EL PRI DE LAS MIL TORMENTAS

Estamos en un tránsito que ubica a los partidos políticos en el deslustre y la falta de credibilidad.

Foto: Especial
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Todo menos politica
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Por Guillermo Deloya

El Partido Revolucionario Institucional, otrora hegemónico partido, vuelve al camino de un proceso de elección interna de la dirigencia nacional. Envuelto en una serie de adversidades que le proponen un auténtico reto para el resurgimiento, apabullado por un duro juicio ciudadano, busca obtener oxígeno en un contexto de descrédito generalizado a los partidos políticos y personalizado de manera subrayada en el octogenario instituto político.

En el colectivo imaginario aún pesa la crasa derrota que el Revolucionario Institucional sufrió en las urnas el 1 de julio de 2018. Dicho infortunio devino de un largo proceso, más que de un suceso aislado. Ese largo camino de 18 años que inició con la entrega de la banda presidencial llegó a su fin en un escenario muy similar al que enfrentó Francisco Labastida Ochoa cuando marcó historia por ser el primer candidato priista que perdió una elección presidencial.

Muchas coincidencias se pueden encontrar con el pasado proceso electoral y muchas lecciones podrían recopilar los ahora contendientes únicos a la dirigencia nacional del PRI, Alejandro Moreno e Ivonne Ortega.

Sin embargo quien tenga desatino en la actuación y carencia en la propuesta puede convertir esta sucesión en una ruta segura hacia el precipicio, donde ya no importa el destino futuro del partido sino hacerse del mismo a toda costa. Parece olvidado que el 1 de julio de 2018 la ciudadanía votó y no lo hizo apelando a su más alto raciocinio: no se votó por una plataforma ideológica ni por un sistema estructurado: se votó como castigo. Se votó con odio real.

Y el pasado se vuelve muestra al saber que se desprecia el mal ejemplo que da la división y el conato vacío en una plataforma que no vincula al ciudadano sino que interactúa con diálogos rijosos entre los equipos de campaña, entre enemigos imaginarios que forman “la cúpula priista” y entre una supuestamente fiel militancia que cada día encuentra menos incentivos para enrolarse en nuevas aventuras políticas.

Y es ahí donde los aspirantes a dirigir al PRI, partiendo de este escenario, deben comprender qué mucho es lo que habría de trabajarse. Reconocerse desde el descrédito y la imagen de desprestigio justificada por los sonados casos de corrupción que pesaron sobre gobiernos de proveniencia priista y evitar avivar el fuego de la mácula que se deja ante el país cuando se centra la discusión en el descrédito del contrario o la confiabilidad de los árbitros de esta elección. Hablar mal desde adentro se multiplica en la insana y pútrida percepción que se adquiere desde afuera.

Es aquí donde por igual se debería entender que no habría lugar para repetir el secuestro del partido por parte de un círculo cerrado, que ha sido el mismo que cíclicamente termina de liquidar la unidad priista en pos de la operación política a favor de un solo grupo.

Parece que no se comprendió la profundidad del error más grave, que ahora es un error continuado. El mayor conflicto viene después de la derrota electoral. Ante una tan mayúscula, toda organización bien estructurada debe buscar cómo reponerse.

Aquello no se logra buscando el apoyo que más bien resulta conveniencia de los “grupos” para conservar las mínimas prebendas de poder. Si no se trasciende desde las líneas de los discursos que van hacia los lugares comunes, el escenario puede ser de caos presente y muy seguramente posrenovación de la dirigencia.

Ese cemento que amalgamaba el discurso sobre la construcción de las instituciones, la defensa del orgullo partidista, la inclusión de jóvenes y mujeres, se ve opacado cuando no se adoptan posturas de valor ante los graves problemas nacionales, cuando no se tienen agendas ni posturas ideológicas ni rumbos definidos plasmados con claridad en una propuesta de campaña.

Estamos en un tránsito que ubica a los partidos políticos en el deslustre y la falta de credibilidad. Si los institutos no construyen puentes sólidos en su oferta, con destinatarios que se identifiquen en la problemática que nos aqueja como mexicanos, probablemente el puerto de llegada es inevitable: perderse en el no ser opción. ¿Quién tiene el tamaño para volver a articular al PRI desde tantas lastimaduras?

Seguramente quien no desacredita desde el proceso aceptado y quien con propuesta y solución está a la altura del inmenso reto por venir.

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