El arte de las palabras

Las palabras son seres vivos y cumplen aquellas funciones primigenias que van del nacimiento al desarrollo y de la reproducción a la muerte

Palabras.
Foto: Internet
Todo menos politica
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Por: Eusebio Ruvalcaba

1. Las palabras son seres vivos y cumplen aquellas funciones primigenias que van del nacimiento al desarrollo y de la reproducción a la muerte. Mediante el brío de la sociedad en su conjunto, las palabras sufren metamorfosis continuas: de pronto son un vehículo perfecto de comunicación, de pronto apenas sirven para que hombres de la misma estirpe, profesión o calaña se entiendan entre sí; de pronto, a la vuelta de la esquina se advierte una palabra nueva, recién parida y que ya está en boca de todos; o aquella que se ha reproducido a la vista de propios y extraños y que ha engendrado una saga contra viento y marea, por encima de cualquier predicción.

2. Las palabras son ascuas capaces de prender bosques. Son palabras cuyo fuego es extendido por el viento de algún sentimiento tan fuerte como la pasión, la libertad, la sed de justicia. Con almas ávidas como las hojas secas, aquel incendio se torna inextinguible. Pero tal vez sean estas las palabras que más se desgastan. Como los pedernales cuando algún insensato trata de hacer fuego con ellas. Estas palabras entran en agonía cuando las pronuncia un político. Sin saber lo que tiene en las manos, insensible e ignorante de lo que históricamente ha significado la confección de cada una de ellas, el político las dice sin ton ni son, hasta que se reblandecen como aquellas varas verdes que para todo sirven menos para hacer una fogata.

3. Los creadores incontenibles de palabras son los jóvenes. Más que los poetas. Las palabras nacen del ardor de vivir. Y no hay joven que no bregue en la vida como una embarcación a punto de naufragar. Los jóvenes tienen todo en contra, como una cucaracha al alcance de la suela. Los jóvenes necesitan palabras nuevas porque las de factura reciente ya no les sirven. Un joven de 13 años considera a uno de 20 un perfecto anciano, y en consecuencia requiere de un nuevo código que le permita aislarse en su soledad. No sé si estos jóvenes usuarios de internet devengan en lectores (iba a escribir “escritores”, pero creo que es ir demasiado lejos); sin embargo, lo que sí es indudable es que están haciendo de la palabra escrita, de su palabra escrita, una entidad viva y palpitante. Hoy por hoy, los internautas están pasando por esa etapa de arrobamiento y asombro por la que todo escritor pasa, pero van mucho más allá: todos los días inventan palabras y abreviaturas, locuciones y adverbios que ni en sus sueños guajiros habría creado el escritor más ofensivo.

Etapas

4. Es engañoso conocer el temperamento de un hombre a través de sus palabras. El hombre es un animal adiestrado en el arte de la simulación.

5. Entre un hombre y una mujer las palabras unen y separan. Por temporadas. Según la etapa del amor. Hay momentos en que las palabras tienden un puente entre ambos contendientes. Un puente que perdurará por los siglos de los siglos. Se lo imaginan. Pocas armas tan eficaces para lastimarse como las palabras hirientes. Bajo el áspid de la ira, las palabras más atroces se deslizan como criaturas infectas. Cada uno de los contendientes se esfuerza por ser el lapidario por antonomasia.

6. Las palabras viajan más rápidamente que un balazo.

7. Las más hermosas palabras son las que no se dicen. Son las palabras del amor, de la esperanza, de la conmiseración. De la música. Cuando se comparte un vaso de agua, cuando se está al lado de un viejo sabio, cuando se toma la mano de un hijo, cuando se hace música, lo que se está haciendo es pronunciar estas palabras. Sin decirlas.

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