TRATAMIENTOS: LUZ DE ESPERANZA FRENTE A LA PANDEMIA

La ventaja es que el plasma está carente de complicaciones.

Foto: Especial
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Redacción
Política
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Por Claudia Luna Palencia

Con calles vacías, apenas movimiento de vehículos y transporte público, la cuarentena por el COVID-19 es sostenible gracias al despliegue de las fuerzas de seguridad, a la labor del personal de los supermercados, de los transportistas que siguen llevando los productos del campo y de las industrias a las tiendas, de choferes que continúan al pie del cañón en el transporte público, y de las personas de atención en las sucursales bancarias, así como en farmacias y centros de salud.

Dentro de ese grupo de imprescindibles, además de los operarios de las centrales eléctricas, del saneamiento de agua pública, de los despachadores de las gasolineras y del gas, en esa punta de la pirámide de necesidades están los hospitales públicos y privados, junto con el personal médico y los científicos.

Por ejemplo, aquí en Europa para atender la velocidad del contagio el personal médico se ha convertido en una pangea unificada sin distinción de especialidades: todos echan la mano atendiendo a los afectados por el COVID-19, a unos con síntomas leves y a otros, en una versión más agresiva, con destrucción de los alvéolos derivando en insuficiencia respiratoria y hasta en fallo multiorgánico.

En esa punta de indispensables destacan por igual los científicos, quienes hoy más que nunca investigan a contrarreloj para buscar una vacuna efectiva contra este patógeno denominado como SARS-CoV2.

Ha sido bautizado así porque “su secuencia genética” es muy parecida a la del síndrome respiratorio agudo grave (SARS) que surgió en 2002 ocasionando una pandemia con ocho mil personas infectadas y 800 fallecidas.

Si bien tiene ciertas semejanzas la realidad es que este nuevo patógeno ha sumido al mundo en una circunstancia inédita en la etapa moderna de la humanidad. Y la parálisis económica es consecuencia del confinamiento de cientos de poblaciones asoladas por el coronavirus retrotrayendo a un mundo que se creía invencible —en la era de la sociedad digital— a tiempos mismos de la Edad Media, cuando la peste cerraba pueblos y había que incinerarlo todo a su paso para acabar con la maldición.

Para los científicos enfrentarse a este nuevo virus abre la puerta a un conocimiento fascinante de organismos invisibles capaces de terminar con la vida de una persona, convirtiéndose así en un desafío inminente no solo para conocer a cabalidad al enemigo sino además para encontrar la fórmula exacta para contenerlo.

¿Qué se sabe hasta el momento del coronavirus? De acuerdo con la fuente oficial de la Organización Mundial de la Salud (OMS) los síntomas más comunes del COVID-19 son: “Fiebre, cansancio y tos seca. Algunos pacientes pueden presentar dolores, congestión nasal, rinorrea, dolor de garganta o diarrea. Estos síntomas suelen ser leves y aparecen de forma gradual”.

También hay quienes sufren anosmia (pérdida del sentido del olfato) y ausencia del sentido del gusto; y en otros casos pueden darse problemas cardiacos. No todas las complicaciones se presentan al mismo tiempo: hay quienes solo se sienten fatigados, quienes tienen algo de tos o quienes experimentan un cuadro más agudo con todo junto.

El propio organismo internacional identifica a seres humanos que contraen la enfermedad y la desarrollan (unos de forma leve, otros de forma más severa); y hay otro grupo de personas infectadas por COVID-19, totalmente asintomáticas, más difíciles de ubicar sin un examen.

Respecto de los enfermos curados el virus muestra cierta cara preocupante para los científicos porque varios pacientes vuelven a manifestar síntomas días después de haber dado negativo en las pruebas diagnósticas.

Ha sucedido en China, en Japón, en Corea del Sur… Recién pasó en Italia, en Piamonte, con el señalado “paciente uno”, dado de alta (una vez recuperado) y que ha vuelto a dar positivo.

En España se reportan situaciones de enfermos que tienen síntomas leves, terminan la cuarentena y siguen siendo positivos varias semanas después, como ha pasado visiblemente con Irene Montero, ministra de Igualdad, y Carolina Darias, ministra de Política Territorial.

