Doña Silvia renueva la “vida” de los organillos en Tepito

Juan Carlos Ponce
Cilindrero
Foto: Revista Trecho/Creative Commons

En el corazón del barrio de Tepito, en una antigua vecindad ubicada en el número 13 de la calle Bartolomé de las Casas, está el taller de la señora Silvia Hernández Cortés, quien desde hace más de 30 años se dedica a rentar y reparar organillos.

Doña Silvia, así como la llaman sus vecinos, aprendió “sin querer” el oficio de reparar organillos, pues su esposo Gilberto Lázaro Hernández, hijo de Gilberto Lázaro Gaona, quien comenzó con este negocio, nunca le quiso enseñar a reparar los organillos.

“Ellos eran muy delicados de su oficio, nunca les gustó decir nada, nunca les gustó enseñarle a nadie. Yo nada más veía de lejos y así aprendí. Cuando mi esposo se enfermó se quedaron (los organillos) todos desarmados y pues lo único que hice fue tratar de repararlos”, comenta.

En sus primeras experiencias reparando organillos, doña Silvia ideó un método especial para no olvidar qué lugar ocupaba cada pieza.

“Utilizó masking tape con numeritos para guiarme, empiezo a marcar dónde va esta pieza, dónde va esta otra. Así fue como aprendí a hacerlo, a arreglarlos, a reponer piezas y reparar las piezas que son originales, porque todos estos (organillos) tienen más de un siglo de existencia”, señala.

De acuerdo con doña Silvia, hubo un momento en el que su suegro, Gilberto Lázaro Gaona, llegó a tener hasta unos 200 organillos. Sin embargo, tras el paso de los años sólo quedan 4, que son los que utiliza para sobrevivir y dar trabajo a jóvenes.

001org.jpg


Un oficio histórico

Doña Silvia puede presumir que los organillos con los que trabaja son originales, tienen más de 100 años de existencia y son procedentes de Alemania, Italia y Francia.

Recuerda que tuvo un duro inicio cuando se animó a reparar los organillos, porque aparte de trabajar para reunir el dinero para las piezas que faltaban, tuvo que sacrificar todo su tiempo.

“Muy caro que sale esto, inviertes tu tiempo, es algo pesado todo esto, no es cosa de un día, ¡son meses!. No es fácil, los jovencitos que me ayudan se han sentado a apuntillar y me dicen ‘ay doña Silvia me duele la espalda’. Es Horrible, pero es hermoso a la vez. Es horrible por el trabajo, por estar agachado apuntillando, lijando, cortando, haciendo piezas porque todo es manual, son piezas muy delicadas”, explica.

Contrario a lo que mucha gente cree, doña Silvia asegura que los organillos no pasan de moda y, prueba de ello, es que la gente los sigue apoyando.

“Cuando suenan estas cajitas, la gente siempre tiende la mano y les regala una moneda a los cilindreros que andan caminando por las calles de mi México lindo, les dan hasta de comer. Gente de diferentes lugares les han invitado los alimentos a los muchachos”.

Según doña Silvia, los muchachos que se hacen cargo de sus organillos siempre están limpios y utilizan un uniforme que consta de una pantalón café, una playera color caqui y una gorra o bonete que utilizan para recoger el dinero.

“Aunque sean cajitas viejas, ellos deben andar bien porque es su imagen, su presentación ante el público. A las gorras les llamamos charolas  porque es el objeto con el que juntan la cooperación, porque ellos nunca deben de tomar el dinero con las manos”, aclara.

El vestuario de los organillos

Doña Silvia comenta que no sólo los cilindreros llevan uniforme, también los organillos tienen su vestuario que consta de una “camisa” roja que evita que les entre polvo.

“Esta camisa se hizo a raíz de la tradición del carrusel de las ferias, porque ahí se inició el cilindro, en una feria, que era la Feria Carlón”.

Según Doña Silvia, el carrusel de feria tiene una música parecida a la de los organillos, esto porque en los años en que comenzó esta tradición se colocaba a un organillero a un costado de cada juego.


Continuar con la tradición

Según doña Silvia, reparar organillos es todo un arte que requiere mucha paciencia.

“Cada pieza en el organillo es trabajo, las piezas hay que cortarlas, meterles chaflán, se plancha el alambre y de cada nota musical reponerlas, iguales”. “No tengo hora para trabajar, pero a veces me llevo casi todo el día, en esto se me va el tiempo. A veces hasta se me olvida comer”, indica.

A pesar de que la familia de doña Silvia siempre estuvo rodeada de música, a su único hijo nunca le llamó la atención manejar o aprender a reparar organillos.

Sin embargo, su nieta Samantha tiene la inquietud y las ganas de aprender el arte de reparar los viejos organillos.

“Ella es contadora, pero cuando sale de vacaciones y me ve trabajando me pregunta ¿en qué le ayudo abuela? , yo le ayudo a limpiar, yo le ayudo a reparar, me dice”.

Doña Silvia confiesa que a pesar de tener ofertas por sus organillos no los quiere vender porque son recuerdos de toda una vida y son instrumentos que le recuerdan a su difunto esposo.

002org.jpg


Famosos que se interesaron por su trabajo

Doña Silvia recuerda que María Félix y Dolores del Río son algunas de las artistas que interesaron en adquirir uno de los organillos que su esposo reparaba.

“Hemos recibido visitas de muchos artistas. Cuando mi suegro era el encargado nos visitó Dolores del Río y la señora María Félix. Y parece que la señora Félix sí le compró un aparato de éstos a mi suegro”.

Jacobo Zabludovsky, es otra de las figuras de la televisión que también siguió de cerca el trabajo que realizaba doña Silvia en el centro del Barrio Bravo.