Ambas son mujeres. Ambas marcaron la segunda mitad del siglo XX. Ambas tienen millones de seguidores. Cada una tiene herramientas propias para seducir a cualquiera.
Una es del norte, la otra del sur. Una habla inglés, la otra español. Una es real, la otra ficción.
Los coletazos por la muerte de Marilyn Monroe aún se sentían cuando el dibujante argentino Joaquín Salvador Lavado Tejón, Quino, empezó a configurar al personaje de su historieta cumbre.
El 5 de agosto de 1962 falleció quien quizás hasta ahora es el mayor símbolo sexual de la historia del cine: Norma Jeane, alias Marilyn Monroe.
Cuentan los historiadores de Mafalda que las primeras apariciones de la niña que hizo de la sopa su enemigo número uno datan de aquel mismo año, aun cuando la tira debutó de manera formal en 1964, según aclara el propio Quino.
No forcemos más coincidencias. Basta decir que una es la némesis de la otra y que al menos por unos días las dos coincidieron en su paso por el mundo.
Belleza
“Solo por eso podrían relacionarse”, asevera el escritor Andrés de Luna. Para el autor de Erótica: la otra orilla del deseo, el mito de la actriz se sostiene en que tuvo una belleza que se adaptó a la época que le tocó vivir.
“Mantuvo un gran nivel de popularidad y belleza; incluso cuando muere está en plenitud. En Estados Unidos se convirtió en un arquetipo de la imagen femenina. Su capacidad seductora no la ha conseguido nadie. Y aunque los directores la odiaban porque tardaba cinco o seis horas en salir de su camerino, una vez que entraba en escena conseguía cosas extraordinarias”, añade.
Mención aparte merece su personalidad compleja: “Era conflictiva y rara. Podía seducir y deprimirse al mismo tiempo”.
Sobre Marilyn Monroe se han vertido libros, investigaciones, canciones, películas... Su nombre aún arranca suspiros de quienes todavía se sorprenden.
“En Música para camaleones, Truman Capote la define como una mujer con aura brillante, una rubia refulgente que hipnotizaba. Cuando descubrí sus películas vi el ángel y la gracia que tenía; de sus defectos hacía virtudes”, recuerda por su parte Ana Clavel.
Agrega la escritora: “En París me tocó ver la exposición de Bert Stern”. Aquella sesión fue histórica en tanto que tuvo lugar dos meses antes de su muerte: “Casi todos son desnudos. Se colocó flores en los senos y creo que se le notaba una cicatriz. La veías un poco decadente, porque ya no se veía especialmente joven, y a pesar de eso, era un portento de seducción y magia”.
Contraste
Miles de kilómetros al sur, mientras la diva norteamericana consumía sus últimos días, en 1962 Quino dibujó para la empresa Siam di Tella una tira publicitaria protagonizada por una familia, dentro de la cual aparecía una niña de nombre Mafalda.