Obama: el guerrero infeliz

Como la clásica mosca que está jode y jode, así ha estado el “pacifista” Barack Obama con su obsesión de darle en la torre a Siria.

José Luis Belmar
Columnas
Barack Obama, presidente de Estados Unidos
Foto: AP

Como la clásica mosca que está jode y jode, así ha estado el “pacifista” Barack Obama con su obsesión de darle en la torre a Siria, mandar a la goma al presidente Bashar al-Assad y hacer mucha, pero mucha lana con la guerra.

Sin embargo, hasta el momento, al emoticón negro no le han salido las cosas como él hubiese querido. Después de haber descuajaringado Estocolmo con su visita del 4 de septiembre, donde reconoció ante la prensa no ser merecedor del Nobel de la Paz, resolver el misterio de la desaparición de Raoul Wallenberg y descubrir el hilo negro y el agua tibia, como Inglaterra y el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas le dieron palo a su locura de guerrear a como de lugar, dio un pasito atrás y declaró que esperaría llevar a la realidad sus sueños de opio y que buscaría la aprobación del Congreso estadunidense.

¿Y el fondo de todo? Pues veamos: Estados Unidos y Europa ya no saben cómo salir de la crisis financiera en la que se hayan sumergidos y, como las grandes crisis se pagan con grandes guerras, pues a darle que es mole de olla, por lo que la caída de Siria es un requisito indispensable para la desestabilización de todo Oriente Medio, como paso previo a una gran guerra entre musulmanes, sunitas y chiitas, que afectaría principalmente a Irán, Siria, Irak y Líbano.

Si Obama logra provocar esa guerra regional y esta no se internacionaliza, se generarían pingües beneficios con la venta de armas durante el enfrentamiento, la adjudicación de los grandes proyectos de infraestructuras y de extracción de hidrocarburos durante la tan cacareada “transición a la democracia”, además de la reconstrucción de los países hechos pinole.

El pacifista

Obama ha seguido la política estadunidense de desestabilización progresiva y caos controlado que le ha dado al Big Brother magníficos resultados.

Primero, Estados Unidos inventó a Al-Qaeda para que luchara en Afganistán contra la entonces Unión Soviética; luego, se metió en Yugoslavia y Kosovo; después, apoyó y financió la llamada Primavera Árabe, donde se puso en práctica la estrategia que tiene en Libia su máximo exponente de alta rentabilidad con una inversión mínima.

Libia, que fuera el país más rico de África, se convirtió en un verdadero infierno en pocas semanas. Más de un millón de muertos fueron ocasionados por los bombardeos de la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte). A esa tragedia hay que agregarle las múltiples masacres que cometieron las milicias islamistas.

Y, por si algo hubiese faltado, tras el asesinato de Kadafi miles de yihadistas fueron introducidos en Turquía para que de allí se metieran en Siria, mientras que otros “pacifistas” islámicos se introducían en Mali y Nigeria, como paso previo a la desestabilización de África Central.

Libia fue un negocio para Francia (léase Sarkozy), la que compró petróleo a precio de cacahuates para las petrolíferas francesas y británicas.

Siria ha sido la última víctima de la maquiavélica estrategia. Tras más de dos años de guerra y más de 100 mil muertos, ni la campaña de intoxicación mediática que se origina en la Casa Blanca ni el Ejército Libre Sirio ni los yihadistas de Al-Qaeda han conseguido doblegar a un Ejército sirio que se ha sobrepuesto progresivamente sobre el terreno a mercenarios de diferentes nacionalidades, especialmente chechenos, libios, somalíes y fundamentalistas europeos. ¿Quién sigue?

¿Debemos permitir que la locura guerrera de Obama lleve a toda la humanidad al borde del abismo?