las vuelve vulnerables a ser víctimas de pobreza, debido a que la educación trae consigo —en algunos casos— el acceso a un empleo y, por ende, a recursos económicos sólidos y fijos.
Además, la posibilidad de encontrar un trabajo digno con prestaciones públicas y remuneraciones económicas suficientes es menor para ellas —profesionistas o no— e inclusive al tenerlo la discriminación las hace víctimas de desigualdad salarial, menores tasas de actividad y trayectorias laborales discontinuas.
Primer encuentro
Actualmente, a pesar de que la presencia femenina en el mercado laboral asalariado se ha incrementado, la discriminación y segregación de género continúa en este ámbito.
Marina Chávez Hoyos explica en Trabajo femenino. Las nuevas desigualdades —libro publicado por el Instituto de Investigaciones Jurídicas (IIJ) de la UNAM— que, a pesar de la creciente profesionalización de las mujeres trabajadoras, el mayor acceso a puestos de altas jerarquías y la continuidad de sus trayectorias laborales han generado nuevas formas de segregación, expresadas en desempleo, jornadas parciales y trabajo precario.
Por un lado, acota, “si bien en todos los países han aumentado la proporción de graduadas, la elección de especialidad profesional es diferente entre hombres y mujeres”, de tal manera que la educación, humanidades, artes, salud y servicios sociales son profesiones “femeninas”, mientras que las ingenierías, industria y construcción, “masculinas”.
Asimismo, las mujeres no desempeñan trabajos iguales, aun en aquellas carreras “feminizadas”, ni comparten las mismas jerarquías de valores y salarios.
La socióloga y miembro de la asociación civil Construcción y Análisis de Género Centro de Investigación y Docencia (Congenia), Jessica Méndez Mercado, opina que “el primer obstáculo con el que se topan las mujeres que se incorporan a un trabajo, ya sea en la economía formal o informal, es que socialmente son concebidas como en un lugar que no les corresponde; en otras palabras, que están haciendo algo ‘extra’ a lo que debe ser su prioridad, que no es otra cosa que su casa y su familia”.
Esto es a lo que los teóricos denominan como “techo de cristal”, lo que se refiere a una “superficie superior invisible en la carrera laboral de las mujeres, difícil de traspasar, que les impide seguir avanzando”, explica el experto.
Añade que ese “carácter de invisibilidad se debe a que no existen leyes ni dispositivos sociales explícitos que impongan a las mujeres un límite que no deben traspasar; se trata de otros rasgos que son difíciles de detectar y que derivan de concepciones sociales”.
Política transversal
Nuestro país ha adoptado diversas medidas en la lucha por la igualdad y equidad de género y, poco a poco, ha generado algunos cambios.
En los últimos años los índices de analfabetismo en las mujeres y la paridad educativa en los diferentes niveles educativos casi se ha alcanzado.
También reconoce Piñones que etiquetar los recursos con perspectiva de género, la habilidad de algunas legislaturas y la armonización con estándares internacionales, comienzan a dar frutos.
Sin embargo, la cultura patriarcal y la discriminación normalizada, naturalizada e invisibilizada son los principales obstáculos para alcanzar la igualdad y equidad de género, concluye.
Por ello, Méndez hace a su vez énfasis en la necesidad de generar políticas públicas diseñadas desde una perspectiva de género, lo que se conoce como transversalización; es decir, “valorar las implicaciones que tiene para las mujeres y los varones cualquier acción que se planifique, ya sea que trate de legislación, políticas o programas, en todas las áreas y en todos los niveles”.
Con ello, en gran medida se hace visible el problema de la desigualdad, se mejora la transparencia y la toma de decisiones y, además, se hace pleno uso de los recursos humanos, al reconocer a mujeres y hombres con capacidades y oportunidades similares.