El olfato del mosquito, el paladar de la cucaracha

El tema de la evolución de las preferencias olfatorias y gustativas de los insectos es mucho más que una mera anécdota curiosa.

Elena Fernández del Valle
Columnas
Mosquito
Foto: U.S. Department of Agriculture / Creative Commons

Todos los seres vivos son capaces de reconocer en el ambiente la presencia de ciertos compuestos químicos. Porque los necesitan como alimento, porque son peligrosos o porque anuncian circunstancias propicias para la reproducción. Los animales complejos llevan a cabo una continua vigilancia de su entorno por medio del olfato y el gusto y desarrollan una sensibilidad especial a las sustancias que les son más útiles.

El tema de la evolución de las preferencias olfatorias y gustativas de los insectos es mucho más que una mera anécdota curiosa. En él puede estar la solución a problemas como el control de plagas domésticas o la interrupción del ciclo de transmisión de una enfermedad.

Por ejemplo sabemos desde hace 22 años que ciertos linajes de cucaracha han desarrollado una aversión a la glucosa y ya no comen el cebo azucarado del que nos valíamos para envenenarlas. ¿Qué ha sucedido?

La revista Science publicó hace un par de años un reporte sobre el mecanismo de esta aparente “conducta adaptativa” de la cucaracha. Hay en algunas cucarachas de la especie estudiada un gen que las hace percibir como amarga y no apetitosa la glucosa; las que llevan dos copias de este gen comen menos, tardan más en ganar peso y se reproducen más lentamente que las que no lo llevan. En los tiempos del insecticida en aerosol, las cucarachas ávidas de glucosa se desarrollaban mejor y predominaban sobre las otras. Cuando surgió la preocupación por los efectos dañinos de los pesticidas sobre los seres humanos y las mascotas y comenzaron a usarse esas trampas como cajitas que llevan dentro el veneno mezclado con un cebo dulce, accesible solamente a los insectos, vinieron años de gran mortandad para las cucarachas golosas y sobrevivieron las que detestaban la glucosa.

Los investigadores hallaron la explicación de esa repugnancia en las neuronas gustativas del animal, distribuidas por todo el cuerpo en unos pelillos llamados sensilas. Las neuronas especializadas en percibir lo amargo están sobre todo en las sensilas que rodean la boca. En las cucarachas genéticamente programadas para no comer glucosa estas neuronas responden al azúcar, exactamente igual que si el animal hubiera probado cafeína pura o algún otro alcaloide tóxico.

Olores

Los insectos sedientos de sangre plantean problemas más serios. Hay alrededor de 100 especies que han desarrollado una afición por el olor humano y se especializan en morderlo; esto los vuelve terriblemente eficientes para transmitir enfermedades.

Así ha sucedido con ciertos linajes del mosquito Aedes aegypti, principal vector de los virus del dengue y el chikungunya, que tantos casos de fiebre causan ahora en el país.

El Aedes aegypti no hace caso del olor de otros animales y prefiere vivir en casas y edificios a vivir en ambientes naturales. De acuerdo con una investigación publicada el año pasado en la revista Nature lleva en sus antenas gran cantidad de receptores sensibles a uno de los compuestos que confieren al ser humano su olor característico; la investigación de cómo funcionan ayudará a encontrar sustancias que puedan funcionar como repelentes.

Otro insecto que nos prefiere a otras presas y ha adaptado sus sensilas para seguir nuestro rastro es la chinche de cama, que en los últimos años ha resurgido en Estados Unidos y es tan difícil de combatir. Actualmente se investiga cómo son los receptores olfatorios que permiten a las chinches encontrarnos y también la posibilidad de atraerlas hacia una trampa por medio de la feromona que las lleva a permanecer escondidas e inmóviles durante el día.

Se nos olvida que compartimos nuestro hábitat con los insectos, a pesar de que sus ciclos de vida se entretejen con el nuestro, a pesar de que pueden arruinarnos la salud o traernos enormes beneficios.