La pérdida de un ser querido, un divorcio, el desempleo, así como sentirse devaluado por las personas que viven alrededor generan estrés, ansiedad o depresión, condiciones que favorecen la producción de la hormona denominada cortisol, que a su vez contribuye al incremento de la grasa abdominal y al aumento de peso.
Esta hormona en exceso provoca que el metabolismo de las personas sea más lento, lo que implica que aun cuando no se consuman más calorías de lo acostumbrado, se incremente el peso corporal.
De igual forma el estrés estimula el apetito, por lo que es común que se consuman más calorías de lo habitual.
Ambos factores constituyen un doble riesgo: incitan a ingerir más productos ricos en calorías, las cuales no se quemarán de manera eficiente.
Las señales de estrés en el medio ambiente las interpreta el organismo como signos de escasez, por lo que se disparan mensajes de almacenamiento de grasa en el cuerpo. Y cuando se trata de un estrés crónico estas señales continúan de manera equivocada, por lo que las personas con obesidad comen en forma compulsiva y sin sentir saciedad, explica a Vértigo el médico siquiatra Wazcar Verduzco Fragoso, miembro de la Asociación Siquiátrica Mexicana.
El también colaborador de la Asociación Siquiátrica de América Latina expone que los estilos de vida modernos pueden “desacoplar” las señales de disponibilidad de energía y así promover la obesidad en las personas.
“En épocas prehistóricas la respuesta a tal condición favorecía la supervivencia durante los periodos de bajas reservas de recursos alimenticios”, agrega.
El especialista menciona que la llamada “conducta alimentaria emocional” se refiere a la ingesta de alimentos que no está relacionada con la sensación de hambre sino con malestar sicológico, ya sea por aburrimiento, angustia o dificultad para la solución de problemas. “Casi 60% de las personas expuestas a estrés sicológico presenta un deseo irresistible de comer sin hambre real”, precisa.
Verduzco Fragoso menciona que un papel importante es el que juega la bioquímica cerebral y los neurotransmisores en el desarrollo de la obesidad, sobre todo con respecto de los efectos de gratificación en el cerebro que produce la ingesta de ciertos alimentos.
Uno de los neurotransmisores más importantes es la serotonina, sustancia producida por el hipotálamo, que inhibe el apetito y que aparece en niveles anormales en personas con depresión.
Por ello el tratamiento a las personas que padecen obesidad o sobrepeso, que componen 70% de los mexicanos, debe ser multidisciplinario e implica un cambio total del estilo de vida, destaca.
Manejo multidisciplinario
“El problema del sobrepeso y obesidad es un problema más social que biológico; los médicos no sabemos tratar la obesidad y somos incompetentes para ella en las condiciones actuales, por lo tanto la educación es un arma necesaria”, resalta por su parte Raúl Morín Zaragoza, fundador de la Academia Mexicana para el Estudio de la Obesidad (AMEO).
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