Cuento de hadas: la Casa Requena

Carcomidos los mosaicos venecianos, oxidados los barandales de hierro forjado, derrumbada gran parte de la fachada, la ruina cobija leyendas, entre jirones de miseria, rostros mugrientos de ojos atónitos, olor a thinner, pilas de basura, migajas de colchones de borra y trapos desgarrados…

Alberto Barranco
Columnas
Casa Requena, obra maestra del Art Nouveau
Foto: Especial

Carcomidos los mosaicos venecianos, oxidados los barandales de hierro forjado, derrumbada gran parte de la fachada, la ruina cobija leyendas, entre jirones de miseria, rostros mugrientos de ojos atónitos, olor a thinner, pilas de basura, migajas de colchones de borra y trapos desgarrados…

En las vueltas de la vida, en los azares del destino, en la ruleta de la fortuna, el hilacho de piedras de la Santa Veracruz 43 fue, al ocaso del siglo XIX y el amanecer del XX, la mansión más lujosa de México.


Obra maestra del Art Nouveau, la casona abrigó las mejores creaciones del maestro Ramón P. Canto y de Enrique Ruelas, el principal exponente de la corriente surgida en París en reacción a la industrialización del arte.

El encanto era inagotable: pinturas, biombos, ángeles escondidos en el estucado del techo, flores plasmadas en las paredes, en los muebles, en las puertas...

De pronto, una primorosa cama de cabecera y piecera de medio círculo recrea escenas de Caperucita Roja, el cuento inmortal de Perrault. Y otro, idéntico, agota las figuras de pavorreales.

La tapicería llegó de París. Las alfombras se importaron de Austria. El comedor de caoba se labró en tres años. Y la sala de música. Y las flores. Y los jarrones. Y las vajillas…

La Casa Requena le decía el asombro, aunque algunos la llamaban “La Santa”.

Adquirida en 1895 por José Luis Requena, abogado, político y minero al tiempo, cuya mayor veta, La Esperanza, lo volvió millonario y cuya aspiración a la vicepresidencia de México, en mancuerna con Félix Díaz, lo envió al exilio.

Poeta en sus ratos libres, vocación que heredaría a uno de sus hijos, Pedro Requena Legarreta —cuya prematura muerte cortaría una obra festinada por Juan José Tablada, Antonio Castro Leal, Amado Nervo y el peruano José Santos Chocano—, el dueño de la casona sería profeta: “La casa de mis sueños está callada y triste/ esperaba con ansia tu llamado a mi puerta/ y pasaron los años y aún se encuentra desierta”.

Fantasma

A la llegada del esplendor la casa ya era vieja. En los anales se ubica un contrato de compra venta que data de 1730, ubicándose como referencia el Puente de Los Gallos, hoy la calle Valerio Trujano.

La construcción original era de dos pisos, con espacio para un corral y dos caballerizas. Había sala-recibidor, sala de dos recámaras, pasadizos y un colosal comedor, además de zotehuela.

A la muerte de José Luis Requena en 1943, quien recreaba las tardes con una orquesta familiar de mandolinas y violines, la casona pasaría a ser propiedad de una de sus hijas, quien la habitaría hasta 1967.

Abandonada, la Casa Requena se volvería fantasma de un esplendor solo reconocible en fotografías. De las telarañas, del polvo, del olvido y las goteras, la actriz Patricia Morán, esposa del gobernador de Chihuahua y pariente de los Requena, rescataría los muebles para refugiarlos en la Quinta Gameros de la capital de la mayor entidad federativa del país.

La ruina serviría de refugio a 42 familias mazahuas desalojadas en octubre de 2005 al derrumbarse parte de la estructura.

El cascarón deshilachado, saqueado, lapidado, se trocaría en cueva de viciosos.

Las vueltas que da la vida.