¿Cómo se transmite? El consenso científico avala que lo hace de persona a persona mediante “gotículas procedentes de la nariz o de la boca” despedidas de una persona infectada cuando tose o exhala. Las gotículas pueden permanecer en objetos y superficies que cuando son tocadas por las personas sanas pueden infectarlas si se tocan la cara, los ojos, la nariz o la boca.

¿Vive en el aire? No hay un consenso todavía. Por ejemplo, el virus del sarampión, que es igualmente contagioso, se transmite también por gotículas y por el aire; en 2017 esta enfermedad provocó 110 mil muertos en todo el mundo, fundamentalmente niños menores de cinco años.

La OMS insiste por el momento en señalar que en el caso del COVID-19 los estudios refieren que su transmisión son “las gotículas respiratorias más que por el aire” y que, por ende, deberá guardarse una distancia de un metro entre persona y persona.

En el mismo sentido se expresa Anthony Fauci, director del Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas de Estados Unidos, para desmentir diversos estudios internos en la Unión Americana, incluyendo uno reciente del Massachusetts Institute of Technology (MIT) advirtiendo que el coronavirus podría vivir hasta siete horas en el aire y que la distancia mínima de seguridad —entre persona y persona— debería ser de ocho metros, algo que Fauci calificó de “engañoso”.

¿Cuándo ya no supone un riesgo para la población dar de alta a pacientes hospitalizados por COVID-19? Tampoco hay un consenso. La OMS habla de una cuarentena que en realidad es una catorcena (14 días); sin embargo científicos alemanes de Charité de Berlín y Schwabing de Munich, junto con el Instituto de Microbiología del ejército alemán, convergen en señalar que deja de ser contagioso cuando las pruebas extraídas del área nasofaríngea y de los flujos por toser “tienen menos de 100 mil copias del genoma del virus”.

Terapias en curso

Tedros Adhanom, titular de la OMS, reconoce que contar con una vacuna efectiva a nivel global demorará entre doce y 18 meses, un tiempo que la población deberá afrontar enfermando por COVID-19 (de forma sintomática o asintomática) y adquiriendo anticuerpos.

Se calcula que entre 60 y 70% de la población mundial terminará infectada por coronavirus antes de que se tenga una vacuna; de hecho la propia canciller alemana Angela Merkel así lo transmitió a sus compatriotas para sugerirles que extremen precauciones de higiene y distanciamiento social.

En esta actual pandemia en el mundo hay registradas 500 investigaciones en fase de implementación por los respectivos equipos médicos; la meta es contar en el corto plazo con un tratamiento acucioso a fin de ser implementado lo más rápidamente posible en vísperas de tener la ansiada vacuna en el mediano plazo.

En Alemania, Estados Unidos, Israel y China cada uno de sus laboratorios afirman que tienen una vacuna que pronto empezarán a probar en humanos. La propia OMS lo confirma al tiempo que lanza un experimento denominado Solidarity, una especie de laboratorio multicultural con países compartiendo información acerca de qué fármacos han resultado eficaces en la lucha contra el COVID-19.

Hay una pugna por ser el primero en patentar la vacuna del SARS-CoV2: hace un par de semanas Donald Trump, presidente de Estados Unidos, protagonizó un rifirrafe mediático con la canciller Merkel: siempre polémico ofreció entre 500 a mil millones de dólares a la empresa alemana CureVac por los derechos exclusivos de una vacuna contra el coronavirus. Merkel debió intervenir para recordarle que primero están los intereses de la salud de los alemanes.

Y mientras la vacuna llega, en países como España están en fase experimental distintas terapias: una utiliza el plasma de los pacientes curados del COVID-19 para ser probada en un grupo determinado de enfermos —los más delicados—, en Madrid en el Hospital La Paz y el Gregorio Marañón, y en Barcelona en el Vall d’Hebrón y el Clínic.

