La capital del estado, Guadalajara, es una de las más grandes y populosas de México, pero aún posee ese clima provinciano en el que se respira tranquilidad.
En el centro histórico de la Perla tapatía es inevitable visitar el Palacio de Gobierno y la Catedral, así como el pequeño zócalo cuyo quiosco y esculturas proceden de Francia.
Ahí se puede caminar por la Plaza de la Liberación y encontrarse con el Teatro Degollado, uno de los edificios mas famosos de la ciudad; el Instituto Cultural Cabañas, que aloja la mejor obra mural de José Clemente Orozco; el colorido mercado San Juan de Dios, considerado como el mercado techado más grande de América Latina, donde se comercia una amplia y variada gama de productos artesanales y comestibles.
Hablando de comida de la región, de inmediato vienen a la cabeza platillos como la birria, las tortas ahogadas, la carne en su jugo y las jericallas, pero hoy en día existen además un sinfín de lugares donde degustar, además de comida regional, productos del mar y cocina internacional para todos los gustos.
En la zona conurbada se encuentra Zapopan, que tiene un aire de pueblo viejo con sus calles empedradas, la enorme Basílica dedicada a la virgen de Zapopan y rincones llenos de historias.
A solo 20 minutos del centro de Guadalajara está San Pedro Tlaquepaque, un pueblo colorido conocido a nivel mundial por su alfarería y cuna de grandes artesanos.
Patrimonio de la Humanidad
Un poco más lejos, a 60 kilómetros, está el pueblo de Tequila, de donde proviene el nombre de la famosa bebida. En el trayecto se puede admirar a lo largo de la carretera el cerro La Tetilla, un volcán inactivo causante de la tierra basáltica de la zona, roja y opaca, que logra un contraste extraordinario con el azul verdoso de la planta de agave. Un paisaje de belleza particular, declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 2006.
Al visitar esta ciudad se debe conocer el área de cocción de las piñas del agave, el proceso moderno de destilación, las bodegas, las barricas de roble blanco donde se añeja el producto y la cava, que tiene damajuanas (garrafas esféricas de vidrio o loza cubiertas de mimbre) con tequila de hasta 200 años de antigüedad.
En Jalisco también hay vestigios prehispánicos, como la zona arqueológica de Guachimontones en el municipio de Teuchitlán, donde el paisaje cambia gradualmente de los agaves a plantíos de cañaverales. Se trata de un centro ceremonial de juego de pelota que perteneció a una compleja sociedad que existió entre los años 100 a.C. y 450 d.C.
El lago de Chapala, ubicado a 50 kilómetros al sudeste de Guadalajara, es el más grande del país y de su embarcadero salen lanchas para ir a la isla de los Alacranes o para recorrer la ribera y ver las antiguas casas señoriales de la clase alta tapatía, que utilizaba al pueblo como sitio de veraneo.
Para llegar allí lo mejor es seguir por la carretera panorámica que bordea el lago y pasar el pintoresco pueblo de San Antonio Tlayacapan; detenerse en La Floresta, un barrio de casonas y calles empedradas cubiertas de jacarandas y bugambilias, y dejar que los túneles formados por los árboles y el antiguo camino a Ajijic lo guíen al centro del pueblo.
Belleza y tranquilidad
El mar siempre es atractivo para vacacionar y Jalisco lo tiene. Destaca, por supuesto, Vallarta, el tercer puerto en importancia del país, pero también un pueblito pintoresco con su malecón y calles empedradas, casas blancas con tejas rojas en donde el tiempo pareciera no pasar.
Puerto Vallarta es mucho más que un destino turístico de clase mundial. Allí se puede disfrutar, además de la calidez de Bahía de Banderas, del anonimato, de la fiesta, de la tranquilidad, del lujo, de un clima placentero y de uno de los platillos con más tradición del estado, el pescado zarandeado, que se prepara a las brasas con leña de mangle.
La Costa Alegre es una buena oportunidad para vivir una experiencia única. Es un amplio territorio de playas que abarca más de 300 kilómetros. Se divide en Cabo Corrientes, Costa Majahuas, Bahía de Chamela, Costa Careyes, Bahía de Tenacatita y Barra de Navidad, donde hallará imponentes acantilados, playas solitarias, pueblos de pescadores y parajes selváticos.
