Por: Federico González
“Me gustaría ser cantante y, de ser posible, me gustaría ser Van Morrison”, me comentó alguna vez Enrique Vila-Matas (Barcelona, 1948) con ese tono de hombre nervioso y medio tímido que utiliza en las entrevistas.
Viniendo de otro escritor, aquella frase podría quedar en la broma; no así en el caso del autor catalán, recién reconocido con el Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances que entrega la Feria Internacional del Libro de Guadalajara.
Recuerdo que en aquella plática el narrador argumentó su idea con una tesis sobre los hombres solitarios, su escritura y, por supuesto, la figura del músico irlandés.
Vila-Matas es tan europeo, que no parece español. Sus libros trasgreden formas y reglas. Escribe sobre sí mismo con poco sentido épico; escribe sobre el oficio de escribir, sin ser aburrido ni petulante. Le huye al costumbrismo y a las obviedades; por el contrario, si se usa a sí mismo como materia prima es en tono de burla, para exponerse como carne de cañón.
Desde sus cuentos en Suicidios ejemplares, hasta Aire a Dylan, Dublinesca o Kassel no invita a la lógica ha construido una línea donde la reflexión literaria es el centro alrededor del cual circula su propia biografía.
Su entrañable París no se acaba nunca es un vivo ejemplo de quien se asume como parte de un proyecto literario pero sin afán protagónico. Tal vez por eso aquella novela sobre sus primeros años en la ciudad luz aún respira vitalidad y conmueve.
Peculiar
Decía Kafka: “Hacer lo negativo es una tarea que tenemos impuesta, lo positivo nos está dado”.
Por años Vila-Matas se echó la frase sobre la espalda: lo que él llamó su “catedral metaliteraria”, conformada por Bartleby y compañía, El mal de Montano y Doctor Pasavento no dejan duda de ello.
No son muchos los autores que pueden reflexionar sobre el proceso creativo y hablarle al lector con artificios y sinceridad al mismo tiempo. El español lo hace porque parte de sus debilidades y flaquezas.
Cómo será de peculiar su literatura, que alguna vez la artista Sophie Calle le dijo: “Escríbeme una historia y yo la vivo”. De aquel exhorto salió el relato de título más que elocuente: Porque ella me lo pidió.
“Las novelas y los cuentos mienten, es cierto. Después de todo, no pueden hacer otra cosa. Pero, como dice Vargas Llosa, esa es solo una parte de la historia. La otra es que, mintiendo, expresan una curiosa verdad, que solo puede expresarse disimulada y encubierta, disfrazada de lo que no es”, me dijo en alguna otra entrevista, desde luego publicada en estas páginas.
Aquella disimulada verdad de la que habla me hace pensar que realmente le habría gustado ser Van Morrison y que el reconocimiento recién asignado es profundamente merecido.