Por Claudia Luna Palencia
Después de las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki en territorio japonés en tiempos de la Segunda Guerra Mundial otros dos magnos desastres relacionados con la energía nuclear han tenido lugar en Chernobyl y en Fukushima, liberando más partículas radiactivas que las dos letales bombas bautizadas como Little Boy y Fat Man.
Los arsenales nucleares lanzados en Hiroshima el 6 de agosto de 1945 y en Nagasaki el 9 de agosto del mismo año provocaron más de 300 mil fallecidos y dejaron una estela de secuelas para la posteridad.
La primera bomba lanzada en Hiroshima transportaba 63 kilogramos de uranio enriquecido, en tanto que la Fat Man llevaba 62 kilogramos de plutonio en su carga.
A 74 años de distancia de aquellos históricos acontecimientos ambas ciudades están habitadas (Hiroshima tiene un millón 194 mil personas y Nagasaki 429 mil 508 personas) y los árboles florecen, las palomas vuelan, por las fuentes corre el agua… la gente se pregunta cómo puede haber vida allí después de una detonación nuclear. Una vida que se abre paso a pesar del cáncer de tiroides.
Al respecto la BBC recoge esta inquietud señalando que “la bomba de Hiroshima solo hizo reacción con cerca de 0.90 kilogramos de uranio, en tanto que con la de Nagasaki solo 0.90 kilogramos de plutonio fue sometido a una fisión nuclear”.
Paradojas
La intención de un artefacto nuclear es provocar masivamente el mayor daño posible en el más corto tiempo esperado, su detonación sucede en el aire “a cientos de metros sobre de la superficie” y los depósitos radiactivos salen dispersados “por el efecto de la nube creada” pero tienen una vida relativamente corta.
Muy al contrario a lo que sucede cuando se trata de una explosión en una planta nuclear cuya finalidad es crear energía eléctrica de bajo costo y de menor contaminación atmosférica: bastante paradójico porque un accidente inesperado y fortuito puede provocar una tragedia inconmensurable para la vida humana, así como otras especies orgánicas, y con efectos de larguísima duración.
Chernobyl y Fukushima son un ejemplo latente. Construido desde agosto de 1972 en una zona cercana a la ciudad de Prípiat en la antigua Unión Soviética, hoy territorio de Ucrania, el generador nuclear de Chernobyl tenía cuatro de los 13 reactores RBMK que en su momento había a escala mundial.
La URSS se ufanaba de contar con una planta moderna nuclear para generar electricidad; es más: perfiló en Prípiat a “la ciudad del futuro” y hasta allá desplazó a muchos de sus trabajadores y familiares.
A lo largo de su funcionamiento sufrió dos incidentes: uno el 9 de septiembre de 1982 cuando aconteció una “fusión parcial de la base del reactor número 1 de la planta”, un hecho que se hizo público hasta 1985. El otro ha sido el accidente nuclear más grave hasta ahora conocido: el 26 de abril de 1986 falló una prueba de simulación de un corte de suministro eléctrico, una inestabilidad entre el frío y el calor del reactor aunada con un incremento de la potencia en el reactor número 4 derivaron en el sobrecalentamiento del núcleo “y se provocó una explosión de hidrógeno acumulado en su interior”.
No hay un veredicto exacto de su dimensión. Circulan diversas versiones acerca de su impacto, unas destacando que dicho reactor tenía 180 toneladas de combustible nuclear, que 9.2% era uranio puro y que tras explotar liberó siete toneladas de materia nuclear; se calculó hasta en 100 veces la emisión de radiación que las bombas de Hiroshima y Nagasaki —otras visiones la estiman hasta en 500 veces.
Otras posturas científicas dicen que es una exageración y que no puede compararse el efecto de una bomba nuclear con la explosión de una central nuclear. Lo cierto es que el entonces gobierno soviético creó una zona de exclusión de 30 kilómetros alrededor.
Para el Organismo Internacional de Energía Atómica (IAEA, por sus siglas en inglés) las mejores estimaciones del orden de diez unidades internacionales de actividad denominadas becquerelios “ilustran el carácter catastrófico del accidente”.
Además quedó evidenciado todo el daño provocado, no solo en vidas humanas: 28 en el momento del accidente con más de 100 heridos, 600 mil personas expuestas a diversos impactos de radiación, 335 mil personas evacuadas de las zonas aledañas, varios ecosistemas devastados y un reguero de cáncer. El Comité Científico de la Organización de Naciones Unidas para el estudio de los efectos de las radiaciones atómicas reporta que más de seis mil niños y adolescentes desarrollaron cáncer de tiroides.
De acuerdo con National Geographic hasta 30% de las “190 toneladas métricas de uranio de Chernobyl estaban en la atmósfera”; en consecuencia, una nube radiactiva recorrió toda Europa propulsada por los vientos, las lluvias y las condiciones atmosféricas; de hecho cruzó el Atlántico y llegó hasta Canadá.