Cada una de las playas a lo largo del camino muestra un paisaje de variadas tonalidades. Majahuas es una costa de riscos, caletas, mar abierto adecuado para surfear, vegetación selvática y hogar ideal para la anidación de tortugas marinas. Costa Careyes es un lugar de playas rodeadas de lagunas y manglares, acantilados bañados por mar de un azul espectacular.
Tenacatita, La Manzanilla y Boca de Iguanas son playas de arena suave y mar azul verdoso. La zona de manglares le da al lugar una belleza particular y muy cerca se localiza el arrecife de coral conocido como El Acuario.
La Costa Alegre termina en Barra de Navidad, municipio de Cihuatlán, a poco menos de una hora del puerto de Manzanillo. El pueblo, uno de los más grandes de la zona con casas de techos rojos y jardines con jacarandas y árboles frutales que agradan tanto a la vista como al olfato.
Magia y misterio
Por si fuera poco, Jalisco tiene reconocidos Pueblos Mágicos, entre los que destacan poblaciones de alta montaña con un encanto particular cuya tranquilidad es la mejor carta de presentación.
A 140 kilómetros de la capital tapatía, con rumbo a Colima, están Tapalpa y los pueblos de San Gabriel y Sayula, este último el lugar donde nació Juan Rulfo. Son los típicos pueblos de las zonas altas de Jalisco, con estrechas calles empedradas, casas de dos aguas con enormes zaguanes, balcones de madera y patios cubiertos de plantas. Dentro de su gastronomía es necesario probar su ponche y comer, ya sea en el pueblo o en la carretera, el borrego al pastor a las brasas. El paisaje seco y caluroso cambiará al entrar a la sierra de Tapalpa, llena de pinos, oyameles, eucaliptos, fresnos y encinos. Tapalpa tiene una enorme tradición en la hechura de quesos y conservas en almíbar.
Enclavado en la Sierra del Tigre, Mazamitla es otro pueblo de alta montaña que sigue conservando sus tradiciones y espíritu. Para llegar a él se puede bordear el lago de Chapala hasta Jocotepec y en el camino se puede admirar los pequeños poblados al lado de la ribera, como San Pedro Tesistán, San Cristóbal Zapotitlán y San Luis Soyatlán, y más delante Manzanilla de la Paz, otro de los pueblos mas bellos de la región, aún relativamente desconocido.
En Mazamitla el frescor de la montaña y los cielos claros permiten entrar en un estado de relajación permanente, donde puede y debe probar uno de los platos más extraños de la gastronomía jalisciense: el “bote”, que lleva res, cerdo, pollo, verduras y chiles cocidos en pulque en un bote de lámina, perfecto para el frío de la zona.
Otro pueblo con magia es San Sebastián del Oeste. Durante la época colonial fue minero y tuvo un gran auge económico. Al cerrar las minas, la población, que llegó a ser de más de 20 mil habitantes, comenzó a mermar y en la actualidad no sobrepasa los mil. Existen varias opciones para llegar, pero la más agradable permite apreciar la zona de Valles con sus cañaverales y atardeceres naranjas, así como los pueblos de Guachinango, Mascota y Talpa de Allende, y parte de la Sierra Madre.
Al llegar lo primero que resalta es el silencio total y la espesa niebla donde la imaginación se puebla de fantasmas porque muchas de las casas, procedentes incluso de la Colonia, están abandonadas y solo quedan los cascos en medio de un poblado que se resiste a morir.
Las ruinas de La Máquina, el Portal Morelos, el Mesón, la finca de González
Gortázar —procedente del siglo XVIII—, su galería de árboles centenarios, el panteón antiguo, el cerro de La Bufa, desde el que se puede observar Bahía de Banderas, son tan solo algunos edificios y lugares que pueden admirarse al recorrer el pueblo.
Desde hace algunos años se produce allí un extraordinario café y una de las bebidas locales mas exóticas: el chocorraíz, preparado a base de chocolate y raicilla, un mezcal parecido al tequila.
Una probadita de Jalisco que no podrás disfrutar si no lo visitas.