La multinacional española Grifols, experta en hemoderivados, pondrá en marcha a partir de este mes un alentador ensayo clínico con plasma de los pacientes curados que será transfundido a un grupo de 100 contagiados graves.

Lo hará tanto en España como en Estados Unidos, apurada por el propio mandatario Trump y bajo la coordinación de la Federal Drug Administration (FDA). La noticia de su implicación revaloriza las acciones de la multinacional ibérica en el parqué bursátil español con subidas entre 6 y 8%, algo raro estos días de luto accionario en las bolsas.

“El plasma es la parte líquida de la sangre que Grifols, ubicada en Cataluña, se encargará de inactivar de cualquier patógeno utilizando la técnica del azul metileno; luego será devuelto a los hospitales que participan en dicho ensayo para realizar transfusiones al grupo de 100 pacientes durante 29 días”, según explica Eduardo Herrero, presidente del área industrial de la división Bioscience de Grifols.

La técnica del plasma se ha utilizado anteriormente y con éxito en otros casos. Por ejemplo, aquí en España durante la crisis del ébola en África con la enfermera española Teresa Romero, curada de dicho virus; ella fue tratada en el hospital Carlos III de Madrid con plasma sanguíneo de una convaleciente de ébola y también le administraron el antiviral conocido como Favipiravir.

¿Cuánto puede demorar en saberse si el plasma contra el coronavirus tiene éxito? Se sabrá en junio o a más tardar en julio, con una evidencia científica que permita conocer la evolución del grupo de 100 pacientes.

“Tenemos confianza, porque el mecanismo de acción está bien escrito y se ha demostrado eficiente. En China se ha visto que cuando se ha usado tanto plasma como inmunoglobulina para tratar a pacientes de coronavirus se acorta el periodo de hospitalización y la gravedad del curso de la enfermedad”, destaca Herrero.

Y no ha sido la única ocasión, porque contra la epidemia de SARS el uso del plasma también coadyuvó, recuerda José Bruno Montoro, coordinador del Grupo de Trabajo de Hemoderivados de la Sociedad Española de Farmacia Hospitalaria (SEFH).

En entrevista exclusiva con Vértigo el investigador explica que ese plasma puede significar una ayuda en la pelea que tiene el organismo frente al virus. “Dar un soporte de anticuerpos, una inmunológica pasiva a estos pacientes, a los más graves, se apoya en experiencias previas como cuando el SARS provocó también una pandemia y se ensayaron estrategias de este tipo; y más recientemente con la pandemia del ébola, que tenía unas características mucho más dramáticas, era menos infectivo pero más dramático en su resolución”, comenta.

Ahora mismo, agrega el experto, en “mi hospital Vall d’Hebrón, en Barcelona, hay un ensayo clínico en el que se propone la administración de dos donaciones de plasma de paciente convaleciente pero curado; dos donaciones de plasma y la terapia convencional comparándola con otro grupo que solo sigue la terapia convencional”.

—¿Terapia convencional?

—Lo que se está haciendo primero es el soporte. El paciente tiene signos clínicos de fiebre, disnea, patrón de inflamación, y esto se combate sintomáticamente. Hay fármacos que se usan como antibióticos antiinflamatorios: Azitromicina, antirretrovirales. Porque se vio que había una analogía con una proteasa que tiene el virus respecto del virus de inmunodeficiencia humana (VIH); y por eso estamos usando Lopinavir, Ritonavir o Hidroxicloroquina, porque hay estudios que los relacionan en los tratamientos iniciales en China con una cierta eficacia en criterios terapéuticos.

Montoro abunda en el proceso a llevar a cabo: “Se pondrían una o dos bolsas de plasma, equivalentes a 200 o 300 mililitros, de uno o dos donantes, que serían suministradas al grupo que se denomina como tratado; en Madrid hay una iniciativa similar por parte del Centro de Transfusiones de la comunidad”.

La ventaja, afirma el galeno, es que el plasma está carente de “complicaciones”, no como los fármacos que “estamos utilizando y que tienen sus efectos adversos”; en este caso la complicación sería la mínima y queda ver hasta qué punto puede ser o no una herramienta definitiva.