El investigador Abel J. González, director de la división de Radiación de la IAEA, explica en un análisis que el cesio 137 fue transportado por la atmósfera a grandes distancias.
“Se depositó de manera variable sobre vastas zonas, principalmente de Europa y, en menor grado, aunque mensurable, en otras partes de todo el hemisferio septentrional. El cesio depositado se convirtió en la causa principal de exposición corporal a las radiaciones a largo plazo”, añade.
Toda Europa puso una especie de cuarentena a cultivos y a animales corroborando que estuvieran libres de la contaminación radiactiva, mientras en el epicentro del accidente se prohibió todo el consumo.
Hoy Chernobyl es un gran cementerio. Ha sido necesario rodear la planta nuclear con una enorme estructura con la finalidad de aislar al reactor y evitar más fugas de radiación; ese sarcófago está siendo recubierto por otra mole de hormigón de 110 metros de alto, 150 de ancho y 256 de largo ya que el paso del tiempo —casi 33 años— lo ha desgastado, así como la oxidación sufrida por las emisiones tóxicas. Lo financió el Banco Europeo de Reconstrucción y Desarrollo (BERD), junto con la aportación económica de 28 países que recabaron en total mil 417 millones de euros.
Mientras, Prípiat es una ciudad fantasma; los drones la sobrevuelan para recabar información de la lluvia radiactiva; los lobos son la única especie que campa a sus anchas en Chernobyl.
El otro desastre
Solo dos hechos nucleares han sido catalogados de nivel siete —de elevada gravedad— por el IAEA: Chernobyl y Fukushima, en Japón.
El desastre natural provocado por un intensísimo terremoto de nueve grados en Japón ocurrido el 11 de marzo de 2011 y que provocó un tsunami con olas de más de 15 metros tuvo efectos perniciosos en una de sus centrales eléctricas ubicadas en la prefectura de Fukushima.
La planta nuclear, operada por la empresa Tokyo Electric Power Company (TEPCO), contenía seis reactores de agua en ebullición construidos entre 1971 y 1979; resultó afectadísima por ambos desastres naturales —el terremoto y el tsunami— y permaneció sin alimentación eléctrica externa, los reactores nucleares se apagaron de inmediato, el agua inundó una parte y no se pudo evitar la fusión parcial del núcleo de tres de los cuatro reactores.
Hubo explosiones de hidrógeno y muchas fugas de radiactividad. Si bien nadie perdió la vida directamente por la explosión sí generó una masiva evacuación de 100 mil personas y se le responsabiliza de la muerte de más de mil de esos desplazados, sobre todo ancianos, así como de la aparición de casos de cáncer de tiroides.
“El accidente dio lugar a la emisión de radioisótopos al medio ambiente. La mayor parte de las emisiones a la atmósfera fueron transportadas hacia el este por los vientos dominantes, depositándose en el Océano Pacífico y dispersándose dentro de él”, señalan los reportes.
Fukushima es una ciudad costera que se encuentra a 250 kilómetros al norte de Tokio. Tiene varios puertos importantes. Si bien la planta ha quedado rodeada también en un perímetro de exclusión de 30 kilómetros no está bajo control y las últimas noticias son preocupantes: “Para 2022 la compañía propietaria de la central nuclear japonesa de Fukushima, TEPCO, se habrá quedado sin espacio donde almacenar el agua contaminada de la planta tras el accidente de 2011”.
Yoshiaki Harada, ministro de Medio Ambiente de Japón, ha contribuido a elevar la alarma al confirmar el mes pasado que su gobierno no tiene más opción que “tirar el agua al mar y diluirla”, ante el sopor de los habitantes de la zona, de los pescadores, de los ecologistas y la comunidad internacional, porque se trata de un daño masivo al medio ambiente, esta vez en el Océano Pacífico.
¿No hay más opción? En opinión de Raquel Montón la hay, si bien recalca que “la decisión no está tomada y la competencia es del Ministerio de Economía y de Industria” y no de la cartera de Medio Ambiente.
“Claro que hay más soluciones para no verter más de un millón de toneladas de agua contaminada que se llevan acumulando debido a la continua tarea de seguir enfriando esos núcleos fundidos y además hay filtraciones de agua”, comenta.
La responsable de la campaña antinuclear de Greenpeace (ha estado in situ en Fukushima) advierte en entrevista con Vértigo del enorme riesgo de que Japón termine vertiendo el agua de la central nuclear directamente en el Pacífico.
Entre otras cosas, añade preocupada, dicha agua contiene estroncio y yodo a unos niveles que no podrían ser vertidos, así es que “habría que limpiarla”. Además contiene tritio, que puede ser tratado con tecnología que ya emplean tanto Canadá como Reino Unido y Estados Unidos.
