Para entender lo que es la “fuga de cerebros” basta conocer la historia de Raúl Rojas (Ciudad de México, 1955): matemático y físico egresado del Instituto Politécnico Nacional, viajó a Alemania para estudiar el doctorado y ahí encontró tal recepción para su trabajo, que desde 1996 obtuvo el pasaporte europeo.
Hoy desde la Universidad Libre de Berlín encabeza el proyecto de autos autómatas llamado Spirit of Berlin y recientemente fue designado como Catedrático del Año en el país teutón.
Hijo de una maestra de primaria y de un ingeniero automotriz, Raúl Rojas creció en la colonia Doctores del Distrito Federal. Desde pequeño descubrió su afición a las matemáticas: “Era de mis materias favoritas. De hecho, la estudié al igual que física en el Instituto Politécnico Nacional. Desde esa época trabajaba con computadoras y estaba interesado en todo lo que tenía que ver con inteligencia artificial”.
Viajó a Alemania para estudiar el doctorado y ahí encontró las condiciones para desarrollarse en lo profesional. “En Alemania conseguí crecer en la cuestión del lenguaje de programación. El primer robot lo construimos en 1998 y ahora estamos trabajando con los automóviles autónomos. Es curioso, porque mi padre quería que alguno de sus hijos fuera ingeniero mecánico pero ninguno se interesó por ese oficio. Sin embargo, míreme ahora: desde 2003 trabajo con vehículos. Desgraciadamente, él no alcanzó a ver hasta dónde hemos llegado, pues murió en 2005”, dice a Vértigo.
Sus trabajos en este sentido lo llevaron a ganar dos campeonatos mundiales de futbol con robots en 2004 y 2005. También ha obtenido los premios Emprendedor Multimedia en Alemania y el Wolfgang von Kmepelen por la Historia de la Informática.
—¿Para qué sirve ganar dos campeonatos mundiales con robots?
—Ganar un campeonato de robótica es importante para mostrar que uno sabe hacer las cosas y para poder conseguir recursos o créditos importantes: el financiamiento que obtuvimos del Ministerio de Ciencia nunca lo hubiéramos conseguido sin ganar el Mundial.
—Los críticos de la robótica dicen que quita empleos. ¿Qué piensa de esos comentarios?
—Parte de la crítica es cierta. Es un hecho que una computadora puede sustituir a un trabajador y el ejemplo más clásico, sin hablar de robots, es un banco. Antes de incluir una tecnología hay que ver cuál es el efecto. El desarrollo tecnológico no necesariamente tiene que ir al máximo posible: hay que dosificarlo y considerar las cuestiones sociales.
—¿A qué llama inteligencia artificial?
—Es el arte de hacer posible para la computadora lo que los humanos pueden hacer casi sin esfuerzo y de manera subconsciente: reconocer objetos, personas, manejar autos, etcétera.
—¿Cómo funcionan exactamente los coches autómatas?
—Como un taxi, pero el taxista es una computadora; es decir, tenemos un “cerebro” que recibe todos los datos del entorno para darle los comandos apropiados al auto. Usted le ordena que frene, acelere o el sentido de la dirección. Todo se hace a través de la interfaz eléctrica del auto. Para sintetizar, tenemos radares, láser de escaneo, cámaras de video y un sistema de funcionamiento GPS.
—¿Es verdad que podrán funcionar dentro de 50 años?
—Tenemos que trabajar la interacción robots-humanos. A lo mejor podrán rodar en 20 o 30 años vehículos que combinen ambas partes. Pero un escenario donde solo haya vehículos sincronizados implica un plazo más largo. Creo que podremos verlos en las calles en 40 o 50 años, efectivamente.
—¿Cuál es el costo de un automóvil de estas características?
—Hoy, entre metal y sensores, cuesta 400 mil euros, pero con el tiempo y la evolución del equipo tecnológico deberá costar lo mismo que cualquier coche.
—¿Cuál es la diferencia entre México y Alemania en términos de impulso científico y tecnológico?
—Alemania es un país que exporta manufacturas por lo mismo: el Ministerio de Ciencia o la iniciativa privada le dedican una inversión importante al desarrollo y diseño de tecnología. En cambio, México ensambla y exporta pero no diseña. La investigación se hace en el extranjero. Lo que nos falta es ser un país que cree sus propias manufacturas.
—¿Se ve de regreso en México para trabajar?
—Voy cuatro o cinco veces al año. Imparto cursos o conferencias; tengo un contacto muy estrecho con México.