Por Juan Pablo Delgado Cantú
Mucho se ha escrito sobre el caos que aflige al Islam. Ríos de tinta que nos recuerdan la histórica animosidad entre sunitas y chiitas; de cómo un barbárico Estado Islámico asesina a diestra y siniestra; de cómo hay una supuesta guerra contra Occidente tras los ataques en París…
Hoy me sumo a este análisis, pero me aventuro a presentar una teoría que no se ha manejado en los medios; una hipótesis poco ortodoxa que pretende explica por qué el Islam se encuentra transitando por esta etapa tan difícil y confusa.
Me baso para este análisis en la aguda perspectiva del comediante John Oliver, quien comentó que la mejor manera para comprender la turbulencia en el Islam es entendiendo a esta religión como una que se encuentra transitando su adolescencia.
Porque muy similar a lo que usted y yo experimentamos en nuestra juventud, el Islam sufre ahora los embates hormonales de la pubertad: se encuentra confundido, rencoroso y perdido en una espiral de irritación y desconcierto.
El Islam está cercano a cumplir sus mil 400 años de historia, lo que presenta una interesante oportunidad para comparar su situación con la del Cristianismo, cuando era apenas también una religión moza.
¿Se acuerdan dónde estaba la Iglesia católica cuando cumplió sus 14 siglos? Les recuerdo: estaba realizando las últimas Cruzadas, torturando herejes con la Santa Inquisición; persiguiendo judíos por ser agentes del maligno; quemando mujeres inocentes por ser supuestas brujas… No solo eso: el catolicismo estaba por entrar en una serie de guerras desatadas por la Reforma protestante, causando millones de muertos y creando un cisma que persiste hasta hoy. ¡Eso sí que es una adolescencia ruda!
Pero el cristianismo ya ha salido de esa etapa y ha entrado en la adultez. Quizá por eso nos resulta sencillo voltear al pasado y reírnos de las locuras cometidas en nuestra pubertad.
Susceptibles
Los musulmanes, en cambio, apenas empiezan a sufrir este proceso. Porque tras de ser dominado por los otomanos y después por sus terribles padrastros europeos, Oriente Medio despierta de una etapa difícil, totalmente confundido y buscando un nuevo lugar en el mundo.
Quizá por esto se muestran tan susceptibles a cualquier crítica: basta con dibujar una caricatura de su profeta para que cientos de musulmanes se pongan como locos a buscar responsables. O como los antiguos católicos y protestantes en el siglo XVI y XVII: toman cualquier excusa para atacarse unos a otros o apoyar a grupos paramilitares en territorio de sus vecinos.
Esta dinámica la vemos hoy en Irán, Arabia Saudita, Irak, Siria, Turquía y el resto de la pandilla regional.
Ahora bien, la buena noticia es que las religiones suelen salir de esta etapa difícil e incómoda. Así pasó con el cristianismo, que a excepción de algunos fanáticos se desenvuelve de manera cordial con el resto del mundo.
Por lo tanto, solo nos queda esperar tres o cuatro siglos para que los sunitas y los chiitas resuelvan sus diferencias y dejen de pelear por menudencias teológicas. Y como bien lo apunta John Oliver, quizás al final de este proceso no tengamos paz en Oriente Medio, pero al menos los países de la región podrán enfocarse en pelear por cosas importantes como el resto del mundo: por recursos naturales y líneas arbitrarias en los mapas.
¿No lo creen?