Por: Eusebio Ruvalcaba
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1. Franz Schubert es tan disparejo como sólo los genios (los grandes genios) pueden serlo. Entre sus sonatas para piano, cuando menos tres de ellas las compuso a la altura de Beethoven —las tres últimas; sobre todo la número 21 en si bemol D. 960—, y algunas a la altura de un estudiante reprobado en composición.
2. Schubert es príncipe de la melodía. Por encima de las preocupaciones que suelen abrumar a los compositores mediocres —enanos de espíritu—, la melodía es para Schubert el pan cotidiano que los dioses suelen llevarse a la boca para satisfacer su apetito.
3. Schubert es príncipe de la melodía pero no lacayo del contenido. Tras el cristal luminoso de la melodía, hay en Schubert el hombre que se descuece por hacerle menos dolorosos los últimos momentos al hombre en agonía.
4. Goethe lo despreció. Que aquel joven y desconocido compositor le hiciera llegar sus propios poemas arropados en su música, que les pusiera música le parecía una minucia. Jamás hizo que se los tocaran. Pero eso es irrelevante. Lo notable es el resultado. Acaso hoy se recuerda a Goethe más por Schubert que por él mismo.
5. Schubert pisa el cielo con el pie descalzo para no despabilar a las nubes —de quienes no envidia su forma, pero sí el algodón de que están hechas, que es el mismo de sus notas blancas.
6. La música de Franz Schubert está hecha de pan horneado; siempre despide el perfume de lo que nos salvará la vida.
Ánimo
7. En las sinfonías de Schubert se ventila una paradoja: la más larga, redonda y perfecta es solemne y aburrida; en cambio, la Inconclusa, que es la más breve e imperfecta, es inmortal; como suelen serlo las cosas inacabadas.
8. De niño se solazaba mirando las truchas. Le sorprendía ese nado armónico y ágil. Pero nunca hizo el menor intento para atrapar una. Temía alterar el orden de las cosas, el orden universal de las cosas que Dios le permitía ver y que vació en su música.
9. La mejor música de cámara de Schubert es la que extrajo de la poesía —sus lieder—, del agua —su Trucha—, de las mujeres —sus cuartetos Rosamunda y La doncella y la muerte.
10. Los Momentos musicales de Schubert son tan breves, que le dan tiempo al que escucha de arrepentirse. E irse al paraíso.
11. Schubert veía en cada mujer la montaña insondable. Tal como nosotros lo vemos en cada lied de su autoría.
12. Schubert decía de Beethoven que era dios mismo. Y de él, que era su secretario.
13. Proclive a los vinos y al amor platónico —o carnal, con las mujeres que la noche llevaba hasta sus manos—, el compositor romántico por antonomasia era célebre en determinados círculos de Viena por su vertiente melódica y su devoción por Beethoven. Solía caminar unos cuantos pasos atrás de su admirado, con tal de contemplar aquella figura de un metro 63 centímetros perderse en la inmensidad. Entonces, en bancarrota perpetua, regresaba a la casa de alguno de sus amigos, se sentaba al piano, y de su cabeza fluía una cadena interminable de melodías. Ya había visto al Divino Sordo, ya podía componer sin que mediase preocupación ninguna; ni siquiera la sífilis perturbaría esta dicha de crear, que para él era esta dicha de vivir, y que a los 31 años cerraría sus ojos.
14. Cuando conciliaba el sueño, lo hacía empapado de tristeza; con el ánimo de despertar radiante a la mañana siguiente. Pero el amanecer le tenía reservado un desasosiego todavía mayor.
15. A través del lied, Schubert no puso un grano de arena para la música; puso una montaña.