“Aquí vemos lo de siempre: quieren la opción más barata pero más perjudicial. Todo es una cuestión económica. La alternativa que Greenpeace plantea es que esa agua quede acumulada durante 100 a 120 años, que es lo que demora el tritio en dejar de provocar daños. Si el agua no se trata como debe ser para limpiarla del estroncio, del yodo y del tritio, no puede ser vertida en el mar”, defiende categórica la experta.
El mar no es un basurero, insiste Montón, al tiempo que recalca que “desde luego una acción así tendría efectos sobre la salud de las vidas orgánicas, incluyendo al ser humano”.
El problema de Fukushima y su reactor nuclear, explica la activista, es que el tratamiento elegido por ellos ha tenido muchísimos errores y fallas desde hace tiempo: “Esta es una historia que viene desde 2011 y siempre han optado por la opción más barata pero no es la solución más real: deben preservarse la salud y el bienestar del medio ambiente”.
—Recientemente el gobierno de Japón ventiló que ya no tienen más espacio para seguir acumulando tanques de agua contaminada de Fukushima…
—Sí hay: en muchas zonas próximas podrían habilitarse espacios y ampliar los tanques que, entre otras cosas, es algo que la población, como los pescadores de la región, están pidiendo. Echar esa agua al mar provocaría un gran daño a la industria pesquera. De hecho Corea del Sur también se une a esa idea de que la sigan acumulando y la limpien.
—Todos los países tienen su soberanía y su potestad incuestionable. Sin embargo ¿qué se puede hacer para evitar que se termine afectando al conjunto global con hechos como cuando arde la Amazonia en Brasil o hay una catástrofe nuclear?
—Quien está detrás es la industria nuclear, en este caso representada por la compañía TEPCO. Pero está más claro que la IAEA, organismo dependiente de la ONU, tiene un papel de regulador no obligado; sus directrices son de obligado cumplimiento de manera diplomática porque es un consenso internacional pero evidentemente la ONU no tiene jurisprudencia sobre los Estados, ni con Japón ni con nadie. Habría que revisar qué parabienes y qué ventajas obtiene la industria nuclear como para que no se le esté exigiendo una responsabilidad hacia sus reactores nucleares. Creo que la ONU debería tomar medidas para no bajar la protección. Hay que poner encima los intereses del bienestar común.
—Después de Chernobyl creímos que pararía la industria nuclear pero ahora el mundo se arma hasta los dientes con más arsenal nuclear.
—La industria nuclear —su desarrollo— está totalmente ligada con la industria armamentística. Se necesitaban algunos prototipos y se sigue requiriendo uranio, que se produce en un reactor nuclear. Hay quienes piensan que vamos a producir energía eléctrica y uranio gratis para nuestras armas. En Irán el desarrollo de su energía nuclear no está permitido porque teóricamente es para producción de electricidad.
—A veces da miedo este mundo…
—Seguimos igual porque en el mundo vivimos con miedo y no se denuncia. Implica entrar en soberanías de cada país. Hay un tratado de no proliferación nuclear y ya ves: por qué unos sí y otros no. Debería no ser para nadie… Hay tantas ojivas nucleares que simplemente sería la devastación del planeta.
¿Para rato?
Si bien Vértigo buscó infructuosamente al Foro Nuclear para conocer su postura respecto de la viabilidad de la energía nuclear en el futuro inmediato en momentos en que buena parte del mundo se cuestiona acerca de sus costos y sobre todo de la seguridad, no quisieron opinar.
En contrapartida Montón, de Greenpeace, no se hace a un lado para comentar que la energía nuclear quiere sobrevivir con la excusa de que teóricamente en el proceso de fisión no se produce CO2, aunque en el resto de procesos sí y el problema de la industria nuclear no es el CO2 sino los desechos nucleares y el riesgo de una catástrofe.
“Algo que no tiene en lo absoluto solucionado la industria nuclear pero se están subiendo a ese barco. La realidad ahora mismo, económicamente hablando, es que no son viables más que con ayudas y subvenciones, tanto para las nuevas construcciones como para la ampliación de las viejas licencias”, comenta.
La industria nuclear, agrega Montón, pretende venderse como una solución para crear energía limpia, aunque en realidad solo cubre 4% de las necesidades energéticas mundiales. “No son desde luego una solución; encima la instalación de una planta nuclear requiere una media de diez años; el costo por la instalación está totalmente fuera de competitividad”, subraya la activista.
Y añade que no son imprescindibles: “Es una falacia” ya que de los 194 países en el mundo solo 31 tienen instalaciones nucleares y varios están ya desmontándolas.
En España hay siete centrales nucleares, en la vecina Francia 58 y según el informe elaborado por la World Nuclear Industry Status Report (WNISR) en 2017 había en el mundo 449 reactores nucleares operando en 31 naciones.