Por: Alonso Ruvalcaba
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Qué triste fue la historia de Luck, de David Milch y Michael Mann. Vivió apenas nueve episodios; muchos críticos no quisieron comprenderla y la mayoría del público no le tuvo paciencia. La cancelaron porque murieron tres caballos en su rodaje.
Pero tuvo algunos de los momentos más bellos de la televisión o cualquier otra disciplina en el año todo.
Por ejemplo, el primer gran triunfo del caballo Gettin Up Morning, cabalgado por la jockey irlandesa Rosie Shanahan, y el soliloquio de Walter ante ese mismo animal como si le hablara al padre de este, el gran ejemplar Delphi: “Casi no puedo mirarlo de frente porque me recuerda tanto a ti…” (episodio 4).
Hablando de cosas tristes: el deceso de Mike, el asesino de los ojos de basset hound en Say my name, un imperfecto episodio de la quinta temporada de Breaking bad.
Apenas unos momentos antes Mike ha aplicado su propia huida de lo único que considera hermoso (su nieta), al estilo de Neil McCauley en Fuego contra fuego, cuando su ex colega, el detestable Walter White, lo alcanza y le acomoda un balazo en el estómago.
El viejo asesino se arrastra hasta la orilla de un río como un viejo samurai se arrastraría hasta un campo de ciruelos. Walter llega junto a él y dice alguna inutilidad. “Déjame morirme en paz”, ordena Mike.
La cámara corta a un long shot de las espaldas de estos dos hombres separados por la violencia, el delirio de grandeza y la paranoia; el río es un juego de reflejos monetianos.
Dos beats: el cuerpo de Mike cae a un lado con un ruido de insensata despedida. Imperdibles Cierto: ni Justified ni Homeland mantuvieron los estándares de su temporada anterior (2 y 1, respectivamente).
Justified, porque su T2 fue una obra inteligentísima, conmovedora y sucia de western noir al estilo de Jim Thompson y el estándar era prácticamente irrepetible; Homeland, porque optó por desbandar hacia el desmadre en el thriller y hacia lo telenovelesco en la trama amorosa (lo telenovelesco funcionó varias veces; el thriller, no).
Pero ambas tienen algo que debe estar entre lo mejor del año. El final de temporada de Justified (Slaughterhouse) combinó la sanguinolencia de Tarantino con la imprevisibilidad de Los Soprano con el humor mortífero de 1280 almas.
Repulsivo, hilarante, preciso son adjetivos que vienen a la mente. Homeland 2, por su parte, tiene la mejor actuación televisiva de este y muchos años a la redonda: Damian Lewis como el sargento Nicholas Brody: marine convertido en terrorista convertido en diputado convertido en agente doble convertido, tal vez, en agente triple.
Brody tiene tantas capas de mentiras que el espectador nunca sabe qué puede creerle (tip: nada). Esto se debe, por supuesto, a la actuación de Lewis: un impecable, insondable ejercicio de ofuscación. Más que ver: la tercera temporada, completita, de Louie, una “comedia” realmente triste.
El documental The dust bowl, de Ken Burns, que explora un desastre ecológico acaso evitable. La segunda mitad de la tercera temporada de Community, que se pasa al lado oscuro de sus protagonistas y explota al máximo a Dean Pelton. Coma, televisión de horror a la antigüita. Y la gran network narrative del último par de años, Treme, de ese genio insufrible: David Simon.