—¿Quiénes podrían ser donantes?

—Todos los que sean técnicamente curados, los que padecieron la enfermedad y se resolvió de forma satisfactoria, y que están recuperados totalmente. No es una pastilla de la que podamos usar millones, pero sí podría beneficiar al paciente más complejo, en fase más crítica. Estamos hablando de aquellos en unidades de cuidados intensivos.

—Estamos viendo falsos negativos, pacientes que supuestamente están curados y luego figuran como positivos o vuelven a tener síntomas del coronavirus. ¿Es una dificultad para lo del plasma?

—Es ciertamente complejo. Encontramos por un lado pacientes que aparentemente están curados pero que vuelven a tener signos analíticos, como copias del virus. Parece que esta circunstancia limitaría. Aunque sí le tengo que insistir que este plasma está inactivado porque se trata con azul de metileno, de forma que si existiera alguna molécula del virus… Mire, cuando se dona plasma hay unos criterios para evitar la transmisión de enfermedades como hepatitis o VIH. Así es que cualquier transfusión de plasma deberá hacerse en las mismas condiciones y eso aplicará también para el COVID-19.

Montoro reflexiona respecto de esa dinámica de los falsos negativos: “Nos encontramos con otra figura que son personas que no tienen el signo positivo en la prueba PCR: no son positivos pero estas personas acaban teniendo signos de enfermedad y acaban sufriéndola de la misma forma tan dramática que otros pacientes pero no tienen la confirmación. Es decir, clínicamente hacen lo mismo pero no tienen esta identificación analítica. Puede que sea un problema de los tests y que no sean lo suficientemente sensibles y, en cualquier caso, lo suficientemente valiosos; queda un margen de duda”.

¿Virus como arma de guerra?

Hay una lluvia ácida de reproches entre EU y China por el coronavirus: el presidente estadunidense Donald Trump lo califica del “virus chino” para referirse al desastre sanitario mundial creado, mientras que en Beijing desde el Ministerio de Exteriores se insinúa que el coronavirus es obra del Ejército norteamericano.

En los últimos dos años la escalada de tensiones entre Washington y Beijing subió varios decibeles, desde la guerra tecnológica hasta la guerra comercial, la confrontación por varias zonas de disputa geoestratégica en Asia y hasta el propio Trump husmeando provocativamente en favor de Taiwán, Hong Kong y el Tíbet para agravio de su homólogo chino, Xi Jinping.

Mientras las teorías conspirativas circulan vertiginosamente por las redes sociales, a la fecha ningún científico ha podido ni afirmar ni probar que el SARS-CoV2 causante del nuevo coronavirus nació en un laboratorio deliberadamente como un arma de guerra biológica.

En opinión de José Bruno Montoro, investigador que forma parte del equipo de prueba del plasma con pacientes infectados por COVID-19, este virus “no se puede fabricar”.

En la historia de la humanidad, dice, “en la ecología de los organismos los virus han llegado a nuestros días porque se han adaptado y eso significa encontrar mecanismos para cambiar su estructura externa para que los organismos sobre los que ellos se van a desarrollar no los identifiquen ni los puedan combatir; no tenemos por qué pensar que el ser humano es capaz de crear algo que los virus han hecho desde la noche de los tiempos”, argumenta.

Montoro califica de “paranoia” ese tipo de pensamientos conspiranoicos “que no responden a la realidad” pues la naturaleza ha dado ya muchas lecciones de que “cuando se enoja es muy letal en cualquiera de sus formas”.

No obstante un despacho de abogados dio voz legal a un grupo de activistas que han decidido llevar a juicio al gobierno de China como responsable directo de crear un “arma biológica”.

Larry Klayman es el abogado que lidera la querella y solicita 20 mil millones de dólares al gobierno chino, al Ejército chino y al instituto de Virología de Wuhan.

“Los demandantes sostienen que el virus fue diseñado por China para matar masivamente a la población. Unas versiones que han sido desmentidas por el gobierno asiático pero que no terminan de convencer a quienes encuentran un origen militar en la actual pandemia”, según difunde el despacho de Klayman.

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