AYN RAND

Muy recomendable pero muy, muy denso.

Redacción
Todo menos politica
Foto: Especial
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Por Sergio Pérezgrovas

Si las acciones de alguien son honestas no necesita la confianza de otros.

Ayn Rand

El manantial, una obra escrita en 1943 por Ayn Rand, tuvo una repercusión en mi vida sin ser arquitecto. Y es que a mi mejor amigo, que estudiaba la carrera (Jesús Contreras Ramírez), uno de sus maestros le habló del libro. Así que nos dimos a la tarea de buscarlo por cielo, mar y tierra pero nadie sabía de este. Durante diez años discutimos sobre lo que podía haber ocurrido con el manuscrito. Sabíamos de la película pero también era un misterio (del director King Steiner, en 1949, con Gary Cooper y Patricia Neal). Fue quedando en el olvido hasta que, acomodando la biblioteca de la mamá de mi suegra, di con el pinche libro. Apareció así, sin querer.


En esa época no había celulares así que tuve que salir a la calle a llamar a mi amigo y a decirle que era real, que existía un mamotreto de 750 páginas. Estoy hablando de los noventa.

Me di a la tarea de leerlo y no pude parar —mi mujer casi me divorcia porque dos días seguidos no pegué el ojo y la luz de la recámara no la dejaba dormir.

Somos unos fanáticos de la obra de Frank Lloyd Wright. Así que estudiamos su vida y conocíamos más o menos su historia como arquitecto (él estudió Ingeniería).

¿Por qué lo menciono ahora? Muy sencillo: hay en la obra de Rand un paralelismo con el famoso arquitecto. Su personaje principal (Howard Roark) no estudió Arquitectura, trabajaba en una cantera, algo parecido a la vida de Frank. Su primera obra fue, en los dos casos, una gasolinera. En fin, se dice que la escritora y Wright eran amigos y compartían la idea del individualismo, que defendían a ultranza.

Los dos, cuentan sus biógrafos, eran inmamables; o sea, se creían una raza superior. A mí no me consta, solo digo lo que afirman de ellos muchos textos. Pero lo más importante es que los dos compartían el gusto no solamente de la arquitectura sino de las cosas materiales, pero sobre todo de pensar que alguien tiene que ser egoísta para poder compartir lo que sabe y lo que tiene. Algo que, como sea, creo que a estas alturas nos falta a todos.

Después de muchos años mi amigo y yo seguimos discutiendo el mentado libro, porque me lo acabé robando y luego se lo regalé. Siguiendo la tradición de ser egoísta para después de muchos años dárselo. Hace unos nueve años salió una edición de la editorial Grito Sagrado. Muy recomendable pero muy, muy denso.

De tal palo…

No entendía cómo alguien con su belleza se podría haber colgado, tomado pastillas para dormir y metido un plomazo. O sea, el tipo se quería morir; o eso parecía. Tris analizó toda la escena. Algo no cuadraba. En el funeral del famoso arquitecto encontró a una deuda que lloraba forzadamente, sin ton ni son. No era su esposa ni su concubina, porque se rumoraba que el difunto era gay. Por lo menos fungía en el sepelio como la más afectada. Tris la investigó un par de semanas y descubrió que el fiambre tenía un seguro por unos cuantos millones de dólares. ¿Y quién creen que era el beneficiario? Adivinaron.

Con su estilo característico una noche tocó a la puerta de la Madame y, en menos que canta un gallo, la desarmó, esta vez sin siquiera tocarla. Le puso un cuatro y le dijo:

—¿Sabías que el amante del albañil con título te anda buscando para aplicarte la misma muerte?

Ella soltó la sopa.